miércoles, 27 de agosto de 2008

EL EVANGELIO DEL ESPIRITU SANTO

Este mismo evangelio fue predicado por Cristo, por Pedro, por Felipe y por Pable. Y este es el evangelio que nosotros debemos predicar. El Espíritu Santo va a glorificar a Cristo con este tipo de mensaje como lo hizo en el día de Pentecostés. Cuando Pedro señalo que Jesús era el Señor y el Cristo, el Espíritu Santo actuó de tal manera que tres mil personas quedaron compungidas. El Espíritu Santo tiene interés en que el reino de Dios se extienda aquí en la tierra. No es cuestión de rebajar el mensaje ofertando el evangelio, sino de predicar el evangelio del reino de Dios y proclamar a Jesucristo como Señor, como Rey, anunciando que su autoridad y gobierno deben establecerse en las vidas.
En 2ª. Corintios 4:5, Pablo dice:
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.
“No predicamos a Jesucristo como Salvador” –aunque El salva-, infiere Pablo, sino “Predicamos a Jesucristo como Señor”. Porque El es el Señor que salva. El es el Señor que sana. El es el Señor que bendice. “Nosotros predicamos a Cristo –señala Pablo- COMO SEÑOR”. Y sobre esta predicación de Pablo y de los apóstoles, la iglesia primitiva se extendió… ¡Cuántos se entregaron al Señor!
Algunos se asustan cuando piensan en una demanda tan radical. Se les ocurre que si ahora, con menos exigencias hay tan pocos resultados, con una exigencia mayor habrá menos todavía. Todo lo contrario. Hay dos razones para ello, una de parte del hombre, y otra de parte de Dios.
Cuando a uno se le presenta algo vago, a lo que no tiene que responder con todo, pierde interés. Hay religiones llenas de exigencias, muy legalistas y que, sin embargo, tienen muchos adeptos porque les presentan algo contundente, concreto, claro. Si queremos que la gente se defina, prediquémosle algo concreto. Pongámosla frente a Cristo. Que nuestro mensaje sea sobre la persona de Cristo. Porque la persona de Cristo define, pone al hombre frente a una disyuntiva. Tiene que elegir. O le reconoce como Señor, o sigue viviendo como quiere.
Pero también está la parte de Dios, y es ésta: Dios tiene interés en que Cristo sea reconocido como Señor. Por eso, cuando el mensaje es dado de acuerdo a su voluntad, el Espíritu Santo comienza a obrar, a manifestarse, respaldando esa exposición. Muchas veces, el predicador tiene la tentación de hacer la invitación un poco más fácil. “¿Quién quiere abrir su corazón? ¿Quién quiere recibir a Cristo?” Con esto, tal vez, diez personas más levanten su mano en asentimiento, pero, ¿cuántos de ellos quedarán? Además, lo importante no es que levanten la mano o no, sino que reconozcan a Cristo como Señor. Allí si va a obrar el Espíritu Santo para traer fe, regeneración y salvación.
Estoy persuadido que esta manera de presentar el evangelio hará surgir una generación de discípulos que, desde su misma conversión, van a vivir plenamente el reino de Dios. ¿Cómo va a predicar la iglesia a los incrédulos a Jesucristo como Señor, si todavía dentro de ella hay muchos que no le ha reconocido así? Creo que, antes de que podamos lanzar la proclamación de este mensaje, Dios llevará a su iglesia a reconocerle como Señor en la vida de cada uno de sus miembros. Debemos reevangelizar a los creyentes con el evangelio del reino de Dios.
El mensaje de Cristo como el Señor no es un mensaje nuevo que deba ser agregado a nuestra carpeta, si es que entendemos la diferencia que hay entre él y el evangelio de las ofertas que hemos predicado. El evangelio de las ofertas proclama que la condición para que el pecador se salvara era “recibir a Cristo como su único y suficiente Salvador”. Si alguien lo hacía, ya estaba salvado y tenía vida eterna. Pero Dios está mostrándonos con el evangelio del reino, que en ningún lugar de la Biblia se nos dice que quien recibe a Cristo como su Salvador ya es salvo, sino que la condición indispensable para ser salvo es reconocer a Jesucristo como Señor. Los que dicen: “Yo predico a la gente a Cristo como su Salvador; cuando lo aceptan como su Salvador, se lo predico como Señor; demuestran que no han comprendido el evangelio del reino.
Otros objetan, “Si les predicamos a Cristo como su Señor y lo reciben como tal, ¿Cuándo lo van a recibir como su Salvador?” ¡Tampoco han entendido!
Hay algunos que parecen creer que si a Cristo no le aceptamos como Salvador, no nos salva. Pero Cristo ES el Salvador. Es el único y suficiente Salvador. Sin embargo, ese Salvador me salva, no cuando meramente le reconozco como Salvador, sino cuando le reconozco como el Señor de mi vida.
Toda nuestra manera de testificar de Cristo, de predicar el evangelio, cambia fundamentalmente a la luz de esta verdad. Al que quiere ser salvo, Pablo le dice –y es una verdad respaldada por toda la Biblia- que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (Romanos 10:9) Cristo será tu Salvador cuando le reconozcas como tu Señor.
Cuando escuchan esto muchos se preguntan: “¿Cuándo me convertí yo, entonces?” Te voy a dar un consejo. No te preocupes por definir cuándo te convertiste. Si respondimos a Dios con sinceridad y entereza con la luz que teníamos hasta ahora, yo creo que éramos salvos. Pero al venir la luz, debemos responder al Señor con la misma sinceridad y entereza. Si yo tardé diez años en reconocer a Cristo como mi Señor, el nuevo discípulo no tiene que recibir primero a Cristo como su Salvador y después de años reconocerle como su Señor. De ninguna manera. El nuevo discípulo debe convertirse reconociendo a Jesucristo como Señor de su vida. Este debe ser nuestro enfoque en la predicación y proclamación del evangelio.

