lunes, 25 de febrero de 2008

COMO ESTAR BIEN CON DIOS

Somos especiales para Dios, pero tan especial, que envió a su Hijo, Jesucristo, con el fin de darte la fuerza para vivir. Esto le costó la vida a Jesús, pero gracias a su muerte (y su resurrección de entre los muertos), no solo puedes obtener el perdón y la vida eterna, sino tener la fuerza para vencer al miedo y vivir la vida abundante que Cristo ofrece, aquí en la tierra.
Cierto hombre de niño ha tenido dos grandes temores. Uno era el de quedarse solo; el otro, el temor a lo desconocido.
Siempre le aterraba la posibilidad de que murieran su padre y madre y quedar solo. Temía que se le obligara a vivir con unos tíos. Esos temores le perseguían noche y día.
Recuerda una noche en que quedó solo en casa con su madre durante el viaje de su padre. La madre estaba enferma, y cuando trató de ayudarla a abandonar la cama para ir al baño, se desmayó. Era demasiado pesada para él, pero tuvo la presencia de ánimo de llamar al médico de la familia, un viejo amigo que vivía cerca de su casa, situada en una zona rural. El médico llegó,
Volvió a meter a su madre en la cama y le dijo que no temiera.
Sintió miedo. Estuvo despierto toda la noche, con la nariz pegada a la ventana, esperando que su padre llegara en su automóvil para no estar solo.
Le aterraba también lo desconocido. De vez en cuando su familia viajaba en automóvil hacia lugares distantes para visitar a los parientes de su madre o ver a la hermana de su padre, cerca de allí. Les tenía pavor a esos viajes porque siempre pasaban la noche en casas de huéspedes. Aún no se habían popularizado los hoteles en aquella época. Los viajeros pernoctaban en lo que se llamaba casas de huéspedes. Eran casa viejas, cuyos dueños, una pareja de ancianos, o quizás una viuda, aceptaban huéspedes.
Sentía miedo de quedarse en esas casas ajenas. Invariablemente le tocaba una habitación al final del pasillo, en el segundo piso. Cuando estaba de suerte, dormía en la misma cama con su hermano menor. Generalmente dormían en camas de hierro, viejas, cuyos resortes metálicos estaban expuestos y rechinaban. Las paredes estaban cubiertas por retratos de personas que, sin duda, habían vivido y fallecido en aquella misma habitación. Despertaba una y otra vez durante la noche, y veía que lo observaban desde sus polvorientos cuadros.
Igualmente aterradora era la lluvia nocturna. Siempre se asustaba llegar por la noche a una ciudad extraña, con la lluvia salpicando el parabrisas. Se acurrucaba junto a su padre y descartaba estar de regreso en su hogar, en un ambiente que le era familiar.
Recordó todo aquello en el invierno del año pasado, cuando fue de cacería con unos amigos a lo más profundo de una selva, región pantanosa. Uno de los miembros del grupo era dueño de una cabañita en un bosquecillo de robles y palmitos, el que a su vez estaba rodeado por terrenos bajos y pantanosos. Hasta donde se alcanzaba a ver, había ciénagas salpicadas de estos bosquecillos, todos ellos muy parecidos. La primera tarde que pasaron allí, uno de los hombres les llevó ciénaga adentro en un Jeep con neumáticos pantaneros. A cada uno los dejó en apostaderos diferentes, distantes como kilómetro y medio uno de otro, y aproximadamente a tres kilómetros de la cabaña. Prometió volver a recogerlos antes que anocheciera.
Poco antes que llegara la noche, comenzó a caer una lluvia suave y fina. Este hombre guardó su escopeta bajo su capote y se resguardó acercándose más al tronco del enorme roble, en una de cuyas ramas se había encaramado. Empezó a oscurecer y oía las gotas de lluvia que chorreaban sobre las hojas de palmito, más abajo. Comenzó a reflexionar: ¿Qué estoy haciendo aquí, en este árbol, en medio de esta selva, cuando podría estar en casa, en mi cama tibia y suave? Además, ni siquiera me gusta matar animales.
Estoy aquí por mi hijo Tim, que se está preparando para ir a la universidad. Y ni siquiera estoy con él, porque está en otro apostadero, al otro lado del pantano, se decía.
Bajó del árbol y emprendió el regreso a la cabaña. Llovía con más intensidad, y la ciénaga estaba totalmente envuelta en la oscuridad. Atravesó el espeso bosquecillo donde había estado esperando, y luego un claro. Chapoteaba en el agua que le llegaba a los tobillos, en una zona de hierbas altas; buscaba la alambrada de púas que marcaba el límite de la sección donde cazaban.
Ya estaba completamente oscuro. Encontró la alambrada en donde debía recogerlo su amigo, pero no había señales de ningún vehículo. Tal vez ya había pasado y, pensando que él habría regresado a pie a la cabaña, había continuado su camino. Luego, no me quedaba más remedio que intentar regresar a la cabaña en la oscuridad.
Tras encontrar un terreno más alto, a lo largo de la alambrada siguió caminando entre la lluvia fina, hasta que llegó a una tranquera. Sabía que en ese punto debía virar hacia la izquierda, atravesar un claro y caminar un kilómetro y medio, aproximadamente. Pero no había puntos de referencia, ni estrellas. Sólo las densas y vagas siluetas de los bosquecillos, ya desdibujadas contra un horizonte cada vez más oscuro. Observó el suelo y encontró las huellas de los neumáticos del Jeep, así que emprendió la marcha por el claro, en un inútil intento por seguir las huellas en la oscuridad. Sabía que la cabaña estaba oculta en alguno de los manchones de árboles, pero no tenía idea en cuál de ellos. Iba literalmente a tientas, cuando se le ocurrió que estaba extraviado. A menos que alguien saliera a buscarlo, posiblemente tendría que pasar la noche en el pantano.
Esperó a que volvieran a apoderarse de él los antiguos síntomas del temor: el cosquilleo en la boca del estómago, el ardor de las lágrimas en los ojos, todas las conocidas sensaciones de angustia qué experimentaba cuando era niño y lo dejaban solo o se encontraba en un lugar extraño. Pero no pasó nada. No sentía miedo ni angustia: sólo la sencilla resignación de que si había de pasar la noche en el pantano, más le valía encontrar un lugar seco.
Se topó con un comedero de ganado, una estructura pequeña, semejante a un cobertizo, que protegía un bloque de sal para las vacas que vagaban libremente en aquella sección del pantano. Cuando se arrodilló para ver si estaba seco dentro del pequeño cobertizo, divisó, allá a la distancia, una luz que brillaba a través de los árboles de uno de los bosquecillos. ¡Era la cabaña! Al rato, se encontraba al abrigo de una casa seca y cálida, y me disponía a disfrutar de una cena de pavo ahumado con sus amigos. A propósito, a todos ellos (incluyendo a su hijo) les pareció muy gracioso que se hubiera perdido en la oscuridad.
Esa noche, acostado en su catre, mientras escuchaba la lluvia tintinear sobre el techo de hojalata de la cabaña, meditó sobre sus sentimientos. ¿Qué había sucedido con los antiguos temores? ¿Dónde estaba aquel terror del pasado que le revolvía las entrañas? No fue hasta la mañana cuando comprendió plenamente lo que le había sucedido.
Cuando despuntó el alba, estaba de nuevo en su apostadero. Pero esta vez no se encaramó al árbol. Recargó su escopeta, que no estaba cargada, y se quedó de a pie, a la orilla del bosque, mirando cómo salía el sol y escuchando cómo despertaba el mundo al amanecer. Momentos antes todo había estado sumido en el silencio: ni un solo sonido, ni una hoja en movimiento.
Luego, mientras el cielo de oriente se tornaba azul claro, y enseguida rosado, un ave gorjeó. Después, una ardilla se movió. Oyó el murmurar de una familia de mapaches que venía por las hierbas altas. Un armadillo se escurrió ante sus ojos, hurgando el suelo con su largo hocico en busca de gusanos y escarabajos. Sobre él, las mariposas y los halcones surcaban graciosamente los aires. Enseguida, se escuchó el gorjeo de muchos pájaros; varias ardillas lanzaban chillidos en los árboles y corrían por las ramas bajas de los grandes robles. Y, a la distancia, oyó los graznidos de una bandada de pavos silvestres.
Luego, al otro lado del pequeño claro donde se encontraba, vio a un ciervo magnifico. Llevaba la cabeza erguida, y sus astas asemejaban una corona sobre su cabeza. Majestuoso, olfateó el aire, lo miró directamente, dio media vuelta y se internó lentamente en el bosque. El y este hombre eran parte de la misma creación: ciudadanos de este maravilloso jardín de la naturaleza.
Se quedó largo rato, casi sin respirar, con el corazón latiendo al unísono con los ruidos a su alrededor. La lluvia de la noche anterior había perfumado el ambiente y refrescado la tierra. El sol dorado se alzó en el oriente, detrás de los matorrales del palmito, y de pronto la tierra entera bullía de colores y sonidos.
Empezó a cantar un antiguo himno:

