viernes, 29 de marzo de 2019

¡PENSAR QUE HASTA HACE POCOS DÍAS CREÍAMOS QUE TODO IBA A SER TAN DISTINTO!

Los discípulos de Emaús (Lucas 24:13-35) Un encuentro renovador Habían perdido a un amigo. Es decir, más que un compañero. Él era el Maestro, el Guía, el Inspirador; el que había cambiado sus vidas de simples rutinarios trabajadores en hombres con visión, con esperanza y con propósito. ¿Cómo podrían olvidarse de esos hechos tan maravillosos? Habían visto las multitudes escuchándole con reverencia y admiración. Habían percibido con sus propios ojos hechos imposibles. Habían observado la resurrección de Lázaro; la sanidad de muchísimos enfermos incurables. Aquella tarde iban caminando a la aldea de Emaús. La conversación entre ellos parecía en realidad dos monólogos aislados. Uno decía: — No lo puedo creer. El otro repetía como un "disco rayado" de 33 revoluciones: — ¡Es increíble! ¡Quién lo hubiera dicho! El otro le contestaba: — ¡Pensar que hasta hace pocos días creíamos que todo iba a ser tan distinto! — ¿Te acuerdas lo que dijo? Claro, Él dijo tantas cosas asombrosas... De pronto un individuo se acerca a los dos hombres y empieza a caminar con ellos. Los ha saludado con el tradicional "Shalom". Es posible que los alcanzara para emparejarles el paso, pero no abruptamente, sino con discreción. Al principio no dice nada; todo lo que hace es transitar en silencio y escuchar a los dos viajeros. El desconocido, el mismo Nazareno, "caminaba con ellos". Es probable que no necesitaba ir a Emaús (Lc 24:28) pero sí tenía el deseo en su corazón de animar a estos dos discípulos. El "caminante" se interesa por estos dos hombres que no son ricos ni famosos, y que no tienen poder político ni de ningún tipo. De pronto el transeúnte interrumpe su silencio y pregunta como a boca de jarro: — ¿Qué conversaciones son estas que tenéis entre vosotros y por qué estáis tristes? — ¡Aquí nadie está triste! — responden los dos hombres al unísono tratando de secarse unas pocas lágrimas con el dorso de la mano. Se sonríen como para mostrar una alegría que no tenían. Trataban de negar algo que sus rostros claramente delataban. Los dos individuos miran ahora al desconocido pero es como si un "filtro especial estuviera puesto delante de sus ojos". No reconocen su aspecto físico ni tampoco evocan su voz. Aparte de esto la vista de ellos era completamente normal. Podían ver el camino, los pocos arbustos y las montañas en la distancia sin problemas. Cleofas, es una de esas personas que se irrita rápidamente, un poco rudo e impaciente, así que replica: — ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén? — El aludido le contesta: — ¿Qué cosas? Sigue entonces la extensa respuesta de ellos: — De Jesús Nazareno, que fue varón profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte y le crucificaron (Lc 24:19). Ahora el tono de la voz de Cleofas cambia. Habla en voz muy baja como para que si hubiera cerca otro caminante no pudiera escuchar. Con un tono grave y haciendo un gesto con sus ojos expresando duda prosigue: — Hay un rumor, unas mujeres nos han dicho... — se hace una pequeña pausa y se cercioran que nadie esté escuchando. De inmediato agregan: — No hallaron su cuerpo... dicen que Él vive. Llegaron por fin a la villa de Emaús, y el caminante hizo como que seguía de largo (Lc 24:28). El compañero de Cleofas asume la iniciativa: — Amigo, nuestra casa es humilde pero está a su disposición. No necesita irse. Nos gustaría mucho seguir conversando con usted de estos temas. Nosotros no somos ricos, pero el Dios de Israel siempre nos ha provisto lo necesario. El lugar no es muy grande pero con mucho gusto nos arreglaremos y usted tendrá un lugar confortable para pasar la noche. Ellos querían saber más. ¡El desconocido hablaba palabras tan especiales! Sólo hacía un corto tiempo desde que escucharon del Mesías "palabras de vida". Sin embargo, parecería haber pasado mucho tiempo desde que oyeron frases tan cautivadoras. Está atardeciendo y los colores rojizos del crepúsculo pintan unas pocas nubes. El sol ha seguido bajando y solamente un pequeño halo dorado se ve en el horizonte entre las montañas. Muy pronto todo será oscuridad. La noche siempre es fría, oscura y peligrosa. El forastero por fin es convencido y entra en la morada. Es una vivienda común, paredes blancas, pequeñas ventanas en la parte superior. Para entrar hay que agacharse un poco porque la puerta no es alta. La habitación es modesta pero está limpia. El desconocido entra y se comporta como si estuviera en su propia casa (Lc 24:29-30). No quieren perder una palabra. Están magnetizados; escuchan a ese hombre con interés y fascinación. El individuo habla con naturalidad verdades profundas que las explica de una manera hermosa y sencilla. Luego de un rato de estar sentado a la mesa asume la iniciativa. Toma el pan y da gracias a Dios por él. Si bien esto habitualmente lo hacía el dueño de la casa, Cleofas y su amigo consienten; no se oponen ni hacen preguntas. Es que el caminante actúa con tanta libertad y autoridad como que no necesitara pedir permiso. Las palabras brotan de la boca del visitante. Habla del Eterno con sinceridad, confianza y familiaridad. Pero es cuando pronuncia la palabra "Padre" que comienzan a darse cuenta que ese hombre no podría ser otro que el crucificado. El huésped está orando utilizando los mismos términos, la misma reverencia, la misma entonación que habían oído muchas veces cuando lo hacía el Mesías. Diríamos hoy que era una grabación auditiva de alta fidelidad. Entonces observan nuevamente al desconocido y claramente reconocen al Señor Jesús. Un grito de alegría surge de los labios de los dos hombres. — ¡Es Él, es Él! — exclaman al unísono. Cuando reaccionan, Él ya no está. Desapareció sin darse ellos cuenta. Cleofas y su amigo vuelven a Jerusalén de inmediato a comunicar a los discípulos la historia con lujo de detalles (Lc 24:33). No tuvieron oportunidad de sorprenderlos con la buena nueva, pues antes que abrieran la boca los reunidos se les anticipan: — Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón (Lc 24:34). Tras el desahogo de ellos, recién los dos llegados tienen su turno para noticiarles su curiosa reciente experiencia (Lc 24:35). — ¡No lo podemos creer! — dicen unos. — ¡Pero era Él mismo! — insisten los recién llegados. Nuestro corazón ardía de una manera extraña que nunca antes habíamos experimentado mientras nos hablaba en el camino. La historia bíblica y nosotros Esta es una de las historias más tiernas del Nuevo Testamento. Si a las narraciones de los evangelios les fuéramos a poner música, esta sería una de esas en que predominan los instrumentos suaves y melodiosos y la historia entera sería para ejecutarla en un volumen muy suave (planísimo). No hay lugar aquí para tambores, trombones y trompetas. Los elementos extraordinarios son casi imperceptibles. Primero, los ojos de aquellos dos están velados y no pueden reconocer al Señor Jesús; luego, los ojos están desvelados y se dan cuenta de que es El. Aparte de esto, todo es natural hasta el momento en que el "desconocido" desaparece. La aparición fue normal, acercándoseles alguien que venía caminando. La desaparición fue súbita y sugeriría que no se fue caminando sino que desapareció delante de sus ojos. Quizás lo hizo así para evitar una penosa despedida. El diálogo comienza con la pregunta "¿de qué estáis hablando?". En general, la mayoría de nuestras conversaciones son de: 1) mis problemas; 2) mi familia; 3) mi trabajo; 4) mis deportes y entretenimientos favoritos; 5) y cuando no hay de qué más hablar ¡del estado del tiempo! Jesucristo les dice claramente que andan de cara triste. A nadie le agrada que le digan que tiene la cara apenada. Muchas veces sonreímos cuando estamos llorando por dentro. Quizás otros no se hubieran dado cuenta ni les hubiera llamado la atención. Pero ¡qué hermoso es saber que Él no solo puede ver nuestros rostros sino también leer nuestros corazones! Cuando el Mesías les pregunta "¿qué cosas?", no es porque no lo supiera, sino porque quiere de ellos una contestación concreta. Los dos hombres responden "de Jesús Nazareno, que fue varón profeta" (Lc 14:19). Por supuesto que ellos sabían que Jesucristo era mucho más que un profeta. Así que agregan: "nosotros esperábamos que él era el que Iba a redimir a Israel", es decir, un limitado concepto nacionalista. Entonces enfatizan: "además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido" (Lc 24:21). El Maestro había anunciado muchas veces que algo extraordinario iba a suceder el tercer día después de su muerte. El evangelista nos da la razón de por qué no lo reconocen. Nos informa que tenían "los ojos velados". Parecería que fue una intervención milagrosa especial del Señor. Esto permitiría que ellos pudieran aprender los elementos de doctrina sin estar tan fuera de sí por el hecho de reconocer al Maestro a quien consideraban muerto. Era muy importante que ellos entendieran que la muerte del Mesías no fue un fracaso del plan sino el perfecto cumplimiento del designio divino. El énfasis de esta visita vino a ser la enseñanza de las Escrituras y no el reconocimiento físico del Salvador resucitado. Nuestros corazones se llenan de asombro al darnos cuenta de que Jesucristo llama "cosas" nada menos que a los eventos más importantes de la raza humana; es decir, la historia de la redención. A la interrogante del Maestro "¿qué cosas?", la respuesta es interesante. Podían haber empezado con la doctrina de la deidad de Cristo y de la salvación, pero no lo hacen. Ellos ignoran la base espiritual de este caminante. Le dicen lo suficiente para corresponder al interés de El. Noten la secuencia de la información que le transmiten los discípulos: 1) Algunas mujeres fueron al sepulcro; 2) no encontraron el cuerpo; 3) informan que vieron visión de ángeles que dicen que Él vive; 4) de los nuestros, algunos fueron al sepulcro pero a El no lo vieron (Lc 24:24). La respuesta de Jesucristo es inesperada y contundente: — ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas? Era necesario el camino del padecimiento antes de entrar en su gloria. Comenzando desde Moisés les declaraba en las Escrituras lo que de él decían. ¡Qué clase maravillosa de estudio Bíblico! Cuántos versículos de las Escrituras se abrieron de una manera que nunca se hubiera sospechado. ¿Cómo es posible que el Salmo 22 hablase de sus sufrimientos en la cruz con una precisión inverosímil? ¿Cómo es posible que Isaías va a darnos tantos pormenores de su vida, su muerte y aún glorificación? Comenzando desde Moisés (es decir, el Pentateuco) les declaraba en todas las Escrituras lo que de El decían (Lc 24:27). ¡Que precioso! Tomó el libro de Rut, Daniel, los Salmos, los profetas menores y los mayores y les mostró como todos ellos hablaban de El. Luego leemos que "él hizo como que iba más lejos" (Lc 24:28). No actuó fingiendo, como engañándolos, sino para provocar la invitación. El Señor quiere una respuesta afirmativa y definitiva de esos dos viajeros. "Ellos le obligaron a quedarse". Me imagino el rostro del forastero escuchando las palabras: "¡Quédate con nosotros!". ¡Qué súplica, qué petición, qué aspiración! ¡Qué sencillez! ¡Qué profundidad! ¡Qué poco se pide y qué mucho en verdad se está pidiendo! Aquel que conoce todo lo que hay en nuestro ser sabe que esta no es una invitación de "cortesía". Es un deseo del alma de ellos de profundizar más en el conocimiento de Jesucristo. El Apóstol lo expresa "a fin de conocerle y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte" (Fil 3:10). Uno de los salmos de los hijos de Coré nos dirá: "Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 42:1-2). Nos deja asombrados cuando pensamos que es nada menos que el Rey y Creador del universo quien se detiene a reposar en una morada sencilla con dos personas que ha encontrado en el camino. Sucede algo parecido cuando un amigo nos invita a almorzar y nos excusamos por muchos trabajos pendientes. Pero si la persona insiste aceptamos, y después quedamos muy contentos porque accedimos a la invitación a pesar de que diferimos tareas que nos esperaban. Si pudiéramos ver la faz de Jesucristo en ese momento veríamos un rostro complacido, lleno de gozo y amor por esos dos discípulos. La frase "quédate con nosotros" se ha utilizado en múltiples himnos. Es la oración del creyente pasando tiempos de dificultad. Se basa en la promesa de que El está con nosotros todos los días de nuestra vida (Mt 28:20). Luego aprendemos que "aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio" (Lc 24:30). Si objetos inanimados como el pan pudieran hablar, nos dirían: — ¡Qué privilegio ser tomado por las manos de Jesucristo resucitado! Esas manos que fueron perforadas en la cruz, esas manos de las cuales nadie nos puede apartar (Jn 10:28). Es decir, le dio gracias al Eterno por ese pan. El texto no nos informa que fue exactamente lo que dijo, pero fue lo mismo que cuando instituyó su Cena en la última Pascua que comió con sus discípulos. Por supuesto que al dar gracias por el pan la gratitud a Dios era por algo más importante que ese pan que tenían delante de sí. ¡Cómo podrían tomar del pan sin pensar en su significado como cuerpo del Cordero de Dios! Cada vez que en la Cena del Señor participamos del pan estamos dando gracias por Su encarnación y redención a nuestro favor. Recordamos las palabras: "Por lo cual entrando en el mundo dice: sacrificio y ofrenda por el pecado no quisiste mas me preparaste cuerpo" (He 10:5). ¿Por qué el Señor escogió aparecer a estos dos hombres que no eran del grupo de discípulos que consideramos más importantes? Quizás parte de la respuesta es que aquellos que nosotros consideramos importantes no siempre lo son y los creyentes que consideramos menos significativos son muy importantes para el Señor. Qué ministerio ejercieron estos hombres en la iglesia primitiva, no lo sabemos, pero sin duda sus vidas habían sido transformadas. Hemos visto que estaban hablando sobre lo que había sucedido. Dos mil años después el tema de la cruz mantiene toda su vigencia. ¿Qué significa que Él murió en la cruz en mi lugar? ¿Qué quiere decir que Dios cargó en Él, el pecado de todos nosotros? (Is 53:6) (1 P 2:24). ¿Qué implica la expresión "la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado"? ¡Qué bien nos hace a los creyentes hablar sobre los temas de las Escrituras! ¡Cuánto mal nos puede hacer hablar de cosas impuras! "Porque da vergüenza aún mencionar lo que ellos hacen en secreto" (Ef 5:12). La respuesta a la pregunta del Señor "¿Qué cosas?" se centra en la persona de Jesucristo. Hay una breve frase de tres palabras pero muy significativa: "Pero nosotros esperábamos" (Lc 24:21). Luego de la introducción, los dos discípulos se animan a expresar su opinión y posición. Aunque los principales sacerdotes y los gobernantes le dieron sentencia de muerte "nosotros esperábamos". En sentido figurado, la iglesia del Señor, todos los creyentes en todo el mundo, se encuentra en la misma expectativa que estos dos discípulos. Miramos a nuestro alrededor y vemos indiferencia hacia las cosas eternas y en muchos lugares persecución al punto de que los cristianos son asesinados. Pero igual que los discípulos nosotros podemos decir "pero nosotros esperábamos". Pero no debemos quedarnos aquí. El verbo "esperar" tiene tres tiempos básicos que todos conocemos. Decimos "esperamos" y "esperaremos" el cumplimiento de su bendita promesa: "Amados, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Jn 3:2). Y lo que los creyentes tendríamos que estar esperando es su segunda venida. "Y si me fuere y os preparare lugar vendré otra vez y os tomaré a mí mismo para que donde yo estoy vosotros también estéis" (Jn 14:3). Pero estos hombres tienen sus dudas. "También nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, diciendo que habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive, y algunos de los nuestros fueron al sepulcro y hallaron como las mujeres habían dicho, pero a él no lo vieron". Se sugiere que están diciendo algo así: Si lo hubiéramos visto estaríamos totalmente convencidos. De haberlo mirado estaríamos radiantes de alegría. Si lo hubiésemos contemplado no sentiríamos ese peso que nos agobia. Tras haberle reconocido, Él desaparece, pero no como quien se esfuma en el aire. La Escritura nos dice que "desapareció de su vista" (Lc 24:31). No lo podían ver con sus ojos pero el Señor en su misericordia nunca se ausenta de los suyos. Por eso el Salmista declara: "Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra nunca seré conmovido" (Hch 2:25). "Y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?". Recién ahora se van dando cuenta; mientras escuchaban al Mesías, en forma progresiva, una transformación se produce en sus corazones. El cambio no es inmediato sino paulatino. No pueden expresarlo de otra manera que confesando: "nuestro corazón ardía". Durante el ministerio de la Palabra de Dios dado con el poder del Espíritu Santo, se produce el ardor en nuestro corazón. Los sermones hechos con el poder del ego y el cerebro pueden ser muy entretenidos, interesantes e instructivos pero no producen ardor en el corazón. ¡Qué el Señor nos ayude para que nuestro corazón siga ardiendo como una antorcha que da luz y calor en este mundo de oscuridad y frialdad! El líder que hay en cada uno Hablar del Señor Jesús como líder nos hace sentir infinitamente incapacitados de aún poder captar algo de ese aspecto de su bendita persona (Mt 23:10). Muchas veces los dirigentes utilizan su habilidad mental y su capacidad de expresión para obtener un puesto de importancia y poder. Eso nunca fue el caso con el Mesías. Su mirada nunca estuvo dirigida a obtener la aprobación de los hombres sino la de su Eterno Padre. Observamos aquí al Señor Jesús tomando especial interés en dos creyentes que al parecer no son de los principales de los seguidores del Nazareno. Pero El se preocupa y ocupa de cada uno de ellos. Estos dos individuos comenzaron tristes y desconsolados su camino porque pensaban que todo estaba terminado. Pero acaban el día con sus corazones ardiendo de amor hacia ese maravilloso Salvador. El escuchar el ministerio de la Palabra y la iluminación del Espíritu Santo produce esa transformación. Vemos esa combinación de ternura, compasión y paciencia en el trato de Jesucristo con esos dos discípulos. Les interroga por la razón de su tristeza que es tan obvia en sus rostros. El los escucha atentamente y luego les pregunta: "¿Qué cosas?". La mayoría de los líderes humanos actúa en base a protocolos que se usan casi siempre indiscriminadamente; ejecutan lo que han decidido en su mente crear, o aplican lo de la organización en la cual funcionan. El Redentor procede en cada situación en relación al conocimiento que Él tiene de cada individuo de su creación. Trató a la mujer adúltera con todo respeto (Jn 8) y a la mujer samaritana que había tenido 6 hombres en su vida con paciencia y deferencia (Jn 4).