jueves, 21 de agosto de 2008

EL EVANGELIO DE LOS APOSTOLES

A continuación, hagamos un repaso de la predicación apostólica:
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hechos de los Apóstoles 2:36).
Esta es la conclusión del mensaje de Pedro en el día de Pentecostés. El termina diciendo que Dios ha hecho a Jesús Señor y Cristo, es decir el que domina sobre el reino de Dios.
Cristo predicaba el evangelio así: anunciaba el reino de Dios, y enseñaba todo lo concerniente a él; luego, se presentaba a sí mismo delante de los pecadores y les exigía una definición. Les ponía frente a esta disyuntiva: reconocerle a El como Señor, como rey, o rechazarle. Aquel que realmente le reconocía, entraba a formar parte de ese reino que El venía anunciando. Y esto ocurría solamente por la fe.
Después vino Pedro. ¿Y qué predicó? Lo mismo. Enfrentó a los pecadores con Cristo. La persona de Cristo como Señor define a los hombres. Tienen que reconocerle o rechazarle.
Quiere decir que no era cuestión de que “Cristo entrara en el corazón” entre tanto que cada uno siguiera manejando sus cosas. No, Cuando el pecador se confrontaba con la persona de Cristo, se entregaba totalmente a El, le reconocía como Señor de su vida. Si por el contrario se rebelaba y no creía, quedaba automáticamente descartado del reino de Dios.
¿Qué mensaje predicó Felipe?
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo… (Hech. 8:12).
Cristo no estaba en persona con él; sin embargo, Felipe igual anunciaba el reino de Dios y el nombre de Jesucristo. Es decir, presentaba el reino y al rey.
¿Qué mensaje predicaba Pablo, el gran predicador y apóstol?
Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios (Hech. 19:8).
En Efeso, durante tres meses, parece que no tuvo otro tema. Reunió a los ancianos en Mileto, y les dijo:
Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro (Hech. 20:25).
Es interesante destacar cuanto tiempo pasó él allí predicando el reino:
Por tanto velad, acordándoos que por tres años de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno (v. 31).
Después Pablo llegó a Roma. Allí estaba preso, pero gozaba de ciertas libertades:
Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndole acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas (Hech. 28:23).
Muchos venían a su casa, y desde la mañana hasta la tarde, él les testificaba del reino de Dios, y les persuadía acerca de Jesús, por la ley de Moisés y por los profetas. Quiere decir que el tema de Pablo, de la mañana a la noche, era el mismo: el reino de Dios. Notemos cómo termina el libro de Los Hechos:
Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada. Y recibía a todos los que a él venían predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento (vs. 30,31).
¡Dos años enteros, en una casa alquilada en Roma, predicando del reino de Dios y del Señor Jesucristo! El explicaba todo lo que abarcaba el reino de Dios –quizás, muchas de las cosas que nosotros estamos aprendiendo ahora –pero en conclusión, su tema era el reino, y el nombre del Señor Jesucristo.