Cuando el cielo de oro se pinta
Mi corazón al despertar grita
Alabado sea Jesucristo.

La noche se vuelve día
Cuando nuestro corazón dice con alegría
Alabado sea Jesucristo.

Las fuerzas de la oscuridad se asustan
Cuando esta dulce canción escuchan
Alabado sea Jesucristo.

¡Eso era! Las fuerzas de la oscuridad ya no tenían dominio sobre él- ¿Por qué? Porque hacía varios años había entregado su vida a Jesucristo. Lo que antes le aterraba, ya no tenía poder sobre él. Ahora a través de Jesús, tenía fuerza para vivir. Había hecho suyo el mensaje del apóstol Pablo para su joven amigo Timoteo: “Porque no nos hadado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2Timoteo 1:7). “No temas, porque yo estoy contigo, no te desalientes, porque yo soy tú Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
¿Cómo entrega uno su vida a Jesucristo? ¿Cómo puede entrar uno en esta comunión íntima con Dios, Señor del Universo, quién elimina nuestro temor y lo reemplaza con su fuerza?
Así como hay leyes de la física que gobiernan el mundo natural (haciendo que caiga la lluvia y que salga el sol), también hay leyes que gobiernan tu relación con Dios. Someterte a estas leyes hace posible que Jesucristo sea el Señor de tu vida. Cuando esto sucede, El reemplaza tus limitados recursos con su fuerza sobrenatural para vivir.

PRIMERA LEY
Dios te ama y te ofrece un maravilloso plan para tu vida.

EL AMOR DE DIOS
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, más tenga vida eterna”.(San Juan 3:16)

EL PLAN DE DIOS
Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (San Juan 10:10)

Pero, como ya hemos visto, no basta simplemente con saber que Dios te ama y tiene un maravilloso plan para tu vida. Hay obstáculos que nos impiden recibir el amor divino, y eso nos lleva a la siguiente ley.

SEGUNDA LEY

El hombre es pecador y está separado de Dios.

Debido a esto, no puede conocer ni experimentar el amor y plan de Dios para su vida.

