domingo, 30 de diciembre de 2007

DIOS JUSTIFICA A LOS IMPIOS

Atención a este breve discurso. Hallarás el texto en la Epístola a los Romanos, capitulo cuatro versículo cinco:
“Al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe es contada por justicia.”
Atención a esas palabras: “Aquel que justifica al impío.” Estas palabras me parecen muy maravillosas.
¿No te sorprende que haya tal expresión en la sagrada Biblia como ésta: “Aquel que justifica al impío”? He oído que los que odian las doctrinas de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar los impíos y recibir al más vil de los pecadores. Más he aquí, como la misma Escritura acepta la acusación lo declara francamente. Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, consta el calificativo de “Aquel que justifica al impío.” El justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No has pensado siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos y santos, libres de pecado? Te ha caído bien en la mente, sin duda, que si fueras bueno, Dios te recompensaría, y has pensado que no siendo digno, nunca podrías disfrutar de sus favores. Por lo tanto te debe sorprender la lectura de un texto como éste: “Aquel que justifica al impío.”
No me extraño de que te sorprendas, pues con toda mi familiaridad con la gracia divina no ceso de maravillarme de este texto. ¿Suena bien sorprendente, verdad, el que fuera posible de que todo un Dios santo justificara una persona impía? Según la natural lealtad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y nuestro méritos, tenazmente apegados a la idea de que debe haber algo de bueno en nosotros para merecer que Dios se ocupe de nuestras personas. Pero Dios que bien conoce todos nuestros engaños, sabe que no hay bondad ninguna en nosotros y declara que no hay justo, ni aún uno.” El sabe que “todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia;" y por lo mismo el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los hombres, sino para llevar consigo bondad y justicia para entregárselas a las personas que carecen de ellas. No vino porque éramos justos, sino para hacernos justos, justificando al impío.
Presentándose el abogado ante el tribunal, si es persona honrada, desea defender al inocente, justificándole de todo lo que falsamente se le imputa. El objeto del defensor debe ser la justificación del inocente y no el encubrir al culpable. Tal milagro está reservado solamente para el Señor. Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la tierra no hay un justo que haga bien y no peque; y por lo mismo en la soberanía infinita de su naturaleza divina y en el esplendor de su amor inefable, él emprende la obra, no tanto de justificar al justo sino al impío. Dios ha ideado maneras y medios de presentar delante de sí al impío justamente aceptable: ha constituido un plan mediante el cuál puede, en justicia perfecta, tratar al culpable, como si siempre hubiera vivido libre de ofensa, si, tratarle como si fuera del todo libre de pecado. El justifica al impío.
Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es cosa sorprendente: cosa maravillosa especialmente para los que disfrutan de ella Sé que para mí, hasta el día de hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, el saber que me justificó a mí. Aparte de su amor inmenso, me siento indigno, corrompido, un conjunto de miseria y pecado. No obstante, sé por certeza plena que por fe soy justificado mediante los méritos de Cristo, y tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y coheredero de Cristo, todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del primero de los pecadores. Yo, del todo indigno, soy tratado como si fuera digno. Se me ama con tanto amor como si siempre hubiera sido pío, siendo así que antes era impío. ¿Quién no se maravilla de esto? La gratitud por tal favor se reviste de admiración indecible.
Siendo esto tan admirable, deseo que tomes nota de cuán accesible esto hace la verdadera religión para ti y para mí. Sí Dios justifica al impío, entonces, querido amigo/a, te puede justificar a ti. ¿No es esto precisamente la persona que eres? Si hasta hoy vives sin esa vida en abundancia en calidad, sin fe, sin Dios, ni esperanza, te cuadra perfectamente la palabra; pues has vivido siendo lo contrario a pío o temeroso de Dios, en una palabra, has y eres impío. Acaso ni has frecuentado las reuniones religiosas del Domingo, has vivido sin respetar el día del Señor, ni su casa, ni su Palabra, lo que prueba que has sido impío. Peor todavía, quizá has procurado poner en tela de juicio su existencia, y esto hasta el punto de declarar tus dudas. Habitante de ésta tierra hermosa, llena de señales de la presencia de Dios, has persistido en cerrar los ojos a las pruebas palpables de su poder y divinidad. Resumiendo: has vivido como si no existiera Dios. Y gran placer te hubiera proporcionado el poder probar para ti mismo satisfactoriamente la idea de que no hay Dios. Tal vez has vivido ya muchos años en este estado de ánimo, de manera que ya estás bien afirmado en tus caminos, y sin embargo Dios no está en ninguno de ellos. Sí, te llamaran IMPIO te cuadraría este nombre tan bien como si al mar se le llama agua salada, ¿verdad?