sábado, 16 de marzo de 2019

“LLAMÓ A LOS DOCE DISCÍPULOS Y COMENZÓ A ENVIARLOS DE DOS EN DOS”

Misión de los doce discípulos - Marcos 6:7-13 "Después llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos. Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, sino que calzasen sandalias, y no vistiesen dos túnicas. Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar. Y si en algún lugar no os recibieren ni os oyeren, salid de allí, y sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio a ellos. De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra, que para aquella ciudad. Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen. Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban." Al terminar el párrafo anterior vimos que Jesús "recorría las aldeas de alrededor enseñando". Fue después de esto cuando "llamó a los doce y comenzó a enviarlos". Ya dijimos que el rechazo de la gente en Nazaret no podría detener la misión del Hijo de Dios mientras hubiera un mundo necesitado de escuchar el Evangelio del Reino de Dios. En cuanto al propósito de enviar a los doce a predicar, no sólo tenía la finalidad de extender el Reino, sino que también servía para que los apóstoles ganaran experiencia y especialmente aprendieran a confiar en el Maestro estando alejados de él. Este tipo de entrenamiento tendría que prepararles para el día cuando el Señor, una vez finalizada la Obra de la Cruz, regresara al cielo y ya no estuviera presente en medio de ellos. Las instrucciones que el Señor dio aquí a los doce se encuentran ampliadas en el evangelio de Mateo (Mt 10:5-42). "Llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos" Como siempre, el llamamiento al servicio procede del Señor mismo. Sobre la forma en que los envió, "de dos en dos", tenemos mucho que aprender, tal como enseñaba el sabio de Eclesiastés: (Ec 4:9-12) "Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; más ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto" Podríamos enumerar algunas de las ventajas de esta medida: Permitiría la comunión fraternal entre ellos. Serviría de mutuo socorro ante las adversidades. Podrían aconsejarse mutuamente ante las dificultades. Recibirían ayuda y aliento el uno del otro. Según la ley, serían testigos válidos al ser al menos dos. Este principio que el Señor estableció aquí fue observado también en la primera extensión del Evangelio que nos relata el libro de Hechos. Pedro y Juan, Pablo y Bernabé, Pablo y Silas, Bernabé y Marcos, son algunos ejemplos notables de este principio. Seguramente, esta sea una de las asignaturas pendientes del cristianismo contemporáneo: aprender a trabajar conjuntamente con otros hermanos en la obra de Cristo. "Les dio autoridad" En la Biblia, el concepto de autoridad siempre proviene de Dios. Los hombres tienen autoridad porque Dios se la da. Los padres tienen autoridad sobre los hijos porque Dios se la ha dado (Dt 5:16), igual que los gobernantes de este mundo sobre sus súbditos (Ro 13:1), o los pastores en la iglesia (He 13:17), o los jefes sobre sus empleados (Ef 6:5), o los maridos sobre sus mujeres (Ef 5:22). Esto quiere decir, por ejemplo, que si un hijo desobedece a su padre, también está desobedeciendo a Dios. Como hemos dicho, la fuente de la que surge toda autoridad es Dios, o lo que es lo mismo, el Señor Jesucristo. Él afirmó: (Mt 28:18) "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra". Él quiso dejar claro que todo cuanto existe, "en el cielo y en la tierra", está incluido bajo el ámbito de su autoridad. Y si observamos con atención lo que ya hemos estudiado del Evangelio de Marcos, veremos que muchos de los relatos han tenido como finalidad enfatizar esta autoridad. (Mr 1:22) Tenía autoridad en la enseñanza de la Palabra. (Mr 1:27) Sobre los espíritus inmundos. (Mr 2:10-12) Para perdonar pecados. (Mr 4:39-41) Sobre las fuerzas de la naturaleza. (Mr 5:39-42) Sobre la muerte. Era fundamental que antes que los doce fueran enviados a predicar, estuvieran plenamente conscientes de que quien les enviaba tenía toda la autoridad. En realidad, cuando Jesús estaba enviando a los doce a predicar el Evangelio del Reino, lo que estaba haciendo era enviarlos a reclamar su autoridad sobre este mundo. Él es el único que tiene el derecho legítimo de exigir lealtad a todas las personas que existen en este mundo. Y notemos que la forma de hacerlo, no era hablando a cada persona desde el cielo, sino enviando a sus discípulos en su nombre y con su autoridad. (Mt 10:40) "El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió." En esto consiste la verdadera evangelización, en hacer un llamado a las personas de toda índole para que reconozcan la autoridad de Jesús en sus vidas. Por esta causa, los discípulos de Jesús deben estar preparados para el rechazo. El mismo Señor anunció que esto ocurriría: (Jn 15:18) "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros." (Mr 6:11) "Y si en algún lugar no os recibieren ni os oyeren..." El rechazo no debe sorprendernos, especialmente en tiempos de relativismo como los nuestros, cuando las personas no aprecian la verdad objetiva e inalterable. En este contexto, predicar que a Cristo le corresponde toda la autoridad, será visto por el mundo como una actitud arrogante que no tiene en consideración las otras creencias o a otros líderes religiosos del pasado o del presente. Por esto es prioritario que cualquiera que vaya a predicar el Evangelio de Cristo, esté plenamente seguro de su autoridad. "No llevéis nada para el camino" Los discípulos de Jesús no debían llevar provisiones para el camino, sino confiar en Dios para todo. Es lo que llamamos, "vivir por fe". Esta sencillez contrasta con el lujo y lo costoso de los viajes de muchos líderes religiosos modernos que pretenden ir en el nombre de Cristo. Por ejemplo, en julio de 2006, Benedicto XVI estuvo 26 horas en Valencia, España, y a día de hoy todavía se desconoce cuántos millones de euros gastó la Generalitat Valenciana en su viaje relámpago. A falta de información oficial, la oposición calculó que el gasto rondó los 60 millones de euros. Pero no es menos escandaloso el lujo y la ostentación de algunos famosos telepredicadores evangélicos que gustan de viajar en aviones privados, desplazarse en limusinas y ocupar las habitaciones más caras de los hoteles. Es incomprensible que estas personas, que no sólo no obedecen los mandamientos del Señor, sino que además en muchos casos hagan alarde público de su alto nivel de vida, todavía tengan miles de seguidores, que ingenuamente contribuyen para que puedan seguir manteniéndolo. Tan culpables son los unos como los otros. Los discípulos del Señor sólo debían llevar su báculo y la ropa puesta. No debían llevar nada más para el viaje. Esto podría parecer una locura, pero les serviría para comprobar la ayuda constante de Dios. Ellos deberían mirar hacia arriba esperando en Dios para el suministro de las cosas necesarias, y evitar la tentación de mirar a los hombres o de fijarse en las circunstancias. Por supuesto, cuando regresaron de esta misión, y de otras a las que el Señor les envió, ninguno se lamentó porque les hubiera faltado algo, más bien volvían llenos de gozo y de admiración por la ayuda del Señor. En este punto no podemos dejar de preguntarnos hasta qué punto muchos de los misioneros modernos conservan este espíritu. Hemos conocido a hermanos con interés de salir a la obra del Señor y que han acudido a una misión en busca de apoyo y que no han tomado la decisión de ponerse en marcha en tanto que no han conseguido garantizar ciertos ingresos. ¿Dónde queda la fe y la confianza en el Señor de la mies? Por supuesto, no somos quiénes para juzgar, pero tal vez habría que reflexionar sobre este particular y volver a la enseñanza del Señor Jesús. En una ocasión un veterano hermano decía: He conocido misioneros que siempre están trabajando buscando fondos, y estos siempre se están quejando de que nunca tienen lo suficiente. Conozco a otros muchos que siempre están trabajando para el Señor sin preocuparse por el dinero, y éstos siempre tienen lo necesario. "Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella" La generosa hospitalidad del Oriente de aquellos días había de suplir casa y pan. Lamentamos que esta visión se ha perdido en algunos países, donde es frecuente encontrar que cuando un hermano es invitado por la iglesia a predicar, se le hospeda en un buen hotel de la ciudad. Sin duda, muchas veces se adoptan estas decisiones pensando en la comodidad del misionero, pero en otras, es porque las familias han perdido la práctica de la hospitalidad, y con ello una gran bendición del Señor (He 13:2). Ellos debían estar en la misma casa hasta que salieran de la ciudad. Tendrían que evitar, por lo tanto, cambiar de una casa a otra, tal vez buscando mejores alojamientos. Esto daría lugar a rivalidades y chismorreos que debían ser evitados (1 P 4:9). El siervo del Señor debe caracterizarse por la sencillez y no debe buscar este tipo de cosas. "Si en algún lugar no os recibieren ni os oyeren, salid de allí" Su misión se debía llevar a cabo desde el respeto a la libertad humana. El Evangelio sólo puede ser ofrecido, nunca impuesto. En el caso en que las personas no quisieran recibir ni oír a los misioneros, éstos debían salir de allí. No es fácil saber en qué momento debemos abandonar los esfuerzos misioneros en un lugar concreto por la falta de respuesta positiva al Evangelio. El misionero siempre tendrá el deseo en su corazón de perseverar en su empeño de predicar el evangelio mientras ora por las personas, pero al mismo tiempo, debe estar atento a la dirección del Señor que le puede llevar a otro lugar como consecuencia de un reiterado rechazo. Sin duda, estas decisiones nunca son fáciles de tomar, y como siempre, el Señor tiene la última palabra. En cualquier caso, el rechazo nunca debe paralizar al misionero. Si éste ocurriera, deberían sacudir "el polvo que estaba debajo de sus pies para testimonio a ellos" y continuar rumbo a otra ciudad. "Sacudir el polvo de las sandalias" era una forma gráfica de manifestar su repulsa. Según la ley rabínica, cuando un judío entraba en Israel viniendo de un país gentil, debería sacudirse todas las partículas de polvo de la tierra inmunda. Así que venía a simbolizar que aquella ciudad que rechazara el anuncio del evangelio sería considerada como un lugar pagano. "En el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra" A los discípulos no se les mandó ejecutar ningún juicio sobre aquellos que rechazaran el Evangelio. ¡Cuántas guerras se habrían evitado en este mundo si algunas religiones, muy mal llamadas cristianas, hubieran atendido a este principio! ¡Con cuánta facilidad el espíritu religioso pagano, siente el deseo de utilizar la fuerza contra aquellos que no comparten sus creencias! El verdadero cristiano sabe que él no es llamado a ejecutar ningún tipo de juicio, aunque es plenamente consciente de que hay un día de juicio para aquellos que rechazan el evangelio. Esta es una de las razones por las que siente el deseo de trabajar más arduamente en la predicación del evangelio, orando incesantemente por las almas que están en el camino de la perdición eterna. La declaración del Señor no sólo anuncia que habrá un juicio, sino también el criterio con el que se llevará a cabo: a mayor revelación, mayor responsabilidad. Aquellos que escucharan el evangelio predicado por el Señor y sus discípulos tendrían una luz mucha más clara que la que tuvieron los habitantes de Sodoma y Gomorra, por lo tanto, la dureza del juicio también sería mayor... ¡Y el juicio sobre estas dos ciudades no fue liviano! "Saliendo, predicaban que los hombres se arrepintieran" La primera parte de su misión estuvo dedicada a la predicación: "predicaban que los hombres se arrepintieran". Notemos que su misión fue una extensión de la del mismo Señor: (Mr 1:14-15)"Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio". Ellos no inventaron el mensaje, no predicaron lo que a ellos les parecía, sus propias opiniones, sino lo que Jesús les había encargado. El tema principal de su mensaje tenía que ver con el "arrepentimiento". 1. ¿Qué es el arrepentimiento? Es un cambio interno de la mente y el corazón que va seguido por un cambio de vida que produce frutos en una nueva conducta. No es algo sensiblero, sino algo revolucionario. Es mucho más que sentir pena o pesar por algún pecado cometido. El arrepentimiento implica darse cuenta de que el camino que se ha estado siguiendo era equivocado. Es algo radical que supone un cambio total de la vida de arriba abajo. Si alguien quiere hacerse cristiano tendrá que hacer un montón con todos sus pensamientos, costumbres y carácter, toda su vida hasta aquel momento, prenderle fuego y dejar que se reduzca a ceniza, y entonces llenarse de una vida totalmente diferente y un alma totalmente nueva. El arrepentimiento es mucho más que dejar algún vicio y sustituirlo por alguna obra religiosa. Pensemos en una ilustración: imaginemos que un hombre va al médico y éste le diagnostica que tiene los pulmones y el corazón deshechos por causa del tabaco. El enfermo entonces se arrepiente de haber fumado por tanto tiempo, y toma la decisión de dejarlo. ¿Solucionará esto el problema? El médico le tiene que decir que la situación es demasiado grave y que sólo un trasplante de pulmones y corazón podría solucionar el problema. Y aquí es donde está la clave del asunto: dejar un pecado concreto y sustituirlo por unos hábitos más saludables no soluciona el problema, es necesario un nuevo corazón. Pero muchas personas no están dispuestas a "arrepentirse" a este nivel más profundo porque no quieren aceptar el diagnóstico que Dios hace de ellas, no creen que su situación sea tan grave. Pueden llegar a estar de acuerdo con Dios en que algunas cosas realmente están mal en sus vidas y hay que cambiarlas, pero no están dispuestas a aceptar que su condición de pecadores sea tan grave. Quienes piensan así, rechazan el concepto de arrepentimiento tal como Dios lo expone en su Palabra. Ahora bien, imaginemos que el enfermo decide someterse al trasplante de corazón y pulmones. ¿Qué le aconsejará el médico después de la operación? Pues que es un buen momento para dejar de fumar, porque ya ha tenido ocasión de comprobar lo perjudicial que esto resulta para su salud. Y de igual manera, una vez que nos arrepentimos al nivel profundo que Dios exige, luego también tenemos que hacerlo a este otro nivel, dejando aquellos pecados concretos que tanto daño nos hacen y que suponen un obstáculo para una buena comunión con Dios. El verdadero arrepentimiento significa abandonar la forma en que nos vemos a nosotros mismos y aceptar el veredicto de Dios. 2. ¿Por qué era tan importante predicar el arrepentimiento? Básicamente, porque no hay otro camino para entrar en el Reino de Dios que el del arrepentimiento. El pecado deshorna a Dios (Lc 15:21), y nos pone en deuda con él (Lc 11:4), y la única manera para poder disfrutar de su perdón y restablecer el honor divino que nosotros difamamos mediante nuestra conducta o actitud denigrante hacia él, es el arrepentimiento. 3. El llamado al arrepentimiento es urgente Dios es misericordioso y ofrece perdonar al pecador que se arrepiente, pero también advierte que llegará el día en que aquellas personas que hayan rechazado su ofrecimiento perecerán en el juicio de Dios (Mr 6:11). Y este día del juicio está llegando. Jesús comenzó su predicación del arrepentimiento diciendo que "el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado" (Mr 1:15). "Y echaban fuera muchos demonios y sanaban muchos enfermos" Esto venía a ser una demostración de la realidad y la naturaleza del Reino de Dios que anunciaban. Se trataba de lo que el escritor de Hebreos (He 6:5) describiría como "los poderes de la era venidera" que irrumpían en el mundo para sanar y para salvar. Al mismo tiempo, acreditaban a los discípulos de Jesús como sus mensajeros. Predicaban lo mismo que Jesús y hacían las mismas obras que él. También ungían a los enfermos con aceite. Posiblemente Marcos alude a la práctica que realizaban los presbíteros de la iglesia a la que se dirige Santiago. (Stg 5:14) "¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor." La misión dura mientras dure este mundo No debemos pensar que la misión era sólo para aquellos pocos discípulos y por un corto espacio de tiempo. La misión dura todavía y todos los discípulos de Jesús somos llamados a participar en ella. (Mt 28:19-20) "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén."

