martes, 10 de febrero de 2009

LA LUNA EN EL ESTANQUE

(Jesús dijo:) No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
(Juan 14:1 y 27)
Dos niños se hallan al borde de un estanque, contemplando la luna que se refleja en el agua. El de más edad arroja una piedra en él. El más pequeño exclama, consternado: -¡Rompiste la luna!- Qué cándido que eres –dice el mayor-, mira el cielo; la luna no cambió: es la agitación del agua que deforma su reflejo.
Creyentes, nuestro corazón es como ese estanque. En tiempo normal el Espíritu de Dios nos revela la gloria y la hermosura de Cristo, pero basta que, como esa piedra, sobrevenga en nosotros un mal pensamiento o que una palabra malintencionada escape de nuestros labios y ahí está el agua alborotada, inquieta. Todas nuestras felices experiencias se hacen pedazos y nos sentimos agitados, entristecidos hasta el momento en que confesamos nuestra falta. Entonces volvemos a hallar la calma y el dulce gozo de la comunión.
Cuando se turba así nuestro corazón, ¿ha cambiado la obra de Cristo? ¡Es imposible! Nuestra salvación, pues, permanece. ¿Ha variado la Palabra de Dios? ¡Tampoco! Nuestra salvación, pues, es siempre segura. Entonces, ¿qué es lo que cambió? Es la acción del Espíritu en nosotros. En lugar de mostrarnos las glorias del Señor, nos llena del sentimiento de nuestra indignidad.
Él quita nuestro presente gozo hasta que juzguemos y reprobemos lo que lo enturbió. Cuando esto está hecho, se restablece la comunión con Dios.