EL HOMBRE ES PECADOR

Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Romanos 3:23)

El hombre fue creado para tener relación con Dios.
Así como fui capaz de estar en los pantanos y sentir la presencia de Dios a mi alrededor, sin temor, así Dios quiere que tengas amistad con El. Es el mismo tipo de amistad que tuvieron Adán y Eva con Dios en el Jardín del Edén, antes que el pecado apareciera en el mundo. Allí, estos dos amigos del Ser Supremo, caminaron con El en lo fresco de la tarde, hablaron con su creador como un hijo y una hija hablan con su padre.
Pero luego, Adán y Eva decidieron seguir su propio camino, rompieron su relación con Dios. Desde entonces el hombre ha elegido seguir su camino independiente. A veces esta voluntad egoísta se expresa como una rebeldía es lo que la Biblia llama pecado.

EL HOMBRE ESTA SEPARADO DE DIOS

Por que la paga del pecado es la muerte” (separación espiritual de Dios) (Romanos 6:23)

El pecado (un gran abismo) separa al Dios Santo del hombre pecador.
El hombre intenta continuamente alcanzar a Dios y la vida abundante por medio de su propio esfuerzo; por ejemplo, viviendo una vida buena, estudiando filosofía e incluso practicando alguna religión. La tercera ley explica la única forma en que podemos cruzar este abismo.

TERCERA LEY

Jesucristo es la única provisión de Dios para el pecado del hombre.
Solo a través de El puedes conocer y experimentar el amor de Dios y Su plan para tu vida


MURIO POR NOSOTROS

Pero Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8)

RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS

Cristo murió por nuestros pecados…, fue sepultado…, resucito al tercer día, según las Escrituras…, se apareció a Pedro y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos de una vez…” (1Corientios 15:3-6)

ES EL UNICO CAMINO HACIA DIOS

“Jesús dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6)

Por medio de Jesucristo se puede cruzar el abismo, al morir por nosotros en la cruz, al pagar por nuestros pecados. Sin embargo, no basta con conocer estas tres leyes. También debemos conocer la cuarta ley.

CUARTA LEY

Tenemos que recibir individualmente a Jesucristo como nuestro Señor y nuestro Salvador personal.

Sólo así podremos conocer y experimentar el amor de Dios y Su plan para nuestra vida.

TENEMOS QUE RECIBIR A CRISTO.

Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre” (San Juan 1:12)

TENEMOS QUE RECIBIR A CRISTO MEDIANTE LA FE

Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es un don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2:8,9)

CUANDO RECIBIMOS A CRISTO EXPERIMENTAMOS UN NUEVO NACIMIENTO

“Jesús les respondió: En verdad, en verdad te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3)

RECIBIMOS A CRISTO POR INVITACION PERSONAL

He aquí, yo estoy a la puerta (corazón)y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20)

Recibir a Cristo significa volvernos hacia El. Para hacerlo, es preciso dar la espalda al pecado. No podemos hacerlo por nuestra propia fuerza, sino que debemos estar dispuestos a renunciar al pecado y entregar a El todos los derechos sobre nuestra vida. Luego, en un acto de fe, invitamos a Jesucristo a que tome control de nuestra vida. Aunque difícil, en realidad es algo muy sencillo. Basta, por medio de un acto de tu voluntad, decir: “Quiero, Jesús, que te hagas cargo de mi vida, tal como estoy”.
Si lo dices de todo corazón, El lo hará.