Acaso eres persona de otra categoría, pues has cumplido con todas las exterioridades de la religión. Sin embargo, de todo corazón nada has hecho, y así en realidad has vivido impío. Te has codeado con el pueblo de Dios, pero nunca le has encontrado a él mismo. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en el alma. Has vivido sin amar, de corazón, a Dios y sin respetar sus mandamientos. Sea como fuere, tú eres precisamente la persona, a la cuál ésta palabra se proclama: ésta buena nueva que nos asegura que Dios justifica al impío. Maravilloso es y felizmente te sirve al caso. Te cuadra perfectamente. ¿Verdad que sí? ¡Cuánto deseo que lo aceptaras! Si eres persona de sentido común, notarás lo maravilloso de la gracia divina anticipándose a las necesidades de personas como tú, y dirás entre ti: “¡justificar al impío! Pues entonces, ¿por qué no seré yo justificado, y justificado ahora mismo?”
Toma nota, por otra parte, el hecho de que esto debe ser así: saber que la salvación de Dios debe ser cosa para los que no la merecen ni estén preparados para recibirla. Es natural que conste la afirmación del texto en la Biblia; porque, apreciado amigo/a, sólo necesita ser justificado quien carezca de justicia propia. Si algún lector fuese persona absolutamente justa, no necesitaría ser justificada. Pues tú que sientes que cumples bien todo deber y por poco haces al cielo deudor a ti por tanta bondad, ¿para que necesitas tú, misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesitas tú, justificación? Estarás ya cansado de ésta lectura, pues no te interesa el asunto.
Si alguno se rodea de aires tan farisaicos, escúchame por un momento. Tan cierto como vives, te encaminas hacia la perdición. Todos los que se creen justos, rodeados de justicia propia, o vivís engañados o son engañadores; porque dice la Sagrada Escritura que no puede mentir, y lo dice claramente: “No hay justo, ni aún uno.” De todos modos no tengo palabra alguna para los rodeados de justicia propia. Jesucristo mismo declara que no había venido para llamar a los justos, y no voy a hacer lo que El no hacía. Pues si os llamara, no vendríais; y por lo mismo no os llamaré por ningún punto de vista. Al contrario, os suplico que contemplen esa vuestra justicia propia hasta descubrir lo falsa que es. Ni la mitad de la fuerza de una telaraña tiene. ¡Desechadla!
¡Huid de la misma! Señores, las únicas personas que necesitan justificación son las que reconocen que no son justas. Sienten la necesidad de que se haga algo para que sean justas ante el tribunal de Dios. Podemos estar bien ciertos de que Dios no hace nada fuera de lo necesario. La sabiduría infinita nunca hace lo inútil. Jesús nunca emprende lo superfluo. Hacer justo a quién ya es justo no es obra de Dios: sería obra de un idiota. Pero hacer justo al injusto es obra del Amor infinito. Justificar al impío es un milagro digno de Dios. Ciertamente así es.
Atención ahora. Si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y preciosos, ¿a quién ha de servir tal médico? ¿A gente de buena salud? Cierto que no. Colóquesele en un distrito sin enfermos, y se sentirá fuera de su orbe. Allí huelga su presencia. “Los sanos no necesitan médico sino los enfermos”, dice el Señor. ¿No es igualmente claro que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas enfermas? No sirven para las almas sanas, porque les son remedios superfluos. Si tú, querido amigo/a te sientes espiritualmente enfermo, para ti ha venido el gran Médico al mundo. Si a causa del pecado te sientes completamente perdido, eres la mismísima persona comprendida en el plan de salvación por gracia. Afirmo que el Señor del amor eterno tuvo a la vista personas como tú al compaginar el sistema de salvación por pura gracia. Supongamos que una persona generosa resolviera entre sí que perdonaría a todos sus deudores: claramente esto sólo podría hacerse respecto a los que realmente le fueran deudores. Uno le debe mil pesos; otro le debe cincuenta pesos: a cada cuál tocaría tan solo conseguir la firma que cancelara las cuentas. Pero la persona más generosa del mundo no podría perdonar las deudas de personas que nada debe a nadie. Esta fuera del poder del mismo Omnipotente perdonar a quién no tenga nada para perdonar. El perdón presupone alguien que sea culpable. El perdón es para el pecador. Sería absurdo hablar de perdonar al inocente, perdonar al que nunca ha faltado.
¿Crees acaso que te condenarás por ser pecador? Esta es la razón por la que te podrás salvar. Por la misma razón de que te reconoces pecador, desearía animarte a creer que precisamente para personas como tú está destinada la gracia. Uno de nuestros poetas se atrevía a decir que: “El acusado-Es ya sagrado” mediante la obra del Espíritu Santo en su conciencia. Es positivamente cierto que Jesús busca y salva al perdido. Murió e hizo la expiación de verdad por pecadores de verdad. Si hallo pecadores que admiten sin excusas que son pecadores, me es un verdadero placer hablar con ellos. Gustosamente platicaría toda la noche con pecadores de buena fe. Las puertas de misericordia no se cierran ni de día ni de noche para los tales y están abiertas todos los días de la semana. Nuestro Señor Jesús no murió por pecadores imaginarios, sino que la sangre de su corazón se derramó para limpiar las manchas carmesí que nada más que ella puede quitar.