domingo, 10 de marzo de 2019

“YO SÉ QUE MI REDENTOR VIVE, Y AL FIN SE LEVANTARÁ SOBRE EL POLVO; Y DESPUÉS DE DESHECHA ESTA MI PIEL, EN MI CARNE VERÉ A DIOS.”

Job - Probado y bendecido (Job 1) Job y su familia El patriarca se había levantado temprano como era su costumbre. Recordó entonces que sus hijos iban a reunirse para festejar el cumpleaños de uno de ellos. Entonces, de acuerdo a lo que solía, ofreció holocaustos en caso que sus hijos hubiesen pecado contra el Santísimo. La jornada iba transcurriendo como siempre. Pero declinando la tarde sucedió algo que nunca olvidaría. Todos los hermanos y las tres hermanas se habían reunido en la casa del primogénito del bien conocido hacendado de la zona. Los siete hijos iy las hijas hablaban animadamente sobre las cosas que habían pasado en los últimos días. El menor de ellos interrumpió para decir: — ¡Yo voy a ser el primero de todos en casarme! Las tres hermanas reían: — ¡No te puedes casar antes que nosotras que somos mayores! Las comidas eran servidas en grandes fuentes por los criados. Cordero hecho a las "brasas" era uno de los platos favoritos. Toda clase de frutas de la zona: uvas grandes y bien dulces así como higos y dátiles en abundancia. Todo esto acompañado por el mejor vino de la región que había empezado a hacer sus "efectos". Las bromas, los comentarios y las risotadas eran cada vez más fuertes. De repente aparece uno de los criados jóvenes: — Patroncito, ¡parece que se viene una gran tormenta! El cielo se había oscurecido de forma tal que parecía casi de noche. El viento que había estado soplando fuerte, ahora se había detenido por completo. Las hojas de las palmeras estaban paralizadas. Entonces, de la parte inferior de una de esas nubes muy amenazadoras empezó a subir y a bajar algo parecido a la trompa de un elefante. La parte inferior, pequeña, y la de arriba grande como si fuera un embudo gigante. Adentro, los jóvenes siguen su fiesta como si no pasara nada. Después de todo, ellos ya habían visto muchas tormentas y tras unos rayos, truenos y fuerte lluvia todo se aclaraba. El criado vuelve a entrar en la sala y grita: — ¡Patroncito, se viene! — ¿Qué se viene?, pregunta el dueño de casa. Momentos después, grandes piedras de granizo del tamaño de una manzana empiezan a caer, haciendo tal estrépito como si fueran lanzadas por catapultas para perforar techos y paredes. De momento, el ruido se detiene y se oye un sonido que ellos nunca habían escuchado antes. El chirrido va en aumento. Hoy diríamos que parece el ruido de un antiguo ferrocarril que se está descarrilando. El tornado hace pedazos la casa como si fuera de cartón y masilla. Las grandes vigas de madera que sostienen el techo caen sobre los jóvenes y sus criados. Los pedazos de escombros son lanzados como si fuera metralla y dan contra los cuerpos de los infortunados. Sólo uno de los sirvientes, resguardado en un aljibe seco, pudo sobrevivir. La tormenta lentamente se aleja y el sol vuelve a brillar con fuerza. Los cuervos hacen grandes círculos como si supieran exactamente lo que ha pasado. El criado corre a la casa del padre de los jóvenes. A sus gritos sale Job, pálido y tembloroso. Viendo al mensajero exhausto y agitado atina a preguntar: — ¿Cómo están mis hijos? El criado estremecido y llorando dice: — Un gran viento vino del lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa la cual cayó sobre los jóvenes y murieron, y sólo yo he quedado. — ¡Esto es lo último que me faltaba! — dice Job y cae de rodillas. Un rato antes había llegado un primer mensajero con malas noticias: — Estaban arando con los bueyes y las asnas paciendo cerca de ellos, y acometieron los sabeos y los tomaron y mataron a los criados a filo de espada, solamente escapé yo para darte la noticia. Unos minutos después había aparecido otro mensajero quien dijo: — Fuego de Dios cayó del cielo que quemó las ovejas y a los pastores y los consumió; solamente escapé yo para darte la noticia. Tras él, otro mensajero había traído la noticia de la invasión de los caldeos con el robo de los camellos y la muerte de sus cuidadores. Aunque estas pérdidas fuesen considerables, ninguna noticia fue más infausta que la última, aunque aquí hemos trastocado el orden expresamente. Los días pasan muy lentamente y ese cielo azul ahora parece muy gris. Llegan los tres "amigos" y Job se defiende y proclama una y otra vez su inocencia. Es después del discurso de uno de esos "consoladores" (Bildad), que Job pronuncia una de las frases más hermosas del Antiguo Testamento: (Job 19: 25) "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne veré a Dios." Han pasado los años, Job ha sido curado de su enfermedad. Dios le ha bendecido abundantemente. El Eterno le ha devuelto nuevamente siete hijos y tres hijas que son las mujeres más hermosas de la tierra. La historia bíblica y nosotros ¿Por qué Dios permite que algunos creyentes sufran tanto? Algunos podrían insinuar que si los malos y perversos sufrieran, esto serviría como una especie de castigo. Otros dirían que hay personas que viven como si Dios no existiera, ni un día tuvieran que darle cuenta. En este caso quizás el sufrimiento y la prueba tendrían como fin que el ser humano se acerque de nuevo a Dios. Otros quizás se atreverían a sugerir que los creyentes "mundanos" sufren para que como resultado se vuelvan más "espirituales". Pero Job es un hombre ejemplar. Es un hombre piadoso que está consciente de la posibilidad que sus hijos pequen y actúa ante esa eventualidad. Es a través de todas esas pruebas que aprenderá principios que antes desconocía. La última será una enfermedad muy seria de la piel, con una picazón o prurito severo que le afligirá día y noche. Este hombre ha perdido mucho. Sus hijos han muerto trágicamente. Gran parte de su capital ha desaparecido. Le queda esa esposa que lo irrita más con su famoso "bendice a Jehová y muérete". A pesar de todo él sigue fiel a ese Dios que es todopoderoso. Su cónyuge no puede creer ni entender que Dios puede tener un plan en su vida. Y nosotros hoy estamos en una situación similar. Puede ser que creamos que Dios no tiene nada que ver con lo que nos sucede, y por lo tanto estamos solos, y si este es el caso, la única solución es "sálvese quien pueda". O por el contrario aceptamos lo que la Biblia enseña: El Eterno está sentado en su trono y nada puede pasar sin su permiso. Observamos que el texto sagrado nos dice que ese mismo día (Job 1:5) Job ofrecía holocaustos por si acaso sus hijos hubiesen pecado contra Dios. Sin embargo, ese sacrificio no impide que la catástrofe ocurra. Nosotros nos preguntamos cómo es posible que algo malo nos pase cuando específicamente hemos pedido a Dios para que esto no suceda. Los ataques satánicos se parecen a esas oleadas de la fuerza aérea durante la segunda guerra mundial: viene primero una, un poco después otra y luego otra, y así sucesivamente. En el primer "bombardeo" pierde algunos criados, bueyes y asnas (Job 1:15). En la segunda oleada mueren los pastores y las ovejas. Son quemados por "fuego del cielo" que el criado erróneamente atribuye a Dios (Job 1:16). En el tercer asalto son los "caldeos que formaron tres escuadrones y arremetieron contra los camellos y se los llevaron y mataron a filo de espada a los criados" (Job 1:17). La cuarta embestida es brutal: sus siete hijos y tres hijas mueren por lo que hoy parecería que es la descripción de un tornado. En la quinta ofensiva pierde su salud. También de una manera no deliberada lo atacan sus tres amigos. Ellos son bien intencionados y tratan de decirle de distintas maneras que Job ha pecado y todo lo que le sucede es un castigo por esa falta. Cuando viene el cuarto amigo que es Eliú, este le dice que debe arrepentirse y someterse a Dios y que como resultado de estas tribulaciones será purificado y refinado. Es al final del libro (capítulos 38 al 40) que Dios le responde a Job haciéndole preguntas. La argumentación divina es aplastante: El argumento de la existencia divina desde la eternidad: "¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas si lo sabes? ¿O quién puso su piedra angular?" (Job 38:4-5). La prueba de su grandeza y omnipotencia: "¡Quién encerró con puertas el mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno?" (Job 38:8). Dios en su misericordia y paciencia le explica y muestra a Job todo lo que El hace (capítulos 38 al 41). Llegamos así al capítulo final donde Job responde con sinceridad y humildad. Reconoce la OMNIPOTENCIA de Dios: "yo conozco que todo lo puedes" (Job 42:2). También su OMNISCIENCIA: "no hay pensamiento que se esconda de ti". Se da cuenta que su conocimiento de Dios era parcial e incompleto. Es así que expresa: "De oídas te había visto; mas ahora mis ojos te ven" (Job 42:5). Si yo cierro mis ojos y escucho un sonido puedo tratar de adivinar de donde procede. El ruido parece venir de una máquina de cortar el césped o de una "aspiradora". Pero al abrir los ojos es cuando muchas veces podemos darnos cuenta que era otra cosa. Al final de la historia vemos a Job que no sólo ha recuperado todas las cosas que perdió, sino que le han sido duplicadas. El número de animales en su hacienda ha sido doblado. Tiene otra vez siete hijos y tres hijas y estos no han sido duplicados porque los otros que murieron durante el tornado estarán con él en la eternidad. Se remarca que las hijas son las más hermosas de la tierra, destacando en esto la bendición especial del Señor. Como un ejemplo más de la misericordia de Dios se nos dice que alcanza a ver hasta sus bisnietos. Una de las frases más preciosas de la Biblia la pronuncia Job: (Job 19:25) "Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios." Sobre este verso se basa una de las arias más hermosas del oratorio "El Mesías de Handel". Comienza diciendo "yo sé", es decir, tiene la certeza. Y continúa: "que mi Redentor vive". Aquí la palabra "Redentor" adquiere el sentido del que reivindica. No es un redentor o reivindicador muerto o inexistente; es uno que tiene vida, es decir, vive. "Y al fin se levantará sobre el polvo" nos da una imagen de la resurrección. "Y después de deshecha esta mi piel". Esta misma piel que le ha sido un sufrimiento severo y continuo. "En mi carne he de ver a Dios". Ahora es la resurrección del hombre que está sufriendo, es decir, Job. Hemos visto que hay varios "ataques": El primero, el de los sabeos y la muerte de los criados y el robo de los animales, no necesita explicación. El segundo es difícil de comprender. Se nos dice en (Job 1:16) "fuego cayó del cielo y quemó las ovejas y a los pastores, y los consumió". Sería difícil de explicar el "fuego del cielo" como una gran tormenta eléctrica con rayos que hacen un tremendo daño, considerando lo grande del rebaño (siete mil ovejas) paciendo a cierta distancia una de otra en un extenso campo. En el Antiguo testamento hay un relato de caída de fuego del cielo en (1 R 18:38). En este caso Elías hace caer fuego del cielo y se consume el holocausto y la leña y las piedras del altar. De nuevo en (2 R 1) desciende fuego del cielo que consume al primer capitán con sus cincuenta soldados y nuevamente al segundo capitán con sus cincuenta hombres. Es a este episodio que los discípulos se refieren cuando le sugieren al Señor Jesús que envíe fuego del cielo para consumir a los samaritanos que no han aceptado a Jesucristo y a su grupo en el pueblo (Lc 9:54). En la Biblia hay dos menciones sobre Job afuera del libro del propio nombre. La primera está en Ezequiel: "si una tierra peca contra mí cometiendo grave infidelidad y yo extiendo sobre ella mi mano y quebranto su sustento de pan y envío hambre y extermino en ella hombres y animales, si en medio de ella estuviesen estos tres hombres, Noé, Daniel y Job por su justicia ellos librarán sus propias vidas, dice el Señor Dios" (Ez 14:13-14). La segunda está en (Stg 5:1): "He aquí tenemos por bienaventurados a los que perseveraron. Habéis oído de la paciencia (perseverancia) de Job y habéis visto el propósito final del Señor, que el Señor es muy compasivo y misericordioso". Los expertos nos dicen que la palabra aquí que a menudo se traduce como "paciencia", realmente significa perseverancia en circunstancias difíciles. Alguien ha dicho que Job, a pesar de la frase común "la paciencia de Job", no personifica perfectamente esta virtud. A veces, parecería que no puede aguantar más y dice a sus "consoladores": "porque ciertamente vosotros sois fraguadores de mentira, sois todos vosotros médicos nulos" (Job 13:4). También en (Job 16:2): "Muchas veces he oído cosas como estas, consoladores molestos sois todos vosotros". Una de las tantas lecciones que aprendemos de este libro, es el peligro de tratar las causas y razones de las desgracias o tragedias en la vida de otros seres humanos. Sin duda, uno de los grandes temas es el de la soberanía de Dios. El Omnipotente le permite a Satanás actuar y aún usar lo que parecen fuerzas naturales en contra de Job. Sería difícil perder tanto como este hombre de Dios. Vemos al final del libro que el Eterno honra a este hombre piadoso y es abundantemente bendecido. Pero en realidad, en este mundo no siempre es así. A veces la bendición no se ve en esta tierra ni en esta vida. Pero las Escrituras siguen firmes: "a los que a Dios aman todas las cosas les ayudan para bien" (Ro 8:28). Pero ¿qué podemos hacer nosotros cuando la tragedia nos ataca? Puede ser la crisis económica del desempleo, problemas de familia, enfermedades crónicas o agudas, accidentes o fenómenos climáticos con sus desastrosas consecuencias. Si tratáramos de comparar lo que le sucede a Job con las dificultades de nuestros días podríamos ver ciertos paralelismos. El ataque de los sabeos robando los bueyes sería semejante a una crisis energética dado que estos animales se utilizaban para el trabajo incluyendo la siembra de alimentos. El robo de los camellos que en esa sociedad eran utilizados como medio de transporte de personas y mercancías es un golpe que hoy designaríamos como una "crisis en el transporte y comunicaciones". Cuando la situación climática cambiaba como durante grandes sequías, los pueblos antiguos organizados como "tribus", optaban frecuentemente por movilizarse a otro lugar. Esa posibilidad ahora no existe. Las ovejas muertas de esa manera tan inusual, generarían una crisis en la alimentación y en el vestido. La últimas palabras de Job son (Job 42:45): "De oídas te había oído mas ahora mis ojos te ven. Por lo tanto me aborrezco en polvo y ceniza". Todas estas pruebas brutales han tenido como resultado un conocimiento profundo de la persona y naturaleza de Dios, de tal forma que Job considera que el conocimiento que tenía de la divinidad era de "segunda mano" pero ahora es real. Termina la historia diciéndonos que "Dios quitó la aflicción de Job cuando él hubo orado por sus amigos" (Job 42:10). "Bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero" (Job 42:12). Cuando el creyente hoy va a través de las pruebas no lo hace en una situación de soledad y aislamiento. El Señor Jesús dijo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28:20). Tenemos el canon completo de la Sagradas Escritura, que nos instruye y consuela, cosa que Job no poseía. Poseemos también la guía y dirección del Espíritu Santo cuyo nombre es el Consolador enfatizando una de sus tantas benditas funciones. Y nos gozamos igualmente de la obra de intercesión del Señor Jesucristo a nuestro favor: "Viviendo siempre para interceder por ellos" (He 7:25). Esto no lo pudo decir ningún santo del Antiguo Testamento. No podemos dejar de fortalecernos en las palabras del Apóstol: "Pero fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" (1 Co 10:13). El líder que hay en cada uno Job es un líder en lo comercial y económico como lo atestigua no solamente los miles de ovejas y camellos, sino que la Escritura nos declara "era aquel varón más grande que todos los orientales" (Job 1:3). Pero sin duda, por encima de todo, era un líder espiritual. Es el mismo Todopoderoso quien le dice a Satanás: "¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal"? Uno de los problemas que enfrenta el líder es cuando hay una crisis en su propia vida o en la familia inmediata. Son aquellos mismos que lo admiraban, y algunos que quizás lo envidiaban, los que van a juzgar y deducir conclusiones erróneas. Esto es exactamente lo que hace Elifaz en su primer discurso: "He aquí tu enseñabas a muchos, y fortalecías las manos débiles; al que tropezaba enderezaban tus palabras, y esforzabas las rodillas que decaían. Mas ahora que el mal ha venido sobre ti, te desalientas" (Job 4:3-5). Por eso Pablo nos alerta: "sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Co 9:27). Nos referimos a los casos en que el líder sufre por su fidelidad al Señor y no por haber caído en pecado o su propia falta de cordura. En estos casos, como le ocurrió a Job al final de su prueba, el Eterno lo bendice por su lealtad y constancia: "Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero" (Job 42:12).

lunes, 25 de febrero de 2019

“PORQUE LES ENSEÑABA COMO QUIEN TIENE AUTORIDAD, Y NO COMO LOS ESCRIBAS”

Jesucristo LA narración que hace Mateo de la inestimable predicación que nosotros conocemos como el Sermón del Monte, concluye con una potente afirmación propia que se refiere al efecto que las palabras del Maestro surtieron en la gente: “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.”a Una de las más notables características del ministerio de Cristo fue su completa abstención de pretender autoridad humana alguna para sus palabras o hechos; la comisión que afirmaba tener era la del Padre, que lo había enviado. Sus discursos, ora dirigidos a multitudes, ora pronunciados en soledad relativa a unos pocos, se hallaban libres de las citas forzadas que eran el deleite de los maestros del día. Su declaración autoritativa, “Yo os digo”, reemplazó la invocación de autoridades, y sobrepujó todo conglomerado posible de mandamientos o inferencias establecidos como precedente. En este respecto sus palabras se distinguían esencialmente de los eruditos discursos de los escribas, fariseos y rabinos. En todo su ministerio se manifestaron un poder y autoridad inherentes que fueron superiores a la materia y fuerzas de la naturaleza, a los hombres, a los demonios, a la vida y la muerte. Conviene ahora a nuestro propósito considerar un número de ocasiones en que se manifestó el poder del Señor en diversas obras grandes.