sábado, 16 de febrero de 2008

CONFIRMACION

Deseo llamar tu atención a la seguridad que Pablo confiadamente esperaba cual beneficio de todos los santos. Dice: “El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo.” Esta es la clase de confirmación que ante toda otra cosa debemos desear. Como ves, presupone el texto que las personas están en lo recto, en la verdad y propone que sean afirmadas en ello. Terrible fuera confirmar a una persona en sus caminos de pecado y error. Pensémonos un borracho confirmado, un ladrón confirmado o un embustero confirmado. Sería cosa deplorable confirmar a una persona en su incredulidad y en su impiedad. Solamente podrán disfrutar de la confirmación divina los que ya han visto la gracia de Dios manifestada en sus vidas. Esta confirmación es obra del Espíritu Santo. El que da la fe, la fortalece y confirma: el que enciende la llama del amor divino en nosotros la preserva y aumenta.
Lo que nos hace saber en su instrucción primaria, el buen Espíritu con más claridad y certeza mediante enseñanza repetida. Además confirma los hechos santos volviéndolos hábitos establecidos y emociones santas, en condiciones permanentes. Por la experiencia y práctica confirma nuestra fe y nuestros propósitos. Así tanto nuestras alegrías como nuestras penas, nuestros éxitos como nuestros fracasos quedan santificados para el mismo fin: precisamente como el árbol queda arraigado y robusto tanto por la lluvia como por el viento tempestuoso. La mente queda instruida y por el aumento del saber acumula razones para perseverar en el buen camino. Queda consolado el corazón y así se apega más y más a la verdad consoladora. Apretándose la acogida y fortaleciéndose la cuerda, el creyente resulta más sólido y robusto.
No se trata aquí de un crecimiento meramente natural, sino de una obra clara del Espíritu como la conversión misma. El Señor lo concederá con toda seguridad a los que confían en él para la vida eterna. Por su operación en nuestro interior nos librará de ser “inestables como líquido,” haciéndonos firmes y arraigados. Esto es parte de la obra de la salvación, esta edificación en Cristo Jesús, haciéndonos permanecer en El. Querido lector/a, diariamente puedes esperar esta gracia y tu esperanza no quedará burlada. El Señor en quien confías te hará como árbol plantado junto a arroyos de agua, tan bien guardado que ni su hoja se marchitará.
¡Qué fuerza para la iglesia es el cristiano confirmado! Es el consuelo para los afligidos y apoyo para los débiles. ¿No quisieras tú ser así? Los creyentes confirmados son columnas en la casa de Dios. Estos no son llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, ni quedan trastornados por lamentación repentina. Son un gran apoyo para otros, anclas en el tiempo de dificultad en la iglesia. Tú que estás principiando la vida espiritual apenas puedes esperar que llegues a ser como ellos. Pero no debes temer; pues el Señor obrará en ti como en ellos. Algún día, tú que hoy eres un párvulo en Cristo, serás un padre en la iglesia. Espera cosa tan grande; pero espérala como don de gracia y no como salario por obra o producto de tu fatiga.
El apóstol Pablo habla inspirado de estas personas como confirmadas hasta el fin. Esperaba Pablo que la gracia de Dios los guardara personalmente hasta el fin de sus días o hasta la venida del Señor Jesús. En realidad esperaba que toda la iglesia de Dios en todo lugar y en todo tiempo fuera guardada hasta el fin de la dispensación, hasta que viene el Señor Jesús como el esposo a celebrar las bodas con su esposa perfeccionada. Todos los que están en Cristo serán confirmados en él hasta ese día glorioso. ¿No ha dicho: “Porque yo vivo también vosotros viviréis” También dijo: “Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre, ni nadie les arrebatará de mi mano."? El que ha empezado la buena obra en vosotros, la perfeccionará hasta el día de Cristo.” La obra de la gracia en el alma no es una reforma superficial. La vida infundida en el nacimiento nuevo viene de simiente incorruptible que vive y permanece eternamente. Y las promesas de Dios a los creyentes no son de naturaleza transitoria sino abarcan para su cumplimiento toda la carrera del creyente hasta que llegue a la gloria sin fin. Somos guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para la salvación eterna. “Proseguirá el justo su camino.” No como resultado de su propio mérito o fuerza, sino como favor inmerecido “son guardados los creyentes en Cristo Jesús.” Jesús no perderá ninguna de las ovejas de su rebaño; no morirá ningún miembro de su cuerpo; no faltará ninguna joya de su tesoro cuando venga a juntarlas. Querido lector/a, la salvación por fe recibida no es cosa de meses o de años; porque nuestro Señor Jesús nos ha conseguido “salvación eterna,” y lo eterno no tiene término.
Pablo declara también que su esperanza respecto a los santos de Corinto es que sean “confirmados hasta el fin sin falta." Esta condición -sin falta- es una parte preciosa de la gracia de ser guardados. El ser guardado santo es más que ser guardado salvo. Es bien triste ver gente religiosa tropezar y caer de una falta en otra peor: nunca han creído en el poder de Dios para guardarles sin falta. La vida de algunos que profesan ser cristianos, consiste en una serie de tropiezos que no parecen dejarles bien tendidos, pero tampoco nunca bien derechos. Tal vida no conviene al creyente: su vocación es andar con Dios y por la fe puede llegar a perseverar firme en la santidad, lo que urge que haga. El Señor es poderoso para guardar los pies de sus santos y lo hará si nos entregamos a él confiados en que lo hará. No hay necesidad de manchar el vestido; por su gracia podemos ser guardados sin mancha del mundo: esto es nuestro deber, porque “sin santidad nadie verá al Señor.”
El apóstol profetizaba prediciendo para los creyentes de Corinto, lo que debiéramos nosotros buscar, a saber que seamos guardados irreprensibles, “sin falta hasta el día del Señor Jesucristo. La “versión moderna” dice irreprensibles, como otras traducciones nuevas. Haga Dios que en ese gran día nos veamos libres de toda reprensión, de suerte que nadie en el universo entero se atreva a disputarnos el aserto de que somos los redimidos del Señor. Tenemos faltas y flaquezas, de las cuales nos lamentamos, pero no son de la naturaleza que demuestra que vivamos separados de Cristo: viviremos ajenos a la hipocresía, al engaño, al odio, al placer en el pecado, porque tales cosas serían acusaciones fatales. A pesar de nuestros fracasos involuntarios el Espíritu Santo puede obrar en nosotros produciendo un carácter sin falta a la vista humana, de manera que como Daniel no demos ocasión a las lenguas acusadoras, excepto en los asuntos de nuestra fe religiosa. Multitud de hombres piadosos, como también de mujeres piadosas, han dado pruebas de vida tan pura y del todo genuina que nadie le ha pedido, en justicia, reprender. El Señor podrá decir de muchos creyentes como dijo de Job, al aparecer Satanás en su presencia: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en toda la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” Esto es lo que debe anhelar y tener por objeto el lector/a, confiando que, Dios mediante, lo alcanzará. Tal es el triunfo de los santos: continuar “siguiendo al Cordero por donde quiera que fuere,” manteniendo la integridad como delante del Dios viviente. No entremos jamás en caminos torcidos, dando lugar a que blasfeme el adversario. Está escrito respecto al verdadero creyente: “Se guarda a si mismo y el maligno no le toca.” ¡Haga Dios que así se escriba respecto a nosotros!
Amigo/a que ahora empiezas a vivir la vida divina, el Señor puede comunicarte un carácter irreprensible. Aun cuando en lo pasado hayas cometido pecado grave, el Señor es poderoso para librarte del todo del poder de antiguos vicios y hábitos haciéndote un ejemplo de virtud. >No solamente puede hacerte hombre moral, sino puede hacerte aborrecer todo camino de falsedad y seguir en pos de todo lo que es santo. No dudes de esto. El primero de los pecadores no necesita quedar atrás del más puro de los santos. Cree esto y según tu fe te será hecho.
¡Cuánta bienaventuranza será el hallarnos irreprensible en el día del juicio! No cantamos en falso al prorrumpir:


“Sereno miro ese día:
¿Quién me acusará?
En el Señor mi ser confía:
¿Quién me condenará?”