lunes, 18 de agosto de 2008

EL EVANGELIO DE JESUCRISTO

Veamos cómo predicaba el evangelio Jesucristo.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado (Mat. 4:17).
Cristo mostraba, enseñaba y predicaba. Pero antes de entrar de lleno en su predicación, analicemos el contenido de sus enseñanzas.
Cristo enseñaba por parábolas. Las parábolas eran ilustraciones por medio de las cuales transmitía verdades eternas. Las hacía sencillas, para que la gente las pudiera entender, y al mismo tiempo, para que fueran incomprensibles para los incrédulos.
Consideremos una serie de parábolas que encontramos en el Evangelio según San Mateo. Es sorprendente ver que la mayoría de ellos hablan de un mismo tema.

Cuando alguno oye la palabra del reino… (Mat. 13:19)
El refirió otra parábola diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre… (v.24)
Otra parábola les refirió diciendo: El reino de los cielos… (v.31)
Otra parábola les dijo: El reino de los cielos… (v.33)
Además, el reino de los cielos… (v.44).
También el reino de los cielos… (v.45)
Asimismo el reino de los cielos… (v.47).
… todo escriba docto en el reino de los cielos… (v.52).
Por lo cual el reino de los cielos… (Mat.18:23)
Porque el reino de los cielos… (20:1).
El reino de los cielos… (22:2).
Entonces el reino de los cielos… (25:1)
Porque el reinote los cielos… (v.14)
¿Sobre qué hablan las parábolas de Cristo en su mayoría? Su enseñanza tenía un tema, y sobre ese tema se explayaba: el reino de los cielos. Casi la mayor parte de su enseñanza tenía que ver con esto.
Veamos ahora la predicación de Cristo, según el relato de Lucas.
Es necesario que también en otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios (Lucas 4:43).
Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con El (Lucas 8:1).
También aquí notamos que El predicaba el evangelio del reino de Dios.
Nuestro mensaje al mundo es el evangelio, las buenas nuevas de salvación, pero no olvidemos que es el evangelio del reino de Dios. Porque estas buenas nuevas son justamente acerca del reino de Dios. No podemos separar una cosa de la otra.
Cristo iba por todas las ciudades y aldeas anunciando el reino de Dios.
Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos (Lucas 9:2).
Y cuando la gente lo supo, le siguió; y El les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados (v.11).
Anuncia el reino de Dios… (v.60).
Se ha acercado a vosotros el reino de Dios (cap.10:9).
La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado y todos se esfuerzan por entrar en El (16:16).
A partir de Juan Bautista se anunció el reino de Dios.