sábado, 16 de febrero de 2019

CALLA, ENMUDECE - Marcos 4:35-41

(Mr 4:35-41) "Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?" Anteriormente terminamos una sección en la que el Señor había estado enseñando principios fundamentales sobre el Reino de Dios a sus discípulos por medio de parábolas. Ahora comienza una nueva sección (Mr 4:35-5:43) en la que se incluyen una serie de milagros que tienen como finalidad mostrarnos algunos aspectos del poder del Señor. (Mr 4:35-41) Jesús calma la tempestad y se revela como el Señor de la Creación. (Mr 5:1-20) Su encuentro con el endemoniado gadareno pone en evidencia su poder sobre los más fieros satélites del diablo. (Mr 5:25-34) Sana a una mujer con flujo de sangre, demostrando así su poder sobre aquellas enfermedades arraigadas que resisten a todo remedio humano. (Mr 5:21-24,35-43) Resucita a la hija de Jairo, mostrándose vencedor sobre la misma muerte. Las circunstancias En los incidentes anteriores hemos tenido ocasión de ver los efectos que tenía la popularidad en el ministerio de Jesús. Constantemente, dondequiera que iba, se encontraba rodeado por las multitudes que acudían de todas las partes del país buscando ser curados de sus enfermedades (Mr 3:7-12). Tal era la situación que no tenían tiempo ni de comer (Mr 3:20). A lo que hay que añadir las largas sesiones de enseñanza junto con las explicaciones posteriores en la casa. No es de extrañar, por lo tanto, que Jesús estuviera realmente agotado, rendido físicamente, así que, sus discípulos "le tomaron como estaba" para ir al otro lado del lago del mar de Galilea con la finalidad de descansar del bullicio de las multitudes. "Pasemos al otro lado" Aunque seguramente fueron los discípulos los que se encargaron de despedir a la multitud, fue el Señor mismo quien dio la orden de pasar al otro lado. Este detalle se reviste de mucha importancia en vista de lo que más tarde ocurrió. Debemos darnos cuenta que los discípulos se encontraban plenamente inmersos dentro de la voluntad de Dios: acababan de terminar una serie de estudios sobre el Reino de Dios con el mismo Señor como Maestro, y ahora se disponían a ir a la costa occidental del mar de Galilea siguiendo sus indicaciones y fue en este contexto de obediencia a Cristo cuando tuvo lugar la tempestad. Y tenemos aquí una lección muy importante que debemos aprender: el hecho de estar andando fielmente en los caminos del Señor no nos librará de atravesar por las tormentas y tempestades de la vida. El Señor no promete continuos tiempos de bonanza a los suyos, ni que seamos librados siempre de experiencias amargas o de peligro. Pero de lo que sí podemos tener seguridad en estas circunstancias, es de dos cosas: Que el Señor estará con nosotros durante todo el camino. Y de que nada podrá impedir que lleguemos "al otro lado". "Se levantó una gran tempestad de viento" La situación refleja fielmente lo que con mucha frecuencia ocurre en la vida del creyente: tiempos de refrigerio espiritual en la presencia del Señor son alternados con periodos de prueba... y como vemos en este pasaje, todo esto es preparado y dirigido por el Señor mismo. Podemos estar seguros de que Cristo sabía que se iba a levantar una terrible tempestad, pero sin embargo, les hizo cruzar el mar en ese momento. ¿Por qué lo hizo? Porque las situaciones prácticas son la única forma adecuada de completar la enseñanza teórica. Sin duda, había sido muy interesante escuchar al Señor predicando acerca de la importancia de la fe, y de lo que él mismo haría con aquellos que tuvieran fe aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza. Ahora llegaba el momento de poner en práctica la enseñanza: ¿tendrían los discípulos fe en esta nueva situación a la que el Señor les estaba conduciendo? Podemos decir que fue una especie de "examen por sorpresa", y que si el Señor lo planeó así, era porque estaban preparados para ello. Recordemos que al final de nuestro estudio anterior consideramos la forma que el Señor tenía de enseñar y vimos que "les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír" (Mr 4:33). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el Señor creía que ellos estaban preparados para enfrentar una situación así. El nunca nos colocaría en una situación para la que sabe que no estamos preparados y nunca nos dejará solos para salir de ella. (1 Co 10:13) "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis resistir." "Jesús estaba en la popa, durmiendo" Es interesante observar que durante la tempestad, Jesús estaba profundamente dormido en la barca. De este detalle aprendemos varias cosas: Lo primero que se aprecia es la humanidad de Jesús. Después de los grandes esfuerzos de esos días, estaba cansado, agotado, necesitado de descanso y sueño. Así que, ni el rugir de los vientos, ni el embate de las olas, ni el girar y descender de la barca, que rápidamente se anegaba, fueron capaces de despertarle. También debemos aprender de su confianza en el Padre celestial. Su sueño tranquilo en medio del mar agitado nos da a entender su plena confianza en Dios su Padre, seguro de que nunca puede fallar. Nos recuerda también el sueño profundo de Pedro la noche antes de ser ejecutado (Hch 12:6). "Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?" Cuando la tormenta se desencadenó con toda su furia, aquellos hombres llegaron a angustiarse; se sentían como juguetes de la tempestad y en serio peligro de morir ahogados. Recordemos que al menos cuatro de los apóstoles que iban en esa barca eran pescadores que conocían desde su juventud el mar de Galilea y sus tormentas. Esto nos enseña varias cosas: El Señor puso a prueba su fe en el ámbito de su vida cotidiana. Las tribulaciones y pruebas de la vida nos muestran nuestra inutilidad e incapacidad aun en aquello que pensamos "dominar" bien. Finalmente estas situaciones nos quitan todo orgullo y autosuficiencia y sirven para atraernos al trono de la gracia. Por otro lado, mientras ellos luchaban con la tempestad para controlar la barca, el Señor estaba durmiendo. A ellos esto les pareció una actitud un tanto irresponsable, así que le despertaron de forma brusca en medio de acusaciones. Ellos debían estar pensado: "¿cómo puedes estar durmiendo tan tranquilo en medio de la tempestad? Despiértate y ayúdanos". Algunas veces nosotros también atravesamos por situaciones difíciles y tenemos la impresión de que Dios no se interesa por nuestras dificultades, que no contesta a nuestras oraciones. Y casi tenemos la tentación de pensar como Elías les dijo a los profetas de Baal, "¿no estará dormido vuestro dios?" (1 R 18:27). Pero es interesante como Pedro entendió y enseñó lo que aprendió en esta y en otras muchas ocasiones: "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 P 5:7). "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" Parece un poco extraña una pregunta así a unos hombres que estaban en peligro de perder sus propias vidas. ¿Cómo no iban a estar atemorizados? Por supuesto, el temor de los discípulos era natural e instintivo; ¿pero dónde estaba su fe? El Señor puso el dedo en la llaga con su pregunta: "¿Cómo no tenéis fe?". El mayor peligro no era el viento o las olas sino la evidente incredulidad de los discípulos. Y así el Señor indicó algo que ocurre con mucha frecuencia: nuestros mayores problemas están en nosotros, no en nuestro entorno. El Señor esperaba que después de tantas manifestaciones de poder como habían visto de él, ya deberían haber sabido que el barco donde iba el Maestro no podía hundirse. El Señor lo había dicho al comenzar la travesía: "pasemos al otro lado". Esto tendría que haber sido una garantía para ellos. Pero el problema fue que se dejaron llevar por sus sentimientos y emociones en lugar de por la palabra del Señor (una tendencia realmente frecuente en el cristianismo de nuestros días). La importancia de la lección La situación por la que atravesaban, con todo y ser realmente difícil, no tenía punto de comparación con la grave crisis que se desencadenaría en ellos cuando vieran a su Maestro morir en una cruz. El Señor les estaba preparando para ese momento crucial. La lección fundamental que el Señor les intentaba enseñar era la siguiente: el plan divino de la redención de la humanidad no podía zozobrar porque una súbita tempestad hubiese cogido dormido al Mesías. Ninguna fuerza en toda la creación puede destruir su plan para nuestra salvación eterna ni separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro 8:38-39). ¡No existe tempestad tan grande que impida el avance del Reino de Dios sobre esta tierra! Y de la misma manera, los planes asesinos de los judíos, que llevaron a Cristo a una cruz, tampoco podrían impedir que Dios completara su plan de salvación. Pero hemos de admitir que esta lección era tan sublime e inaudita, tan por encima de toda experiencia normal, que necesitaban muchas lecciones y una larga disciplina para aprenderla bien. De hecho, no llegaron a comprenderla plenamente hasta después de su resurrección. "¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?" Pero aun había otra cosa que debían aprender: el hombre que dormía sobre el cabezal era nada menos que Dios manifestado en carne. Cuando se levantó, con una autoridad natural, mandó al viento furioso y al mar embravecido que callaran e inmediatamente se hizo grande bonanza. Seguramente ellos recordarían las palabras del salmista: (Sal 89:8-9) "Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas". Este incidente abrió los ojos y las mentes de los discípulos a la majestad de Jesús. Intuyeron que estaban en la presencia de Dios, pero sus mentes no podían entenderlo con facilidad; ¿cómo podían pensar que Jesús, que hacía un momento dormía agotado en la popa de la barca, era el eterno Dios? Así que, cuando la tempestad se calmó, nuevamente volvieron a tener temor, pero en esta ocasión ya no era por las olas del mar embravecido, sino por la majestad divina de Cristo. "Reprendió al viento" El Señor no se presentó como los demás profetas que oraban a Dios para que se dignara dominar los elementos adversos, sino que intervino como si fuera Dios. Algunos han notado que las palabras que usó en este caso fueron exactamente las mismas con las que reprendió al demonio que le había interrumpido en la sinagoga de Capernaum (Mr 1:25). ¿Debemos entender, por lo tanto, que esta tormenta había sido provocada por el diablo? No es fácil contestar a esta pregunta. Por un lado, es completamente cierto que vivimos en un mundo caído y que, según nos dicen las Escrituras, el mundo entero está bajo el maligno. Por eso, no es descabellado decir que detrás de los desastres naturales de los que muchas veces escuchamos (terremotos, hambre, sequías, tornados, huracanes, sunamis...) debemos percibir el ataque malvado de Satanás sobre la humanidad. Otros ven en esta forma de hablar del Señor que se trata simplemente de una manera figurada y poética de hablar (Sal 19:5) (Sal 98:8) (Is 55:12). Vivimos en un mundo que es letalmente hostil a la vida humana por causa de la caída, y sólo el hecho de que Cristo sea su sustentador (He 1:3) hace posible su supervivencia. Nuestro planeta es escenario constantemente de huracanes, tempestades, terremotos, sunamis, sequía, aludes, rayos, volcanes, fuego, frío, epidemias, virus... y todos ellos de vez en cuando amenazan y destruyen la vida. Pero el evangelio de Jesucristo es el anuncio de la liberación de todo aquello que amenaza a la existencia humana.

lunes, 11 de febrero de 2019

“LA FE VIENE POR EL OÍR, Y EL OÍR POR LA PALABRA DE DIOS”