¡Que bienaventuranza será el disfrutar de ese valor, fundado en la redención de la maldición del pecado por la sangre del Cordero, cuando el cielo y la tierra huyan de la faz del Juez de todos! Esta bienaventuranza será la suerte de todos cuantos fijen la vista de la fe exclusivamente en la gracia de Dios en Cristo Jesús y en esa potencia sagrada libren batalla continua contra todo pecado.

jueves, 7 de febrero de 2008

SIN ARREPENTIMIENTO, SIN PERDON

Resulta claro el texto que acabamos de citar que el arrepentimiento acompaña al perdón. Leemos en los hechos 5:31 que Jesús fue ensalzado para dar arrepentimiento y perdón de pecados.” Estas dos bendiciones emanan de las manos sagradas una vez clavadas al madero, de las manos de Aquel que ahora está en la gloria. Arrepentimiento y perdón están entrelazados por el propósito eterno de Dios. Lo que Dios ha juntado, no lo separe el hombre.
El arrepentimiento debe ser compañero del perdón, y verás que así es, pensando un poco sobre el caso. No es posible que se conceda el perdón a un pecador impenitente. Tal cosa le confirmaría en sus malos caminos y le haría pensar poco en la culpa del pecado. Si el Señor dijera: “Tú amas al pecado, vives en él y vas de mal en peor, pero no importa, yo te perdone;” esto equivaldría a la proclamación de una infame libertad de pecar. Equivaldría a socavar los fundamentos de todo orden social, resultando de ello la anarquía moral. No podría yo explicar los escándalos innumerables que resultarían indefectiblemente, si se pudieran separar el arrepentimiento y el perdón remitiéndose el pecado mientras que el pecador lo amara como siempre. Es del todo natural que si creemos en la santidad de Dios, es positivo que si continuamos en el pecado no queriendo arrepentirnos del mismo, no podemos esperar que Dios nos perdone, pero, sí, que recogeremos las consecuencias de nuestra terquedad. Según la bondad infinita de Dios se nos promete que, sí abandonamos nuestro pecado confesándolo, aceptando por la fe la gracia que está en Jesucristo, Dios “es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.” Pero mientras tanto que Dios viva, no puede haber promesa de misericordia para los que continúan en sus malos caminos negándose a reconocer sus transgresiones. Ciertamente no hay rebelde que pueda esperar que su Rey le perdone mientras que prosiga en rebeldía manifiesta. Nadie puede ser tan loco que se imagine que el Juez de toda la tierra borre nuestros pecados, si rehusamos arrepentirnos y confesarlos nosotros mismos.
Además, esto es así a causa de la perfección de la misericordia divina. Una misericordia que perdona al pecado, dejando al pecador viviendo en el pecado, sería pobre y superficial, en verdad. Sería una misericordia deforme, coja de pies y paralítica de manos. ¿Cuál de los privilegios piensas es el mayor: borrar la culpa del pecado o librar del poder del pecado? No procuraré pesar en balanza dos misericordias tan sin igual las dos. Ninguna de ellas nos alcanzaría sino mediante la sangre preciosa de Cristo. Pero me parece que la salvación del poder del pecado, el ser santificado, el ser hecho semejante a Dios, debe considerarse la mayor de las dos, si comparación alguna se haya de hacer. Favor incalculable es el perdón. En el Salmo de alabanza hacemos esta la nota primera: “El es quién perdona todas tus iniquidades.” Pero si pudiéramos alcanzar el perdón y luego tener permiso de amar el pecado, practicar la iniquidad y revolcarnos en el fango de los vicios, ¿para qué nos serviría tal perdón? ¿No resultaría un dulce venenoso que del modo más eficaz nos arruinaría? El ser lavado y sin embargo yacer en el cieno; el ser declarado limpio y no obstante llevar la lepra blanca en la frente, sería la burla más pesada que se hiciera de la misericordia. ¿Para qué serviría sacar el cadáver del sepulcro, dejándolo cadáver sin vida? Para qué llevarlo a luz, si no tiene ojos? Nosotros damos gracias a Dios, porque Aquel que perdona nuestras iniquidades, también sana nuestras dolencias. El que nos limpia de las manchas del pasado, nos salva de los caminos asquerosos del presente y nos guarda de caer en el porvenir. Es preciso que recibamos agradecidos tanto la palabra del arrepentimiento como la de la remisión del pecado. Son dos cosas inseparables. La heredad del pacto es una e indivisible y no se reparte por partes. Dividir la obra de la gracia, sería partir la criatura por el medio, y quién tal permitiera, demostraría que no tiene interés alguno en el asunto.
Pregunto a los que buscan al Señor ¿si estarían contentos con una sola de estas gracias? ¿Estarías contento, querido lector/a, con que Dios te perdonara tus pecados, dejándote luego vivir mundano y malvado como antes? Ciertamente que no: el espíritu vivificado tiene más miedo del pecado mismo que de los castigos que resultan del mismo. El grito de tu corazón no es: “¿Quién me librará del castigo?,” sino “¡Miserable hombre de mí!¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” ¿Quién me hará capaz de vencer la tentación y ser santo como Dios es santo? Ya que la unidad del arrepentimiento y el perdón concuerdan con el deseo obrado por la gracia, y ya que es necesaria esa unidad para la perfección de la salvación, como a causa de la santidad, descansa seguro de que permanecerá esa unidad.
El arrepentimiento y la remisión del pecado están inseparables en la experiencia de todos los creyentes. Jamás hubo persona que de verdad se arrepienta de sus pecados, confesándolos a Dios en nombre de Jesús, que Dios no perdonara; por otra parte, jamás hubo persona que Dios perdonara sin arrepentimiento del pecado. No vacilo en afirmar que bajo las bóvedas del cielo jamás hubo, ni hay, ni habrá caso de pecado limpiado, a no ser que al mismo tiempo el corazón fuera arrepentido y tuviera fe en Jesucristo. Odio al pecado y sentimiento de perdón entran juntos en el alma y permanecen juntos mientras vivamos.
Estas dos cosas obran recíprocamente. El hombre arrepentido es perdonado y el perdonado se arrepiente más profundamente después de perdonado. Así es que podemos decir que el arrepentimiento conduce al perdón y el perdón al arrepentimiento.
“La ley y los terrores,” dice el poeta, “solo endurecen al hombre, mientras obran a solas; pero un sentimiento de perdón adquirido mediante la sangre ablanda al corazón de piedra.”
Ciertos del perdón, aborrecemos la iniquidad. Y supongo que cuando la fe se haya aumentado hasta la seguridad plena, de modo que estemos segurísimos sin sombra de duda que la sangre de Jesús nos ha emblanquecido más que la nieve, entonces el arrepentimiento ha llegado al colmo. La capacidad de arrepentirse crece a la medida de que la fe crece. No haya equivocación en el caso: el arrepentimiento no es cosa de días o semanas, como la penitencia impuesta, que se desea terminar cuanto antes. No; se trata de una gracia para la vida entera como la fe misma. Los hijuelos de Dios se arrepienten, así los jóvenes y los ancianos. El arrepentimiento y la fe son compañeros inseparables. Mientras que andamos por fe estamos en condición de arrepentirnos. No es verdadero el arrepentimiento que no venga de la fe en Jesús y no es verdadera la fe en Jesús que no capacita para el arrepentimiento. La fe y el arrepentimiento, como los gemelos siameses, viven unidos. A medida que creemos en el amor perdonador de Jesús, podemos arrepentirnos. Y a medida que nos arrepentimos del pecado y odiamos al mal, nos regocijamos en la plenitud del perdón que Jesús ha sido ensalzado para conceder al necesitado. No podrás jamás apreciar el perdón, sino te sientes arrepentido; tampoco eres capaz del arrepentimiento más profundo antes de haber sido perdonado. Singular puede parecer, pero es cierto, que la amargura del arrepentimiento y la dulzura del perdón se mezclan en el olor suave de toda vida de gracia, resultando en dicha sin par.
Estas dos dádivas del pacto constituyen la seguridad mutua la una de la otra. Si sé que me arrepiento, sé también que Dios me ha perdonado. ¿Cómo sabré que me ha perdonado sino conociendo también que me ha librado de mis malos caminos? El ser creyente, es ser penitente. La fe y el arrepentimiento son dos rayos de la misma rueda, dos mangos del mismo arado. Se ha dicho bien que el arrepentimiento es el corazón quebrantado a causa del pecado y separado del pecado. Igualmente bien se puede decir que es un cambio y recambio. Es un cambio de mente de la clase más radical y profunda, acompañado de dolor a causa del pecado cometido en el pasado y del voto de enmienda para el futuro:

“Dejar el mal que antes yo amaba;
Amar el bien que antes odiaba,”
demostrando así la sinceridad del dolor.
Siendo esto un hecho positivo, podemos estar ciertos del perdón, porque el Señor nunca lleva el corazón al quebranto a causa del pecado, separándolo del mismo, sin perdonarlo. Por otra parte, si disfrutamos del perdón mediante la sangre de Jesús, siendo justificados por la fe y teniendo paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo, sabemos que nuestro arrepentimiento y nuestra fe es de la clase legítima.
No considera tu arrepentimiento cual mérito que te proporciona el perdón, ni esperes capacidad natural para arrepentirte hasta que veas la gracia de nuestro Señor Jesús y su prontitud de borrar tus pecados. Guarda estas cosas cada cual en su lugar y contémplalas en la relación que tienen la una con la otra. Son como el Jachin y Boaz en la experiencia de la salvación: quiero decir que se pueden comparar a las altas columnas del templo de Salomón, colocadas al frente de la casa del Señor, formando una entrada majestuosa al lugar santo. Nadie viene del modo debido a Dios, a no ser que pase entre las columnas del arrepentimiento y de la remisión. El arco iris del pacto de gracia yace desplegado en toda su hermosura sobre tu corazón, cuando sobre las lágrimas del arrepentimiento haya brillado la luz del pleno perdón. El arrepentimiento del pecado y la fe en el perdón de parte de Dios son la trama y urdiembre de tejido de la verdadera conversión. Por estas señales conocerás “un verdadero Israelita.”
Volvamos al texto que estamos meditando: tanto el arrepentimiento como el perdón emanan de la misma fuente, siendo dones del mismo Salvador. El Señor Jesús desde su gloria concede las dos cosas a las mismas personas. No debes buscar la fuente del arrepentimiento, ni del perdón, en otro punto. Ambas cosas están listas y el Señor está preparado para dispensarlas gratuitamente ahora mismo a toda persona que de su mano las quiera recibir. No se olvide nunca que Jesús da todo lo necesario para la salvación. De la mayor importancia es que todos cuantos buscan la salvación comprendan esto. La fe es tanto una dádiva de Dios como el objeto en que la fe se funda. El arrepentimiento es tan cierto como obra de la gracia juntamente a la expiación por la cual se borra el pecado. La salvación es obra de la gracia sola desde el principio al fin. No me comprendas mal aquí. Por supuesto, no es el Espíritu Santo que se arrepiente. Nada ha hecho de que se pueda arrepentir. Y si pudiera arrepentirse, para nada nos valdría: es preciso que nos arrepintamos cada cual de su propio pecado y si no, no quedamos salvos del poder del pecado. No es el Señor Jesucristo que se arrepiente. ¿De que se arrepentiría? Nosotros somos los que nos arrepentimos con el pleno consentimiento de toda facultad de nuestra mente. La voluntad, las afecciones, las emociones, todo coopera cordialmente en el acto bendito del arrepentimiento del pecado; no obstante detrás de todo lo que sea acto personal nuestro, está una influencia santa obrando en secreto que ablanda el corazón, causa remordimiento y produce un cambio completo. El Espíritu de Dios nos ilumina para que veamos lo que es el pecado haciéndolo repugnante a la vista. Además el Espíritu de Dios nos vuelve hacia la santidad, haciéndonos apreciarla de corazón, amarla y desearla y así nos comunica un impulso, por el cual somos llevados adelante paso a paso por el camino de la santidad. “El Espíritu de Dios obra en nosotros tanto el querer como el hacer según el beneplácito de Dios.” Sometámonos a este buen Espíritu ahora mismo para que nos guíe a Jesús, quien abundantemente nos dará la doble bendición del arrepentimiento y del perdón, según las riquezas de su gracia.