El pecador que se sienta bien negro, esa es la persona que Jesucristo ha venido a blanquear. En cierta ocasión predicó un evangelista sobre el texto: “Ahora, ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles,” y lo hizo de modo que le dijera uno de los oyentes: “Nos trató como si fuéramos criminales. A ese sermón usted debería haberlo predicado en el presidio provincial y no aquí.” No, no,” contestó el evangelista: “en el presidio no hablaría sobre ese texto sino sobre este: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores.” ¡Correctamente! La ley es para los que se rodean de la justicia propia para derribar su orgullo: el evangelio, para los perdidos para remover su desesperación.
Si no estás perdido ¿para qué quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería la mujer la casa buscando monedas que guardara en el talego? No, no, LA MEDICINA ES PARA LOS ENFERMOS; LA RESURRECCIÓN PARA LOS MUERTOS; EL PERDÓN PARA LOS CULPABLES; LA LIBERTAD PARA LOS CAUTIVOS; LA VISTA PARA LOS CIEGOS Y LA SALVACIÓN PARA LOS PECADORES. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el evangelio del perdón sin admitir de una vez que el hombre es culpable y digno de condenación? El pecador es la razón de la existencia del evangelio. Y tú amigo/a mía, objeto de éstas palabras, si te sientes merecedor, no de la gracia, sino de la maldición y la condenación, tú eres precisamente el género de humano para quién fue ordenado, arreglado y destinado el evangelio. Dios justifica al impío.
Desearía hacer esto tan claro y patente como el día. Espero haberlo hecho ya; pero, a pesar de todo, únicamente el Señor puede hacerlo comprender al hombre. Al principio no puede menos que parecer asombroso al hombre de conciencia despierta que la salvación le venga de pura gracia al perdido y culpable. Piensa el tal que la salvación le viene por ser penitente, olvidando que su estado de penitente es parte de su salvación. “Debo ser esto y lo otro,” dice; todo lo cuál es verdad, porque, sí, será esto y lo otro; pero cuál resultado de la salvación, y la salvación le viene primero antes de verse alguno de los resultados. De hecho, la salvación le viene mientras no merezca otra cosa que lo contenido en la descripción fea y abominable de: “IMPIO.” Esto y nada más es el hombre cuando le viene el evangelio de Dios para justificarle.
Permítaseme, por tanto, insistir en que todos cuantos carecen de todo bien, no teniendo siquiera un buen sentimiento para recomendarse a Dios, crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es tanto capaz como dispuesto a recibirlos espontáneamente, no porque sean ellos bueno sino porque El es bueno. ¿No hace brillar al sol sobre buenos y malos? ¿No es él que da los tiempos fructíferos, y a su tiempo envía lluvias del cielo y hace que salga el sol sobre las naciones impías? Sí a la misma Sodoma bañaba el sol, y caía el rocío sobre Gomorra. OH amigo/a la gracia inmensa de Dios sobrepuja mi entendimiento y tú entendimiento, y desearía que lo apreciaras de un modo digno. Tan alto como el cielo sobre la tierra son los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos. Abunda en perdones. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores: el perdón corresponde al culpable.
No emprendas la farisaica obra de presentarte diferente a lo que en el fondo eres; pero acude tal cual eres al que justifica al impío. Cierto famoso pintor había pintado parte de la corporación municipal de su población y deseaba incluir en el cuadro ciertas personas con características bien conocidas en toda la ciudad. Cierto barrendero rústico, andrajoso y sucio se hallaba entre ésta clase de personas, y en el cuadro había puesto adecuado para él. “Venga usted a mi taller y permíteme retratarle, pagándole yo la molestia,” dijo el pintor a este rustico tosco, un día. El día siguiente por la mañana se presentó en el taller; pero bien pronto quedó despachado, porque se presentó lavado, peinado y decentemente vestido. El pintor le necesitaba en su estado ordinario con el aspecto de mendigo y no le había invitado en otra categoría. Así el evangelio te recibirá, si acudes al Señor como pecador, pero no de otro modo. No procures reformarte; permite a Jesús salvarte inmediatamente. Dios justifica a los impíos, lo que equivale a decir que te recoge donde estés en este momento y te favorece en el estado más deplorable.
Ven destituido. Quiero decir: acude a tu Padre celeste en tu estado de pecado y miseria. Acude a Jesús tal como eres, espiritualmente leproso, sucio, desnudo, ni apto para vivir, ni apto para morir tampoco. Acudid vosotros que sois como los escombros de la creación. Acudid aun cuando no os atrevéis a esperar más que la muerte. Acudid cuando la desesperación os oprima el pecho cual pesadilla horrible. Acudid pidiendo que el Señor os justifique como a otros impíos. ¿Por qué no lo haría? Acudid, porque esta gran misericordia de Dios está destinada para personas como vosotros. Lo digo en las palabras del texto por no poderse expresar en términos más vigorosos: El Señor Dios mismo asume este título bendito: “El que justifica al impío.” Este hace justos, y que se traten como justos, a los que por naturaleza son impíos. ¿No os parece este mensaje maravilloso para vosotros? Querido lector/a, no te levantes del asiento hasta haber ponderado bien este asunto que es de vida o muerte.