La raíz de la propiciación Insistimos en la primacía de la propiciación y de la expiación en cuanto a la Obra de la Cruz, ya que si no se hubiesen satisfecho las demandas del Trono de Dios sería imposible que fluyera su gracia a los efectos de bendecir al hombre: aquel ser tan privilegiado que realmente había caído en el pecado, que había quebrantado la Ley y se mantenía en un estado de rebeldía. Repetimos que los términos que hemos de examinar en estudios sucesivos son metáforas que ilustran aspectos de la bendición que ya se ha hecho posible sin menoscabo de la justicia divina. En otras palabras, la propiciación es la raíz de la cual brotan la justificación, la reconciliación y la redención. Al pasar a estos términos vemos los resultados de la gran Obra de la Cruz que se producen en las vidas de quienes acuden a Dios por los medios que él ha ordenado. Una definición de la justificación por la fe La metáfora es obviamente jurídica, ya que subraya el hecho de la manifestación de la justicia de Dios en orden al hombre. Como veremos a continuación, el pecador es incapaz de cumplir la Ley, sea cual fuere la forma en que se presente, y una ley quebrantada, lejos de salvar al hombre que tenía la obligación de obedecerla, le condena irremisiblemente. Este aspecto de la obra de gracia presenta el sacrificio de la Cruz como el cumplimiento vicario de la sentencia de la Ley quebrantada, de modo que Dios "revela una justicia" que Cristo procuró y que el pecador puede recibir con tal que se arrepienta de su pecado y crea en Cristo. Al ser envuelto el creyente en el manto de justicia de Cristo, Dios declara que es justo, ya que la sentencia legal se ha cumplido perfectamente a su favor y en su lugar. Es importante comprender que la "fe de entrega" une al creyente vitalmente con Cristo, sobre quien cayó la maldición de la Ley quebrantada (Ga 3:13), de tal forma que, delante de Dios, es como si él también muriera en el Calvario (Ro 6:1-6). He aquí la doctrina que Lutero volvió a hallar en las epístolas de Romanos y de Gálatas y que expuso la flaqueza del sacramentalismo y del semipelagianismo del sistema religioso imperante entonces. La justicia exigida Detallando más los principios notados en la definición, hemos de recordar que Dios es justo por necesidad, y que no puede pasar por alto el pecado. En el estado de inocencia del hombre, Dios le reveló su voluntad de una forma apropiada al período de prueba (Gn 2:16-17). Aun después de la Caída, no le dejó sin testimonio en cuanto a su obligación moral, hablándole por medio de las obras de la naturaleza y también por la operación interna de la conciencia: la voz del corazón que acusa o excusa los actos del hombre (Ro 1:18-21) (Ro 2:14-15). Israel fue escogido y separado con el fin de que Dios transmitiera por su medio no sólo la revelación divina, sino también las condiciones y normas que gobiernan la vida humana en la tierra. Al acampar el pueblo de Israel al pie del Monte Sinaí, llegó el momento de plasmar la "ley", ya conocida por los medios que hemos notado, en preceptos definidos y claros, promulgándose el Decálogo, o los Diez Mandamientos. No sólo eso, sino que, por revelaciones posteriores dadas a Israel por medio de Moisés, el israelita aprendió su obligación de amar a su Dios de todo su corazón, alma y fuerzas, y al prójimo como a sí mismo: preceptos fundamentales que el mismo Señor reconoció como el compendio de toda la Ley (Mr 12:28-34) (Lc 10:25-28) (Ro 13:9-10) (Ga 5:14). Es importante recordar que Dios no puede rebajar sus normas, de modo que el hombre ha de cumplir la totalidad de la Ley o quedar bajo la condenación, según la declaración de Santiago: "Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos" (Stg 2:10-11). El que quiere salvarse por obras legales tiene que llegar a la perfección de la obediencia, en lo externo y en lo interno, puesto que, al quebrantar un solo mandamiento, se constituye en trasgresor. El pecado y la trasgresión La promulgación de la Ley separó al pueblo de Israel en tres sectores frente a Dios. a) Según la evidencia de muchos salmos y oráculos proféticos, un número crecido de israelitas de raza andaban según sus propios deseos, sin intención alguna de someterse a la voluntad revelada de Dios, fuera de las costumbres religiosas que constituían parte de su vida social. Entraban por necesidad en la estructura nacional, pero llegaban muchas veces a anular el testimonio peculiar de Israel. b) Otros tomaban buena nota de que Dios había establecido normas legales y se fijaban sobre todo en las obligaciones externas de la religión del sistema levítico. Sin embargo, no reconocían las sublimes alturas de la santidad y la justicia de Dios, ni se daban cuenta del profundo significado del principio básico de "amar a Dios de todo corazón". Según el diagnóstico de Pablo en (Ro 9:30-10:4), "Israel iba tras una ley de justicia y no la alcanzó" porque "ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sujetaron a la justicia de Dios". Al ver los atributos de Dios encarnados en Cristo, le rechazaron, sin comprender que "la consumación de la Ley es Cristo para justicia a todo el que cree". Este es el sector de los legalistas, que creían que Dios tendría que conceder valor a sus esfuerzos religiosos pese a que ellos transgredían tantos preceptos fundamentales. c) El otro sector se componía de israelitas como Natanael, fieles a la vocación nacional, verdaderos y sin engaño. Se sometían a la voluntad revelada de Dios, pero, comprendiendo su propio pecado a la luz de la Ley, se humillaban delante del Señor, lo que permitía que les fuera aplicada la justicia que brota del sacrificio de la Cruz que hemos considerado como "Hecho eterno" (Sal 32). Muchas de las enseñanzas y denuncias del Señor Jesucristo, como también las de Pablo, se dirigen a la clase (b), la de los legalistas. El Maestro insiste una y otra vez en que la observancia externa de los detalles de la Ley no son aceptables delante de Dios sin una renovación interior, que podría manifestarse por obras de misericordia y de amor (Lc 11:37-52) (Mr 7:1-23). Pablo hace igual en pasajes como (Ro 2:17-29), enseñando que "por la Ley es el conocimiento del pecado" (Ro 3:20). El pecado ha existido a escala universal después de la Caída, porque "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" pero la Ley echa la luz de sus exigencias sobre el pecado, convirtiéndolo en abierta trasgresión, o sea, un movimiento de la voluntad del hombre que quebranta conscientemente un mandamiento divino. De ahí la condenación y la sentencia de la Ley que pesan sobre todos los hombres (Ro 3:23) (Ro 5:19-20) (Ro 7:5-14). La ley espiritual Los tribunales humanos sólo pueden juzgar ofensas consumadas, pero Dios conoce los intentos del corazón y saca a luz el verdadero pecado: el del deseo que inicia todo el proceso de mal que puede llegar hasta el crimen. Aun el Decálogo contiene el mandamiento, el décimo, que reza: "No codiciarás", y en este precepto se trata de algo que queda fuera de la jurisdicción humana, a la vez que constituye la misma raíz del pecado frente a Dios. El Maestro interpretó la Ley en este sentido, no anulándola, pero enseñando que el homicidio empieza con el odio, el adulterio con deseos pecaminosos, etc. (Mt 5:17-48). Saulo de Tarso había "vivido", según su propia comprensión de la justicia, que era también la de sus compañeros rabínicos, cuando sólo percibía los aspectos externos de la Ley. No obstante, al comprender que "la ley es espiritual" dice "yo morí" comprendiendo por fin que nadie puede librarse de la condenación cuando se trata de una ley que escudriña todos los móviles del corazón (Fil 3:5-7) (Ro 7:9-10). La ley cumplida en Cristo El aspecto legal de la Obra de la Cruz. En los textos anteriores sobre la Obra de la Cruz y la Propiciación se subrayaron los puntos siguientes: a) el valor infinito del sacrificio del Gólgota en relación con el plan de los siglos; b) la sublime categoría de la víctima como el Dios-Hombre; c) su relación especial con el hombre; d) la naturaleza de la satisfacción que fue ofrecida ante el Trono de Dios. Aquí, pues, sólo nos toca ver la obra en relación con la Ley quebrantada, que es el aspecto jurídico, de donde surge el concepto de justificación. En (Ga 3:7-14) Pablo se esfuerza por hacer comprender a los creyentes en Galacia que no pueden mezclar la Ley y la gracia. Recalca, como ya hemos visto, que la Ley exige el cumplimiento total de sus preceptos si ha de ser medio de alcanzar la vida, maldiciendo a la vez al infractor de los mandamientos. Es decir, la condenación cae necesariamente sobre el trasgresor, pues: "Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para hacerlas" (Ga 3:10) (Dt 27:26). El apóstol se acuerda de un antiguo precepto de la Ley, que ordenó que si un criminal fuese apedreado en cumplimiento de una sentencia condenatoria, el cuerpo había de ser expuesto en un árbol como lección para todos. Sin embargo, había de ser quitado y sepultado al terminar el día, porque "maldito todo aquel que es colgado (en tales circunstancias) de un madero" (Ga 3:13) (Dt 21:23). Pablo ve en todo ello un ejemplo de la Obra realizada por Cristo en la Cruz, donde fue colgado en un madero, y comenta: "Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, hecho por nosotros maldición". La terrible sentencia que correspondía a todas las infracciones de la Ley divina cayó sobre Aquel que representaba, como Hijo del Hombre, a todos los transgresores de la Ley. La muerte es la paga del pecado, de modo que le fue necesario gustar la muerte por todos (He 2:9). Al hablar de su muerte no hemos de pensar tanto en la entrega del espíritu del Señor a su Padre, que señaló el fin del proceso, sino en la experiencia por la cual pasó el Dios-Hombre en el fuero interno de su alma infinita durante las horas de tinieblas, haciéndole exclamar con suma angustia: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Fue un descenso espiritual al abismo del mal, del dolor y de la muerte en su sentido total (Ef 4:9-10) (Ro 10:6-7). Allí y entonces, todo cuanto exigía la Ley, como sentencia y condenación cumplidas, tuvo su cumplimiento en la víctima expiatoria. En (2 Co 5:14) Pablo expresa esta tremenda verdad en estas palabras: "Si uno murió por todos, luego todos murieron (en él)" y en el versículo 21 del mismo capítulo: "Al que no conoció pecado (Dios), le hizo pecado (u "ofrenda por el pecado") a fin de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él". Pedro utiliza el mismo lenguaje jurídico en (1 P 3:18): "porque también Cristo murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios." Se perciben