jueves, 14 de agosto de 2008

EL EVANGELIO DEL REINO

Desde que Dios comenzó a revelarnos a Jesucristo como Señor, hubo para ciertos mensajeros un nuevo enfoque de todo lo que se llama evangelización. Tuvieron que comenzar a rever toda su manera de predicar el evangelio y aprender cual era la manera en que Cristo lo predicaba. ¿Cómo predicaban los apóstoles? No le importaron ya para nada sus propias costumbres. Pusieron a un lado pilas de mensajes, y le han dicho a Dios:
¡Señor, enséñame a predicar el evangelio!
Al estudias el desarrollo de la obra evangélica en America Latina, descubrimos que ha habido dos corrientes predominantes, dos enfoques diferentes en la predicación: “el evangelio anticatólico” y el “evangelio de las ofertas”.
EL EVANGELIO ANTICATOLICO
Por ser América Latina predominantemente católica, los primeros misioneros evangélicos que llegaron a estos países comenzaron predicando un “evangelio anticatólico”. (Se cuestionaba enérgicamente: el culto y las oraciones a María, el uso de imágenes como objetos de devoción, la infalibilidad del Papa, el purgatorio, las oraciones por los muertos, etc.) El evangelio de hasta hace tres décadas sabía más textos bíblicos que se prestaban a la controversia contra el catolicismo que sobre cualquier otro tema. De esa manera surgió un estilo de predicación que se llamó “evangelio anticatólico”, y que formó en el pueblo evangélico un espíritu marcadamente anticatólico. Predicar el evangelio significó, para muchos, por largo tiempo, atacar al catolicismo romano; algunos en forma abierta, otros en forma disimulada.
Con esto no estoy queriendo abrir un juicio sobre el proceder de los predicadores que nos precedieron. Sencillamente estoy describiendo lo que hicieron e indicando el estilo y el énfasis de su predicación. Posiblemente hicieron lo que correspondía en ese contexto y situación.
EL EVANGELIO DE LAS OFERTAS
Esta vieja corriente anticatólica cedió paso a otra, la que llamamos el “evangelio de las ofertas”. O sea, el evangelio de la gracia mal entendida. Este enfoque, muy corriente hoy en día, presenta al pecador todas las promesas del evangelio ignorando casi por completo sus demandas. La conclusión de todo mensaje es: “¿Quién quiere que Cristo le perdone? ¿Quién quiere que Cristo le salve? ¿Quién quiere tener paz? ¿Quién quiere tener felicidad? ¿Quién quiere ir al cielo? ¿Quién quiere salvarse del infierno?” Este enfoque del evangelio presenta cosas ciertas, pero sólo un aspecto del mensaje de la palabra del Señor: los beneficios de la salvación sin las exigencias de la conversión.
Hay un texto que es muy usado en la predicación del evangelio, especialmente en el llamado o de la invitación. Cristo dice, He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a El y cenaré con El y El conmigo. Según se utiliza este pasaje, pareciera que Cristo, a la puerta del corazón del pecador, golpeara, y dijera: “¿Me dejas entrar?” Y el predicador ruega: “¡Déjale entrar! ¿No quieres tener paz? Ábrele…” Presenta, entonces, la figura de Cristo afuera, en el frío de la noche, golpeando a la puerta. “¡Pobrecito! –Insiste el predicador- ¿Por qué no lo dejas entrar? Abre tu corazón. Mira como está esperando, llamando.” Casi dice, “Ten lástima de Cristo”.
Pero, ¿de dónde hemos sacado esto? Del texto que está en Apocalipsis 3:20. ¿Alguna vez Cristo predicó así? ¿Alguna vez los apóstoles terminaron sus mensajes de esta manera? ¡No! En el día de Pentecostés, Pedro predicó un mensaje que puso a los pecadores frente a Cristo; sus oyentes cayeron a sus pies diciendo: “¿Qué haremos?”
¿Por qué sacamos ese texto de Apocalipsis de su contexto? Ese texto no está conectado con la evangelización, tenemos que entenderlo. Tampoco fue dirigido a una persona. Cristo está hablando a la iglesia de Laodicea, una iglesia que se reúne en su nombre, pero que es tibia, “ni fría ni caliente”. Y El dice que la va a vomitar por su boca. Cristo ya está afuera de la iglesia de Laodicea. Aunque se reúnen en el nombre del Señor, han dejado a Cristo afuera. La iglesia dice: “Yo soy rica, y me he enriquecido”, y Cristo le contesta: “Tú eres pobre y miserable, y ciega y desnuda. Yo estoy a la puerta y llamo”.
El está llamando a la puerta de una iglesia que le ha dejado fuera. Es su mensaje a una iglesia tibia. Le está dando la oportunidad de que le deje entrar para ser El centro y el que reine en esa iglesia.
Esta vieja manera de presentar el evangelio de las ofertas ha traído como consecuencia una generación de convertidos que tiene a Cristo, que le ha recibido, pero que ¡no se ha rendido a su autoridad! Ellos son los dueños y señores de su vida, los que tienen las llaves y manejan la situación. La única diferencia con los incrédulos es que tienen a Cristo adentro. Y piensan que por tener a Cristo, tienen vida eterna y paz, lo cual es una verdad a medias pues nunca han llegado a una conversión total, radical, como en los días del Nuevo Testamento.