“Por Gracia sois salvos”

viernes, 1 de febrero de 2008

COMO SE DA EL ARREPENTIMIENTO

Volvamos al gran texto: “A Este, Dios ha ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados.” Nuestro Señor Jesucristo ha subido para que la gracia baje. El emplea su gloria para que cunda mejor su gracia. El Señor no ha dado un solo paso hacia arriba sino con el objeto de llevar consigo a los creyentes arriba. Ha sido ensalzado para dar arrepentimiento, lo que veremos recordándonos de unas cuantas grandes verdades.
La obra que nuestro Señor Jesús ha llevado a cabo, ha hecho el arrepentimiento posible, de utilidad y aceptable.
La ley no habla de arrepentimiento, sino dice sencillamente: “El alma que pecare, ese morirá.” Si el Señor Jesús no hubiera muerto, resucitado y ascendido al Padre, ¿para qué serviría tu arrepentimiento o el mío? Podríamos sentir remordimiento de conciencia con todos sus horrores, pero no el verdadero arrepentimiento con sus esperanzas. Arrepentimiento en sentido de sentimiento natural es un deber común que no merece alabanza: en verdad, es un sentimiento tan comúnmente mezclado con temor egoísta de castigo que su mejor aprecio es de poca monta. Si no hubiera intervenido Jesús, acumulando una riqueza de merito, nuestras lágrimas de arrepentimiento no valdrían más que otras tantas gotas de agua derramada en tierra. Se halla ensalzado Jesús para que en virtud de su intercesión tenga valor ante Dios nuestro arrepentimiento. En este sentido nos da arrepentimiento, pues que pone el arrepentimiento en condición de aceptable, lo que de otro modo no sería.
Cuando Jesús fue ensalzado, fue derramado el Espíritu de Dios para producir en nosotros todo don de gracia necesario. El Espíritu Santo crea en nosotros el arrepentimiento renovándonos de un modo sobrenatural, quitando el corazón de piedra de nuestra carne. No te sientes apretándote los ojos para sacar lágrimas imposibles: el arrepentimiento no sale de una naturaleza rebelde, sino de la gracia libre y soberana. No entres en tú cámara pegándote el pecho para producir en un corazón de piedra sentimientos que no existen en él. En cambio, acude en espíritu al Calvario y contempla la pasión y muerte de Jesús. Mira arriba de donde viene tu socorro. El Espíritu Santo ha venido expresamente para hacer sombra a los espíritus de los hombres y engendrar en ellos el arrepentimiento como antes se movía sobre la tierra desordenada para producir orden. Eleva tu ruego a él:”Bendito Espíritu de Dios, apoderare de mí. Hazme tierno y humilde de corazón para que odie el pecado y sinceramente me arrepienta del mismo.” Y él oirá tu clamor y te responderá.
Acuérdate también de que cuando el Señor Jesús fue ensalzado, no solamente nos dio el arrepentimiento enviando el Espíritu Santo, sino consagrando todas las obras de la naturaleza y de la providencia para el gran fin de nuestra salvación, de suerte que cualquiera de ellas puede llamarnos al arrepentimiento, ya sea que cante, como el gallo que oyó Pedro, o retumbe, como el terremoto que espantó al carcelero de Filipos. Desde la diestra de Dios, nuestro Señor Jesús gobierna las cosas de la tierra haciéndolas cooperar para la salvación de sus redimidos. Se vale tanto de lo amargo como de lo dulce, de las penas como de las alegrías para producir en los pecadores algún cambio de mente hacia Dios. Sé agradecido por algún acto de la providencia que te ha hecho pobre, enfermo o afligido; porque mediante tales cosas Jesús obra en tu vida llamándote hacia así mismo. La misericordia del Señor a menudo viene cabalgando hacia nuestra puerta sobre jinete negro de aflicción. Jesús se vale de toda la capacidad de nuestra experiencia para destetarnos del mundo y atraernos al cielo. Cristo ha sido ensalzado hasta el trono del cielo y de la tierra para que mediante todos los procedimientos de la providencia subyugue los corazones endurecidos hasta sentir el bendito quebranto del arrepentimiento.
Además, ahora mismo está obrando por sus juicios en el foro de las conciencias, por su Libro inspirado, mediante nosotros que hablamos según el Libro y por las oraciones de los amigos y de los corazones sinceros. El te puede enviar una palabra que hiera tú corazón de piedra, como la vara de Moisés, y haga brotar ríos de arrepentimiento. El puede llevar a tú mente algún texto de las Sagradas Escrituras que quebrante tú corazón y te cautive de un momento. Misteriosamente puede ablandarte y, cuando menos pienses, causar que un sentimiento de santidad invade tu alma. Puedes estar seguro de esto, que Aquel que ha entrado en la gloria, ensalzado hasta el esplendor y majestad de Dios, tiene abundancia de medios para obrar arrepentimiento en los que tendrán perdón. En este mismo momento está esperando darte arrepentimiento. Recíbelo inmediatamente.
Fíjate en el hecho, para consuelo tuyo, que el Señor Jesucristo da este arrepentimiento a los menos dignos de la humanidad. Fue ensalzado para dar arrepentimiento a Israel. ¡A Israel! En los días que habló el apóstol así, era Israel la nación que más había pecado contra la luz y contra el amor, coronando su obra de infamia por la crucifixión del Señor, atreviéndose a decir: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.” Cierto, estos Israelitas eran los asesinos de Jesús; y no obstante fue ensalzado para darles el arrepentimiento. ¡Que maravilla de gracia! Escucha pues; si tú has sido criado a la luz cristiana más resplandeciente y si a pesar de ello lo has rechazado, hay todavía esperanza para ti. Aun cuando hayas pecado contra la conciencia, contra el Espíritu Santo, contra el amor de Jesús, todavía hay lugar para el arrepentimiento. Aunque te hallaras endurecido como Israel incrédulo de antaño, todavía es posible tu ablandamiento, ya que Jesús se halla ensalzado y revestido de poder infinito. Jesús fue ensalzado para dar arrepentimiento á los que llegaron al colmo de la iniquidad, agravando de un modo especial su pecado. ¡Dichoso quien, como yo tiene la Palabra de Dios tan plena para proclamar! ¡Dichoso/a tú que tienes el privilegio de escucharla o leerla!
Los corazones de Israel se habían endurecido como una roca de pedernal. Lutero creía imposible la conversión de un judío. Sin estar de acuerdo con él, es preciso admitir que la simiente de Israel ha sido terriblemente terca rechazando al Señor todos estos siglos pasados. Con verdad dijo el Señor: “Israel nada quería de mí.” Jesús “vino a lo suyo, y los suyos no le recibieron.” No obstante para bien de Israel fue nuestro Señor Jesús ensalzado para dar arrepentimiento y remisión de pecados.
El lector probablemente gentil; pero a pesar de ello puedes tener un corazón muy terco que por muchos años ha resistido al Señor Jesús. Y no obstante en ti puede nuestro Señor obrar el arrepentimiento. Puede bien ser que todavía tendrás que escribir, constreñido por el amor divino, como el autor de las interesantes obras: Libro de cada día,” quien en cierta época de su vida era un incrédulo obstinado. Vencido por la gracia soberana escribió:

“El corazón más altanero
Has quebrantado, Dios, en mí;
El yo más terco y más fiero
Has bien domado para ti.

Tu voluntad cual mía quede:
Tu ley, la regla de mi ser;
Mi corazón, tu Santa sede,
Mi dicha, siempre obedecer.”

El señor puede dar arrepentimiento al menos digno, volviendo en ovejas a los leones, en palomas a los cuervos. Volvámonos a El para que cambio tan grande se opere en nosotros. Sin duda alguna la contemplación de la muerte de Cristo es uno de los modos más seguros y efectivos para alcanzar el arrepentimiento. No te sientes, procurando sacar el arrepentimiento de la fuente seca y corrompida de la naturaleza. Suponer que tú puedes por fuerza colocar tu alma en ese estado de gracia, es contrario a las leyes de la mente humana. Lleva tu corazón en oración al que lo comprende, diciendo: “límpialo, Señor. Remuévalo. Señor, obra tú el arrepentimiento en él.” Cuanto más procures tú mismo producir emociones de arrepentimiento en ti mismo, tanto más fracasarás; pero si con fe piensas en Jesús que muere por ti, nacerá en ti el arrepentimiento. Medita, pues, en el Señor que de puro amor derrama la sangre de su corazón por ti. Fija la vista de tu mente en la agonía y sudor de sangre, en la cruz y pasión; y al hacerlo así el cargado de tanto dolor te mirará a ti y mediante esa mirada hará para contigo lo que hizo con Pedro, de suerte que tú también salgas para llorar amargamente. El que murió por ti puede hacer que tú mueras al pecado mediante su Espíritu de gracia; y el que ha entrado en la gloria para tú bien, puede conducir tú alma en pos de sí, hacia la santidad, dejando detrás el pecado.
Estaré contento de dejarte este pensamiento: no busques fuego debajo del hielo, ni esperes hallar arrepentimiento en tu corazón natural. Mira al Vivo para hallar la vida. Mira a Jesús por todo cuanto necesites entre la puerta del infierno y la puerta del cielo. No busques en otra parte algo de lo que Jesús desea concederte, sino acuérdate de que:

CRISTO ES TODO