varias vertientes en la importante declaración de Pablo en (Ro 10:4), pero en relación con nuestro tema subraya la consumación de la sentencia de la Ley, haciendo posible la justificación por la fe: "Porque el fin (telos = también "consumación") de la Ley es Cristo, para justicia a todo el que cree". La justicia otorgada y recibida La justicia ofrecida por la predicación del Evangelio Pablo anuncia el tema de la Epístola a los Romanos, escribiendo: "No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquél que cree... porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe" (Ro 1:16-17). El Evangelio, en sentido amplio, equivale a la totalidad de las "buenas nuevas" del Nuevo Pacto, pero enfoca la luz de la revelación de modo especial en la Obra de la Cruz como manifestación de la gracia de Dios, ya que esta Obra constituye la justa base del favor que manifiesta para con los hombres. El Evangelio, pues, ofrece la salvación y la justificación según los términos y condiciones ya analizados. En versículos como (Jn 3:16) se recalca que Dios ofrece la vida eterna y más tarde veremos que otorga también la redención, o la liberación; según el aspecto que estamos estudiando, se garantiza la justificación al creyente por el hecho del cumplimiento de la sentencia de la Ley en Cristo. Notemos que en (Ro 1:16-17) se habla de la revelación de "una justicia" que no corresponde en este contexto a la justicia intrínseca de Dios, sino se refiere al "manto de justicia" que puede envolver al pecador que se arrepiente y cree. El remedio ofrecido es tan universal como lo era el mal, ya que, por un lado, "no hay distinción, pues todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios", mientras por otro hay "la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen..., porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan" (Ro 3:22-23) (Ro 10:12)(Ro 10:9-10). (Véase el "Alcance de la Obra".) La justicia recibida por la fe En pasajes como (Ro 3:21-4:25), que son de importancia primordial para la comprensión de la doctrina que exponemos, se enfatiza la importancia de la fe como medio para recibir la oferta de la gracia de Dios, pero siempre se entiende la fe de una persona que se ha sometido a Dios, pues jamás podemos desvincular las dos vertientes: "arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch 20:21). Por la gran importancia de estos términos, volveremos a estudiarlos en secciones posteriores, notando que, precisamente por ser tan usados, se prestan a ser desvirtuados, como monedas, buenas en sí, que se han adulterado por mezclarse con metales comunes. Ya hemos visto que la gracia de Dios viene a ser mucho más que un favor inmerecido, pues en el Nuevo Testamento significa la manifestación de la obra de Dios a favor de los hombres, al solo impulso de su amor. La fe es la mano que recibe el don de Dios, pero este concepto tan sencillo ha de analizarse con mucho cuidado. Primeramente se relaciona con el anuncio del Evangelio, porque "la fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios" (Ro 10:17), quedando convencido el oyente de que, de hecho, se trata de una palabra divina. Dios no busca crédulos que acepten, sin más pruebas, cualquier cuento milagroso que les sea presentado. Pero, al mismo tiempo, es posible oír, comprender, y estar convencido de la verdad del Evangelio, para luego rechazarla, o descuidarla, a causa del empuje del egoísmo y del materialismo. El oír y el comprender han de ser seguidos por la entrega del alma que llega a descansar plenamente en Cristo el Salvador, aceptando todo el significado de su Obra. La fe no es meritoria en manera alguna, pues todo el mérito se halla en el Salvador que realizó la Obra y ofrece la salvación al pecador por medio de sus siervos. Sin embargo, la fe, bien comprendida, es de importancia vital, pues sólo este descanso, que rechaza todo mérito y esfuerzo humanos, encierra el secreto de nuestra unión vital con Cristo el Salvador, hasta tal punto que participamos por la fe en el hecho de su Muerte y su Resurrección. La justificación por la fe dista mucho de ser un mero pronunciamiento legal, pues Dios no puede declarar que ninguno sea "justo" si no está unido de una forma real con Aquel que cumplió la sentencia de la Ley a su favor (Ro 6:1-11) (Ro 7:4) (2 Co 5:14,15,19,21) (Ga 1:4) (Ga 2:19-20) (Ga 3:11-14). Siendo la fe el medio para recibir la Palabra del Evangelio, y a la vez el descanso total en Cristo como realizador de la obra de redención, abre la puerta de la salvación y la justificación para todos. Si Dios pidiera ciertas cualidades intelectuales o morales, o la presentación de cierto número de obras destacadas, como condición para conceder la justificación, la bendición podría teóricamente ser otorgada a una élite, bien que, de hecho, "todos pecaron". Cuando no nos pide más que sumisión y fe, franquea la puerta de bendición a todos sin excepción, pues precisamente a los "niños" les es más fácil despojarse de todo imaginado mérito que no al sabio y al poderoso, y, por lo tanto, de ellos es el reino de los cielos. Esta condición esencial para recibir la justificación sirve de piedra de toque cuando se proclama el Evangelio a los hombres, pues el mismo hecho de que éstos han de humillarse para aceptar el "don de Dios" sin más condición que la fe, revela quién es "niño" delante de Dios y quién es el que aún mantiene enhiesto el "yo", resistiendo la humillación de doblegar la rodilla delante de Dios confesando que no es nada. Lo que es sumamente fácil para el espíritu humilde, se vuelve en problema insuperable para quienes quisieran retener su amor propio y el valor de su propio "yo". Hemos de entender bien la repetida cita de (Gn 15:6) (Ro 4:3,9) (Ga 3:6): "Y creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia", que, a primera vista, podría dar la idea de que la fe se estima como justicia. De hecho, el estudio de todos los contextos y todas las enseñanzas pone de manifiesto que la justicia es la que fue alcanzada por la obra de Cristo, siendo la fe la actitud del alma que permite que Dios nos la "abone en nuestra cuenta" (así el significado literal del verbo "logizomai"). Hay tres frases de Pablo que resumen la doctrina de la justificación por la fe. "Justificados gratuitamente por su gracia" (Ro 3:24), que señala el origen y fuente de la justificación. "Justificados en su sangre (por medio de su sangre)" (Ro 5:9), que nos lleva a pensar en la propiciación efectuada por la entrega de la vida del Señor, la justa base de la justificación. "Justificados por la fe" (Ro 5:1), que nos hace ver que la justificación no se alcanza por mérito alguno humano, sino por recibir el don, descansando en el Salvador. El perdón y la justificación No dedicamos un estudio entero al concepto del perdón, pese a su importancia como término bíblico, porque la esencia de la obra perdonadora de la gracia de Dios se encierra en los temas de justificación, reconciliación, redención, etc. Con todo, hemos de notar los matices peculiares de tan hermoso término. Según la definición del diccionario, "perdonar" equivale a "remitir la deuda, ofensa u otra cosa. Eximir a alguien de una obligación general" (J. Casares). Los verbos traducidos por "perdonar" en el Antiguo Testamento significan "quitar", "librar" o "remitir". En el Nuevo Testamento "apolúo" quiere decir "soltar"; "charizomai" equivale a "mostrar gracia para con una persona"; "aphiémi" es "remitir". La remisión del pecado viene a ser igual al perdón del pecado. Este último término se halla frecuentemente en los labios del Señor Jesucristo, y pensamos con agrado en la paz que sentirían las almas arrepentidas que le oían decir: "Tus pecados te son perdonados". Un hombre puede perdonar con relativa facilidad, ya que él mismo es pecador. El creyente debiera perdonar como Cristo le perdonó (Ef 4:32) Recuerde la lección de la deuda grande y la muy pequeña que hallamos en (Mt 18:21-35). Dios no puede perdonar sino en vista de la propiciación, provista por él mismo, que ha satisfecho las exigencias de su justicia. Con todo, el perdón, aun sobre el terreno humano, implica más de lo que generalmente se cree, ilustrando el fondo del hecho la verdad de los padecimientos vicarios de Cristo. Una ofensa supone una persona que ha ofendido y otra que recibe la ofensa, del modo en que una deuda supone necesariamente que existen el acreedor y el deudor. Toda deuda y toda ofensa trae alguna consecuencia, o de daño en la esfera moral o de pérdida en la material. Si el acreedor, movido por la compasión, perdona la deuda, es como si él mismo se la pagara a sí mismo, sufriendo las consecuencias derivadas de la falta del deudor. Si una persona ofendida perdona al ofensor, acepta las consecuencias del daño hecho, librando al culpable. El daño ha de compensarse siempre, de modo que el perdón traslada el daño a quien perdona. Con esto llegamos al fondo de la cuestión del perdón, que también surge de la propiciación de la Cruz. Desde luego, en la experiencia del creyente, el que pierde su vida, o las cosas de la vida natural, a causa de Cristo y por obedecer la ley del amor, recibe abundante recompensa espiritual de las riquezas de la gracia divina. La manifestación de la justicia El fruto de la justificación por la fe La doctrina de la justificación por la fe se expone de forma magistral por el apóstol Pablo en (Ro 3-4)(Ga 3-4), pero en (Ro 5) pasa a considerar los frutos de la justificación. Ya hemos enfatizado que la doctrina, aun basándose en una metáfora jurídica, no supone una mera declaración legal, sino que implica la unión vital del creyente con Cristo, y esta unión ha de producir fruto necesariamente (Ro 7:4). "Justificados por la fe" pasamos a un modo nuevo de vida en Cristo que se describe en (Ro 5:1-11). El análisis de este pasaje corresponde a los comentarios, pero es importante que el lector comprenda la realidad y la vitalidad de esta doctrina de la justificación por la fe, que se enlaza con la de la santificación. La justificación y la santificación Como veremos en el estudio del tema Santificación, el apóstol Pablo pasa casi insensiblemente de la presentación de la justificación a la de la santificación en la Epístola a los Romanos, bien que la figura que hay detrás del término santificación es diferente, ilustrando el hecho del apartamento para Dios del creyente que se halla en Cristo. Con todo, la vinculación de las dos vertientes de una sola verdad se halla en la unión vital del creyente con Cristo en su Muerte y Resurrección, que es base no sólo de su justificación, sino también de su santificación, ya que murió al pecado en la Persona de Cristo (Ro 6).