lunes, 11 de agosto de 2008

PARA LOS PADRES

El cuarto principio está dirigido a los padres.
Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos; sino criadlos en la disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4)
Padres, si vamos a vivir el reino de Dios en nuestros hogares, este es el mandamiento del Rey para nosotros. Dice el texto: “en la disciplina y amonestación del Señor”. Sí. Enseñándoles y corrigiéndoles. Mostrándoles el camino a seguir. No siendo blandos y tolerantes con sus caprichos. Ellos actúan así porque son niños y no saben en realidad lo que deben hacer. Es nuestra responsabilidad enseñarles, guiarles y corregirles. Si das una orden a tu hijo, haz que la cumpla. Aunque te tome tiempo y te requiera paciencia
-Hijo, lustra tus zapatos.
-Sí, ya voy –responde él, pero no lo hace.
No puedes repetir varias veces la orden hasta que, finalmente, cansado, los lustras tú. ¡No! Debes mantener la orden hasta que haga lo que le pides. Tu hijo debe saber que quien decide, quien manda, eres tú.
-Papá, ¿puedo ir a casa de Martita?
-No, porque está lloviendo.
-Sí papá, déjame. Llueve muy poco…
Y así insiste hasta que tú, por cansancio, la dejas. Entonces la niña descubre que ella puede manejar la situación. No debe ser así. Debes mostrarte firme. Que tu sí sea sí y tu no, no. Si tienes una buena razón para no dejar hacer algo a tu hijo, no cedas. Y si no la tienes, pues no le digas arbitrariamente que no, si luego vas a permitirle hacerlo. Piensa dos veces tus respuestas.
El principio del reino de Dios para los padres es éste: Si Cristo reina en tu hogar, debes criar a tus hijos “en disciplina y amonestación del Señor”.
Enseña, exhorta, corrige a tu hijo. Pero ten cuidado de no abusar de tu autoridad. El Señor también dice: …no provoquéis a ira a vuestros hijos. No seas rígido e intransigente en lo que no corresponde. Esto produce ira y rebelión. No des órdenes sin sentido. No implantes un régimen de severidad inflexible en tu hogar. Tu función es enseñar a tu hijo a vivir, darle una guía que le ayude a desarrollar su personalidad y luego valerse por sí mismo, y no aplastarle y subyugarle hasta hacer de él un rebelde o un ser temeroso, incapaz de enfrentar la vida.
¿Cristo reina en tu vida? Cría, entonces, a tu hijo en la disciplina y amonestación del Señor, pero sin provocarle a ira.
Dios va a transformar a nuestros hogares en la medida en que vivamos estos cuatro principios fundamentales del Señor. Esposos, esposas, padres, hijos, sujetémonos al Señor. Recibamos su mandamiento para vivirlo. Comencemos a practicar estos cuatro principios. ¡Cristo reinará en nuestros hogares!



viernes, 8 de agosto de 2008

PARA LOS HIJOS

El tercer principio está dirigido a los hijos. Hablemos primero a los que tienen que sujetarse, a los hijos que viven todavía bajo el techo paterno.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque eso agrada al Señor (Es una orden: ¡Obedeced!). Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa (Efesios 6:1,2).
Hijo, si Cristo reina en tu vida, si El es tu Señor, tienes que obedecer a tus padres. El espíritu que reina en el mundo es de rebeldía, desprecio, menoscabo, de los hijos contra sus padres.
Por eso, hijo, obedece a tu padre. Este es el principio del reino de Dios para ti. Pero tu obediencia no debe resultarte algo enojoso; no puedes decir: “Bueno, si no queda otra alternativa, voy a obedecer…” De ninguna manera. Si tu padre te pide algo, no puedes obedecer de mala gana. El mandamiento habla de obedecer y honrar a tu padre y a tu madre. No solo obedecer, sino también honrar. Honrar significa reverenciar, respetar. Tenemos que dar especial honra a nuestros padres. No es cuestión de cumplir fríamente lo que dicen, y quejarnos por dentro. Hay que obedecer con gusto, con amor, con respeto. Honra, pues, a tu madre y a tu madre.
Vamos a transformar nuestras casas; vamos a obedecer a nuestros padres; vamos a hacer lo que nos digan. Aunque sean injustos; aunque a veces nos den orden equivocada. ¡No importa! Es preferible que algunas cosas no salgan demasiado bien, pero que Cristo reine, y no que se haga lo que nosotros queremos, aunque tengamos razón, y que Cristo reine. Hijos, honrad a vuestros padres.