miércoles, 6 de febrero de 2019

DIOS QUIERE QUE TODA LA HUMANIDAD SEA SALVA (1Ti 2:3-4)

El alcance del término “salvación” Al hablar de la obra salvífica de Cristo hacemos referencia a todo lo que él ha realizado y realizará con el fin de deshacer las obras del diablo y presentar a Dios una raza libre de los trágicos efectos de la Caída. El hombre justificado ha sido salvado de la sentencia condenatoria de la Ley; el que se ha reconciliado se ha salvado de los funestos resultados de su enajenación de Dios; el redimido se ha salvado de la esclavitud que Satanás supo imponerle al inducirle a pecar. El hijo de Dios que desea cumplir la voluntad de Dios en esta tierra disfruta de la salvación, y el conjunto de su vida de oración "es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad" (1 Ti 2:3-4). Salvación de peligros Una clara ilustración de la salvación se halla en (Mt 14:30). Pedro quería andar sobre las aguas, como su Maestro, y fue animado a ello. Al apartar su mirada del Señor para fijarla en el oleaje producido por el viento, empezó a hundirse y su oración es breve y exclamatoria: "Señor, ¡sálvame!". El Señor extendió su mano y le puso a salvo, ilustrando el conocido incidente el hecho de que graves peligros nos acechan, siendo el hombre incapaz de salvarse fuera de la presencia y pronto auxilio del Salvador. La salud física La pérdida de la salud corporal constituye un peligro tan constante y conocido que "sótéria" en el griego alude con frecuencia al hecho de recobrar esta salud física, viéndose el paciente libre de su enfermedad. Por eso dijo el Señor a la mujer curada de su hemorragia: "Hija, tu fe te ha salvado" (Mr 5:34). La analogía con la salud del alma es tan manifiesta que las antiguas traducciones de (Hch 4:12)rezaban: "En ningún otro hay salud...", pero es mejor guardar "salud" para lo físico y "salvación" para lo espiritual. El concepto de salvación en el Antiguo Testamento La salvación nacional El concepto de salvación se halla muy desarrollado en el Antiguo Testamento, y, siendo Israel el pueblo escogido para servir a Dios, es natural que los autores sagrados hagan muchas referencias a la liberación de la nación tanto de sus enemigos como de los peligros inherentes a su cometido de mantener la verdad divina en un mundo de hombres caídos. Los vocablos empleados presuponen situaciones de estrechez, de peligro; o se vislumbran situaciones en que las fuerzas de los creyentes flaquean bajo las pesadas cargas que han de llevar. Dios interviene con su salvación, dando desahogo, victoria o descanso a los suyos. Como es natural, el Éxodo ofrece el ejemplo más dramático de esta salvación nacional, diciendo Moisés al pueblo atemorizado que se halla entre el ejército de Faraón y las aguas del Mar Rojo: "Estad firmes y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros" (Ex 14:13). Siendo tan evidente que la liberación brota de la gracia y de la potencia del Omnipotente, Moisés identifica el hecho con su Realizador en su hermoso salmo de triunfo: "Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación" (Ex 15:2). Los salmistas y profetas recogen esta idea fundamental, gozándose no sólo en la seguridad de la salvación final, sino en Dios como "Roca de salvación", "Cuerno de salvación", etc., sea dentro del contexto de la historia de Israel, sea al pasar los israelitas piadosos individualmente a través de situaciones de aflicción y de peligro. Para ejemplos véanse: (Sal 3:8) (Sal 13:5) (Sal 20:5) (Sal 88:1) (Sal 89:26). De los profetas, Isaías en particular se gozaba en la salvación, con miras especiales a la obra final de Dios en relación con su pueblo y con el mundo entero (Is 12:2) (Is 51:6-8) (Is 52:10) (Is 62:11). En los oráculos de Isaías, Jehová se presenta a menudo como Salvador: "Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador..." (Is 45:15,21) (Is 49:26). La salvación personal Ya hemos notado que hombres piadosos del Antiguo Pacto comprendían que el Salvador de la nación era también su Salvador personal. En otros estudios hemos notado que la base del perdón de los pecados no se había revelado del todo en el Antiguo Testamento, pero el conjunto de repetidos oráculos proféticos, del desarrollo de la historia de Israel, de los símbolos del sistema levítico, llegaron a constituir una "escuela" en la que los fieles, aleccionados por el Espíritu Santo, aprendieron que Dios se preocupaba de ellos y que estaba cerca de quienes le buscaban, pese al hecho de que no podían justificarse por su obediencia a la Ley. Los Salmos abundan en preciosas expresiones de fe, confianza y esperanza, porque Dios era ya conocido como Escudo y Sol para los hombres sumisos que confiaban en él. Por ello, al pasar al Nuevo Testamento, es natural que María cantara, al saber que ella había de ser el medio para traer el Mesías al mundo: "Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador". Lo nuevo había de ser la revelación del instrumento de la salvación, el Hombre-Dios, quien había de salvar a su pueblo de sus pecados. La base de la salvación En repetidos contextos hemos enfatizado que el hombre pecador no podía ser bendecido por el Dios de toda santidad y de justicia fuera de la obra de la propiciación y de expiación, ya que la necesidad primordial era la de satisfacer las justas demandas de la justicia divina. He aquí, pues, la base de toda la obra salvífica en todas sus partes, y rogamos al lector que vuelva sobre aquellas páginas, con el fin de recordar que la gracia de Dios le impele a satisfacer las exigencias de su propia justicia por medio del sacrificio de la Cruz, siendo Dios el dador de lo que él mismo requiere. Después puede enviar sus embajadores a los hombres extraviados, con el ruego: "¡Reconciliaos con Dios!". La salvación, en todas sus múltiples facetas, brota del hecho consumado de la propiciación, que satisface el Trono de Dios, teniendo como contrapartida la expiación, que borra el pecado del hombre. La Persona del Salvador Los "salvadores" de Israel Cuando Esdras y sus compañeros repasaron la historia de Israel, con el fin de aleccionar al remanente que había vuelto a Judá, resumieron varias épocas de la experiencia del pueblo, especialmente la de los jueces, diciendo en oración: "Entonces les entregaste en mano de sus enemigos, los cuales les afligieron. Pero en el tiempo de su tribulación clamaron a ti, y tú desde los cielos, los oíste; y según tu gran misericordia les enviaste libertadores (salvadores) para que los salvasen de mano de sus enemigos" (Neh 9:27). He aquí una perfecta presentación de una serie de peligros, de la incapacidad de los hombres de librarse de ellos, y de la intervención de Dios en gracia al levantar "salvadores" a quienes Dios investía del poder y del valor necesarios para "salvar" al pueblo. De igual forma José había sido "salvador" de la pequeña familia de Jacob, núcleo de la nación futura, y Moisés el instrumento de Dios para librar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Dios el Salvador Ya hemos notado que el concepto de salvación en el Antiguo Testamento llega a encarnarse en la Persona del Dios y Salvador: título divino muy frecuente en Isaías capítulos 40 a 66. "Un Salvador, que es Cristo el Señor", (Lc 2:11) Los israelitas piadosos, que gemían no sólo bajo el yugo de Roma, sino también a causa de la opresión interna de las castas sacerdotales y las exigencias de los rabinos farisaicos, suspiraban por un Salvador, identificándole, naturalmente, con el Mesías (el Ungido), tantas veces profetizado en los escritos del Antiguo Pacto. Dios escogió a unos pastores del campo con el fin de que, por boca de un ángel, aprendiesen que el Salvador ya había venido: "Os ha nacido hoy... un Salvador, que es Cristo el Señor" (Lc 2:11). Los fieles que esperaban la redención de Israel (Zacarías, Elisabet, María, Simeón, Ana, etc.) se hacían eco de las promesas de liberación nacional que constituían el tema principal de las profecías del Antiguo Testamento, como vemos por los inspirados cánticos de Lucas capítulo 1. Con todo, el proceso de la revelación establecía poco a poco el hecho de que la salvación había de ser moral y espiritual antes de manifestarse en función de un Reino terrenal de justicia, amor y paz. No se anularon las predicciones anteriores, sino que se profundizaron, siendo preciso que los fieles aprendiesen que no servía para nada establecer un Reino sobre corazones sin regenerar. Pablo se preocupaba sobre todo por presentar a Dios, o al Hijo, como Salvador cuando escribió a Tito, como se deduce por las citas siguientes de su epístola: (Tit 1:3-4) (Tit 2:10,13) (Tit 3:4,6). El Nombre de Jesús Tanto María como José de Nazaret recibieron el mandato, por medio de un ángel, de poner el nombre de Jesús a aquel que había de nacer. Era nombre común que correspondía a Josué, y, traducido, quiere decir "Jehová salva". El Nombre se ha consagrado como peculiar al Salvador por excelencia, el único que puede "salvar a su pueblo de sus pecados" (Lc 1:31) (Mt 1:21). Las ilustraciones del Evangelio El hecho de que la enfermedad física arruina la salud y puede anular la eficacia de toda actividad en la tierra, presta un valor especial a las curaciones del Señor que se detallan en los Evangelios. Aparte de contadas excepciones, los milagros son obras de restauración. El Creador hizo al hombre para que tuviera una mente sana en un cuerpo sano, y no para que fuese ciego, sordo, cojo, encorvado o poseído por demonios de modo que, al presentarse delante de los hombres el Dios-Hombre Creador, por una lógica evidente, había de devolver al hombre a su salud física, siempre que la incredulidad no estorbara las operaciones de la gracia divina por medio del Salvador. Algunos teólogos tienden a subestimar el valor del ministerio milagroso del Señor, pero un estudio cuidadoso de los casos mismos, de por qué se presta la debida atención a los comentarios del Maestro y a los de los Evangelistas, muestra que las obras de poder constituyen la trama de la revelación de la Persona del Salvador, no siendo meros prodigios, sino "señales", según el término usado por Juan, que revelaban la Persona y la misión del Señor Jesucristo (Mt 4:23-25) (Mt 8:27) (Mt 11:2-6) (Mr 6:5-6,53-56) (Jn 3:2) (Jn 5:36) (Jn 10:25,38) (Jn 15:22-25) (Jn 20:30-31). Los muchísimos hombres y mujeres sanados por el Señor durante los tres años de su ministerio terrenal exclamarían gozosos: "Jesús de Nazaret me ha salvado". El enlace de la salud física con la salvación espiritual Toda enfermedad física es el resultado del desbarajuste producido en las vidas humanas por medio del pecado, bien que sólo en casos excepcionales hemos de señalar una relación concreta entre cierta aflicción física y un pecado determinado. Tales asuntos pertenecen al justo gobierno de Dios y no caen dentro del ámbito de nuestros juicios y comentarios. Con todo, el mismo Señor, en algunas ocasiones, establecía por lo menos una analogía entre estados de ruina física y fallos en la esfera moral. Así, pese a las protestas indignadas de los escribas, dijo en primer término al paralítico de (Mr 2:1-12): "Hijo, tus pecados te son perdonados". Después manifestó la plenitud de su poder como Dios-Hombre en la tierra (con autoridad para perdonar pecados) dirigiéndose a un hombre completamente incapacitado y ordenándole: "Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa". Al paralítico sanado según las circunstancias que se describen en (Jn 5:1-18) le dice: "Mira, has sido sanado; no peques más". Tratándose de Zaqueo (Lc 19:1-10) no hay mención de tara física, pero sí un estado de alejamiento de Dios por los efectos del materialismo, y el jefe de los publicanos de Jericó también "es sanado" ilustrando el gran principio: "El Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido". El Salvador exaltado y proclamado Las primeras predicaciones de Pedro Discernimos un enfoque peculiar en las predicaciones de Pedro que corresponden al Día de Pentecostés y a la ocasión de sanar al cojo en el patio del Templo, que se debe a las circunstancias de la época. Los líderes de los judíos habían rechazado al Mesías, pese a las abundantes pruebas de sus obras divinas, y el Señor había aleccionado a sus discípulos en secreto durante los cuarenta días que mediaban entre la Resurrección y la Ascensión. Pedro, fundamentalmente, ha de proclamar dos hechos: el crimen del pueblo al rechazar a su Mesías, y la manera en que Dios había trastrocado el veredicto del Sanedrín ensalzando a Jesucristo a su Diestra. No hallamos el título "Salvador" en estos discursos, pero sí varios equivalentes que resumen la obra salvadora de Jesús, cuyo mismo Nombre recalca que "Jehová salva". Así, Pedro concluye el sermón pentecostal con esta peroración: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2:36). Cristo equivale al "Mesías" el "Ungido" para llevar a cabo la obra de la salvación. El enfoque del segundo sermón es idéntico, pero no sólo recalca el gran pecado del pueblo, sino que enfatiza que el Mesías, levantado por Dios, llega a ser fuente de bendición, y que por fin ha de restaurar todas las cosas. Se trata del Siervo de Dios, que lleva a feliz término