domingo, 3 de agosto de 2008

PARA LOS MARIDOS

El segundo principio está dirigido a los maridos. Cuando hay que poner disciplina en el hogar, empezamos por los hijos… ¡Un momento! Si la casada no respeta a su marido, no espere que los hijos respeten y obedezcan a su padre. Si el marido no trata a su esposa como corresponde, no espere que los hijos se traten entre sí correctamente. Dios comienza por ordenar el matrimonio. ¿Cuál es el mandamiento del Rey para los maridos?
Maridos, amad a vuestras esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella (Efesios 5:25).
Vosotros, maridos, igualmente vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo (1º Pedro 3:7)
El principio del Rey para el marido es: amar a su esposa y tratarla como a un vaso frágil, dándole un honor especial. Debe asistirla con ternura, con delicadeza. Si el marido no ama a su esposa y no la trata como a un vaso frágil. Cristo no puede reinar en ese hogar.
Para los que conocemos las escrituras estos textos no son ninguna novedad. ¡Las sabemos de memoria! Pero nuestro mayor problema es que los hemos aprendido al revés. Los maridos saben de memoria el texto que corresponde a las esposas y las mujeres saben de memoria el texto que corresponden a los maridos. Entonces, cada vez que ocurre una discusión o una pelea, el marido le dice a la mujer:
-La Biblia dice: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos.”
Y la mujer responde:
-Y la Biblia dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres… y tratadlas como a un vaso frágil.” ¡Y tú me estás tratando como a un trapo de piso!
La Biblia dice a cada cuál es su responsabilidad. “Que la esposa se sujete… que el marido ame a su mujer…” Si la mujer no se sujeta al marido, Cristo no reina allí. Pero, si el marido quiere sujetar a su mujer por la fuerza, tampoco Cristo está en eso...La Biblia no dice: Maridos, sujetad a vuestras mujeres. Expresiones como estas: “Me vas a obedecer… Acá mando yo…”, etc., evidencian que Cristo no reina en ese hogar. El Señor dice al marido lo que el marido debe hacer. Marido, éste es el mensaje para ti: Ama a tu mujer y trátala como a un vaso frágil, con cariño, con ternura, en todo momento.
“Yo la voy a tratar bien, siempre que ella me obedezca…” Tu comportamiento no debe ser una respuesta a la conducta de tu mujer, sino una respuesta al Rey y Señor de tu vida. ¿Quién manda en tu vida? Si Cristo es tu Señor, debes comportarte como El manda.
La mujer tampoco tiene derecho a decir: “Yo le voy a obedecer y me voy a sujetar, si él me trata como corresponde.” De ninguna manera. Pedro dice lo mismo aun a las esposas de los incrédulos. Aunque tu marido sea incrédulo, igual es tu marido y, por lo tanto, tu cabeza. Aunque él no te trate como corresponde, igual tiene que sujetarte, y mostrar que Dios reina en tu vida y a través de tu vida en tu hogar. La respuesta de cada uno no debe estar condicionada al comportamiento del otro.
La actitud del marido debería ser: “Así ella me obedezca o no, siendo mi esposa, la voy a amar y tratar como Cristo me enseña.”
A su vez, la mujer tendría que decir: “Así él me ame o no, me trate bien o mal, siendo mi marido, me voy a sujetar a él y le voy a obedecer.” Las discusiones en un hogar se terminan cuando cada uno asume su responsabilidad frente al Señor.
Por lo tanto, marido. ¡Devuelve el texto a tu esposa! Nunca más pongas en tu boca el mandamiento de Dios a las casadas. Y a ti, esposa, ¡devuelve el texto a tu marido! Nunca más repitas el mandamiento de Dios a los maridos.
Cuando Jesús camino por esta tierra mostró su amor incondicional a todo el mundo sin esperar que fuere correspondido para terminar su misión, y el matrimonio es una figura de Cristo y la iglesia; el marido (Cristo) actúa y la esposa (iglesia) responde.
Cada vez que haya conflicto en la casa, pregúntate: ¿Cuál es el mandamiento de Dios para mí? ¿Cuál es la parte que a mí me toca hacer? ¿Cuál es mi orden? (A fuerza de repetir la del otro, ni recordamos la nuestra). Aprende de memoria tu mandamiento, Apréndelo, y repítelo cada vez que surja una dificultad. ¡Se van a acabar los problemas cuando cada uno haga su parte delante del Rey! Aunque no te guste, es una orden: Casadas, sujetaos…Maridos, amad…
Ten en cuenta que no dice: “Casadas, sería muy bueno que obedecieran.” No. Es una orden. ¡Y Cristo es el que la da! ¿Te das cuenta cómo se solucionarían muchos problemas que hoy tenemos en casa si en ella se respetasen los principios del reino de Dios?