el propósito de gracia antes anunciado a Abraham y a los patriarcas. Los títulos empleados son los siguientes: "su Siervo Jesús" (es decir, el Siervo de Dios, que corresponde al Siervo de Jehová, cuya Persona y misión se destacan tanto en (Is 40-53); el Santo, el Justo, el Príncipe de Vida, el Ungido, el Profeta. Pedro termina su segundo discurso con estas palabras: "A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad" (Hch 3:26). En su último escrito conservado, Pedro reitera el hermoso título "nuestro Señor y Salvador" (2 P 1:1,11) (1 P 2:20) (1 P 3:2,18). La Epístola a los Hebreos también pone de relieve la "potencia para salvar" del Rey-Sacerdote, que permanece para siempre: "por lo cual puede también salvar perpetuamente (o "hasta lo sumo") a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos". El mensaje fundamental de los apóstoles Pablo y Juan La "palabra fiel" que Pablo proclamaba con insistencia era ésta: "Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Ti 1:15), y el mensaje para el veterano oficial romano que ya temblaba en la presencia de Dios llegó a ser igual: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hch 16:30-31). El director de la cárcel en Filipos fue salvado de peligros materiales y espirituales. Es conocidísimo el modo en que Pablo recalca la salvación por la gracia y por la fe en (Ef 2:8-10) y en (Ro 10:9-13). Los siervos de Dios, al proclamar el Evangelio, se encuentran en la encrucijada entre el "camino de salvación" y el camino de perdición, siendo olor de vida para quienes entran por el de salvación, y de muerte para los demás que se obcecan en seguir la senda de perdición (2 Co 2:15-16). El apóstol Juan resume su testimonio declarando: "Nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo" (1 Jn 4:14). Quien vendrá es el Salvador Volveremos al tema de la salvación futura, pero, al contemplar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, encajan bien las palabras de Pablo en (Fil 3:20-21), que nos recuerdan que esperamos al mismo Salvador, quien vino para buscar y salvar a lo que se había perdido, y quien nos salvó a nosotros colectiva e individualmente: "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya". La salvación como principio que opera en la vida de los hijos de Dios Cultivando el terreno de la salvación La Versión Reina Valera traduce (Fil 2:12) por "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor"; mientras que la Versión H.A. emplea una expresión más fuerte: "llevad a cabo vuestra propia salvación con temor y temblor". El verbo griego es "katergazomai", en voz media, que es una forma intensiva de "trabajar", indicando que se trabaja para recoger el producto máximo del esfuerzo realizado. La Versión H.A. podría dar la idea de algo tan propio que implique méritos humanos, mientras que la Versión R.V. no enfatiza bastante el esfuerzo con el fin indicado. Pensemos en una finca comprada por el dinero de un benefactor, quien también la equipa a los efectos de la labor que se ha de realizar. Todo está provisto, pero el que ocupa la finca ha de esforzarse con el fin de que se realicen todas las posibilidades del terreno, utilizando los medios provistos. Trasladando la metáfora a la esfera espiritual, el creyente, ya salvo por la gracia y por la fe, no ha de complacerse egoístamente en su estado de "salvo", considerando a otros como "perdidos", pues le corresponde comprender que Dios le ha proporcionado tan preciosa herencia con el fin de que la cultive al punto máximo, temblando al pensar que, o por pereza o por esfuerzos meramente humanos, podría perder el fruto de una vida que fue salva por el sacrificio del Dios-Hombre. He aquí el principio básico de la salvación presente y continua. El creyente desea ardientemente echar mano al propósito que tuvo el Señor al echar mano de él, con el fin de cumplir el plan divino en orden a su vida en la tierra (Fil 3:12). En este sentido Pablo escribe a Timoteo señalando normas de vida y de servicio en el ministerio que le había sido encomendado, añadiendo: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren" (1 Ti 4:16). Se trataba de hermanos en Cristo, ya salvos a los efectos de la vida eterna. Sin embargo, la salvación abarcaba la vida total de testimonio y de servicio, y ésta sólo podía rendir su fruto, salvándose de esterilidad espiritual, si el siervo de Dios y sus oyentes obraban conforme a las normas del Reino. De modo semejante la mujer casada "se salvaba" en cuanto a la posibilidad de mantener un testimonio eficaz delante de Dios y de la Iglesia si cumplía bien los deberes maternos, permaneciendo "en fe, amor y santificación, con modestia" (1 Ti 2:15). La Palabra de Dios y la salvación progresiva Como remedio contra toda suerte de maldad y de engaño, Pedro hace la recomendación siguiente: "Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación" (1 P 2:2). Sin duda la leche pura que menciona Pedro es la Palabra en su sencillez, que el "niño" espiritual necesita para su debido desarrollo, y que abarca la salvación en el sentido que ya hemos expuesto, ya que una vida sana depende de una alimentación adecuada. Santiago (Stg 1:21)emplea otra figura para expresar el mismo concepto: "Por lo cual, despojándoos de toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la Palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". Se trata de un árbol "injertado" por la Palabra, que ha de ser medio de que lleve el fruto apropiado. Otra vez el concepto equivale a "salvación" en su sentido presente y progresivo. Pablo también asocia el Evangelio y las palabras apostólicas con este proceso de salvación: "Por el cual (el Evangelio) también estáis obteniendo salvación si retenéis las palabras con que os lo anuncié" (1 Co 15:2). Es correcta la traducción de la Versión H.A. "estáis obteniendo salvación", ya que el concepto no es la salvación del alma en contraste con la perdición, sino la vida que ha de librarse de la esterilidad. No puede haber un sano desarrollo espiritual sin una buena dieta de la Palabra Santa, y después de la "leche espiritual" es necesario acudir a las viandas con el fin de adquirir una debida madurez que sabrá resistir tanto tendencias carnales como errores doctrinales (1 Co 3:1-5) (He 5:12-14). La salvación será consumada en el futuro La redención y la salvación En el próximo estudio sacaremos citas bíblicas que enfatizan la redención futura, y el concepto coincide en gran parte con el de la salvación que se ha de manifestar aún. Si hay diferencia, diríamos que la redención futura enfoca luz sobre la persona rescatada y su herencia, mientras que el término "salvación" viene a aplicarse más ampliamente con referencia a los salvos y la totalidad de su medio por los siglos de los siglos. "La salvación dispuesta a ser revelada" Es el apóstol Pedro quien lleva nuestro pensamiento a las glorias de la salvación futura, recordándonos que Dios nos engendró de nuevo "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" (1 P 1:3-5). Deberíamos meditar más sobre el destino eterno de los salvos, pues a veces limitamos los horizontes futuros por no saber interpretar bien los símbolos que siempre son necesarios cuando Dios revela verdades sobre condiciones que aún no hemos experimentado. No nos olvidemos de que Dios "salvará" al creyente conforme a su designio para el hombre, trasladando los conceptos de (Gn 1:26)al Nuevo Cielo y Nueva Tierra, libre esta nueva creación de todas las limitaciones impuestas por la Caída del hombre, y realizándose los planes de Dios dentro de "todas las edades, por los siglos de los siglos" (Ef 3:21). La salvación futura y final se relaciona con la Segunda Venida de Cristo, declarando el apóstol Pablo: "Y esto, conociendo el tiempo, que ya es hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos" (Ro 13:11) (1 Ts 1:9-10) (1 Ts 5:8,9,23). La seguridad eterna del creyente ¿Seguridad o incertidumbre? Ha habido pensadores cristianos en todas las épocas que han creído que es posible entrar y salir de la esfera de la salvación como entramos y salimos de nuestras casas, según el estado espiritual del hermano en cuestión. A primera vista (He 6:1-8) parece enseñar que personas que han dado evidencias de iluminación, de participación en la Palabra y en el Espíritu, pueden recaer, sin posibilidad de renovarse, pero un estudio cuidadoso de la Epístola a los Hebreos, a la luz de otros pasajes, nos hace ver que se trata de apóstatas, o sea, de personas que han participado plenamente en toda la vida de una iglesia local, sin haber rendido el último resorte de su voluntad al Señor para experimentar la regeneración. A los tales dirá el Señor después de la dispensación de gracia: "Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mt 7:22-23). Decían que habían hecho milagros en el Nombre del Señor (suponemos que Judas los hacía), pero nunca habían sido "conocidos" como miembros de la familia espiritual. Descartando estos casos especiales, vemos que las Sagradas Escrituras enseñan lo que se ha llamado "la perseverancia de los santos", o sea, el hecho de que los elegidos, hallándose en Cristo, no pueden perderse. El concepto detrás del término "regeneración" confirma lo mismo, pues un hecho como el nuevo nacimiento no puede ponerse al revés. Una vida que se recibe de Dios, manando de la Resurrección y realizado subjetivamente por el Espíritu Santo, es parte de la Nueva Creación, y se llama vida eterna, o sea, participación en la vida de Dios (1 P 1:3) (Jn 3:3-16). La potestad del Buen Pastor De sus ovejas declara el Buen Pastor: "Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie les arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es mayor que todas las cosas y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre" (Jn 10:28-29). La traducción de otro buen texto: "Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre", enfatiza la misma seguridad de las ovejas, pero es probable que la autoridad sea la del mismo Señor, en cuyas manos Dios ha entregado todas las cosas (Mt 11:17) (Mt 28:18). El no puede perder ninguna oveja que verdaderamente sea del redil. "Seremos salvos por su vida" En la parte expositiva de la Epístola a los Romanos, Pablo presenta los hechos fundamentales de la justificación por la fe, según los términos que hemos estudiado en su lugar. Tanto la justificación como la reconciliación surgen de la propiciación efectuada en la Cruz. El capítulo cinco de la epístola añade un epílogo a los argumentos ya expuestos, escribiendo Pablo: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la Muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida" (Ro 5:10). Cristo ha sido exaltado a la Diestra de Dios con el fin de administrar los frutos de la redención que consiguió por su Muerte de Cruz. Nuestra muerte y resurrección garantiza que nuestra vida "está escondida con Cristo en Dios" y no cabe mayor seguridad (Col 3:1-3). Nuestra nueva vida está sostenida por la suya de resurrección y de poder, y por eso Pablo escribe: "Salvos por su vida". En primer término somos salvos de la ira que se descargará sobre los rebeldes (Ro 5:9), pero sin duda este concepto de la salvación de la vida del creyente por medio de la vida triunfante de Cristo a la Diestra abarca la seguridad eterna y el justo desarrollo de todo lo que Cristo ha consumado a su favor. Pablo termina el gran capítulo 8 de Romanos con una serie de preguntas retóricas que enfatizan dramáticamente la seguridad del creyente frente a toda posible combinación de criaturas o de circunstancias. Nadie puede acusar a los escogidos de Dios y menos aún condenarles. Cristo está a la Diestra intercediendo por los suyos de modo que ninguna persona ni fuerza podrá separarles del amor de Dios (He 7:24-25) (Jn 5:24) (Ro 8:1) (1 Jn 5:13). ¿Garantiza esta seguridad que el creyente nunca caiga en el pecado? La constitución moral y espiritual del hijo de Dios se ha de examinar en el Estudio 16 (La Santificación); pero, con el fin de completar este tema, podemos anticipar que la "carne", en el sentido de la raíz adámica en el creyente, siempre puede manifestarse en alguna de sus típicas obras si falta vigilancia de parte del creyente. La nueva naturaleza no peca (1 Jn 3:6-9). La persistencia obstinada en las obras de la carne manifestaría una incompatibilidad fundamental del pretendido creyente con el Reino de Dios, pero no así una caída que admite la restauración (Ga 5:21) (Ga 6:1). Si permitimos pecados en nuestra vida, la plena comunión con Dios, que es Luz, queda estorbada e interrumpida, pero (1 Jn 1:5-2:2), pasaje clásico sobre este tema, enseña que la pronta confesión del pecado, la eficacia permanente de la sangre del Hijo, con la intercesión del Abogado divino, pueden borrar el pecado inmediatamente, restaurando las líneas de comunicación con Dios. Siempre es posible la victoria del nuevo hombre, auxiliado por el Espíritu Santo, pero el creyente que se descuida y tropieza encuentra que se ha hecho provisión para su pronta restauración. El creyente enfriado no se pierde eternamente, pero sí arruina la "salvación" de su vida de testimonio y de servicio, llegando a ser rémora para la obra del Señor.