jueves, 31 de enero de 2019

“TU ERES EL HIJO DE DIOS” - Marcos 3:7-12

(Mr 3:7-12) "Mas Jesús se retiró al mar con sus discípulos, y le siguió gran multitud de Galilea. Y de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, y de los alrededores de Tiro y de Sidón, oyendo cuán grandes cosas hacía, grandes multitudes vinieron a él. Y dijo a sus discípulos que le tuviesen siempre lista la barca, a causa del gentío, para que no le oprimiesen. Porque había sanado a muchos; de manera que por tocarle, cuantos tenían plagas caían sobre él. Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Mas él les reprendía mucho para que no le descubriesen." El Señor había elegido a algunos de sus discípulos (Mr 1:16-20). A partir de ahí comenzó la formación de este pequeño grupo que le acompañaba en sus viajes por toda Galilea cuando él iba predicando el evangelio del reino de Dios. 1. La presentación de sus credenciales mesiánicas y su programa El contenido de la enseñanza en esta primera etapa, giró en torno a la relación de Jesús con la religión judía de su tiempo, lo que sirvió para presentar sus credenciales y dar a conocer su programa mesiánico. Comenzamos viendo que su doctrina y la forma en que la enseñaba, tenían una autoridad totalmente superior a la de los escribas, y tal era así, que quienes le escuchaban quedaban asombrados porque nunca antes habían oído una explicación de la Palabra con ese poder (Mr 1:22,27). Nos mostró también su autoridad frente al diablo cuando echaba fuera a los demonios y no les permitía dar testimonio de él (Mr 1:23-27) (Mr 1:34) (Mr 3:11-12). En cuanto a su relación con el sacerdocio, vimos que se sujetaba a la ley y mandaba a un leproso que había sanado a que fuera al templo para que cumpliera con todo lo establecido por Moisés para su purificación. Pero al mismo tiempo, demostró que él era muy superior a los sacerdotes, porque mientras que ellos no podían hacer por el leproso nada más que unos pocos ritos religiosos, Jesús podía restaurarle completamente, tanto a nivel físico, como social y también espiritual (Mr 1:40-45). Y en relación al perdón de los pecados, los sacerdotes tenían que ofrecer continuamente sacrificios por el pecado, y los tenían que repetir una y otra vez porque nunca saldaban definitivamente el pecado ante Dios. Pero en contraste con esto, el Señor Jesucristo le dijo a un paralítico al que sanó: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mr 2:5). Evidentemente, en cuando al perdón de pecados, Cristo podía hacer por el pecador mucho más que los sacerdotes. Pero no sólo era su poder para perdonar pecados en donde encontramos diferencias, también en su relación con el pecador había un fuerte contraste con la actitud de los escribas y fariseos. Jesús se presentó como el Médico divino que se acercaba al pecador para salvarle, mientras que los religiosos se mantenían a distancia por temor a ser contaminados. Así que, a raíz de un incidente ocurrido en la casa de Leví, un publicano recién convertido, Cristo dejó claro que él había venido a buscar a los pecadores y no a aquellos que se sentían justos, en clara referencia a los religiosos judíos (Mr 2:13-17). También dejó claro que el Reino de Dios que él predicaba no se iba a establecer mejorando algunos ritos religiosos del judaísmo, tales como el ayuno. Él no había venido a reformar un sistema religioso caduco y apartado de Dios, sino a hacer algo completamente nuevo, tanto en lo exterior como en lo interior. Todo esto lo explicó por medio de varias parábolas que encontramos en (Mr 2:21-22). Pero las mayores controversias que Jesús tuvo con los judíos de su tiempo, tuvieron que ver con el día de reposo. La interpretación de la ley que ellos hacían se apartaba del propósito original de Dios (Mr 2:27), y llegaba a ser gravemente inmoral, tal como denunció el Señor (Mr 3:4-5). En este sentido él había venido a traer auténtico reposo a los corazones quebrantados. Como vemos, todos estos incidentes de la vida de Jesús que de forma muy condensada nos ha ido narrando Marcos, nos sirven para aprender cuál era la relación del Reino de Dios que Jesús predicaba con el judaísmo de su tiempo. Pero al mismo tiempo, cada incidente sirve para enseñarnos quién es Jesús. Es el Maestro único, que no tiene comparación con los escribas (Mr 1:22). Los demonios le reconocían como "el Santo de Dios" (Mr 1:24). Su poder para sanar y echar fuera demonios no conocía límites (Mr 1:34). Como Dios tiene autoridad para perdonar pecados (Mr 2:10-11). Es el Médico divino que busca a los pecadores (Mr 2:17). Es el Esposo anunciado por los profetas (Mr 2:19-20). Viaja con sus discípulos en misión sagrada de la misma forma que el rey David lo hacía con sus hombres (Mr 2:25-26). Se declara como Señor del día de reposo y aun de todos los demás días (Mr 2:28). 2. La reacción de los líderes de Israel frente a Jesús Aunque las credenciales de Jesús como el Mesías esperado eran asombrosas, ellos fracasaron en su misión de identificarle como tal, y en lugar de eso le criticaron constantemente. (Mr 2:7) "¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" (Mr 2:16) "Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publícanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publícanos y pecadores?" (Mr 2:18) "Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?" (Mr 2:23-24) "Un día de reposo, sus discípulos, andando, comenzaron a arrancar espigas. Entonces los fariseos le dijeron: Mira, ¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito?" Y finalmente le rechazaron con todo su odio: (Mr 3:6) "Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle." Como Jesús no aceptó sujetarse a la falsa autoridad de los líderes religiosos del judaísmo, ellos concluyeron que era una persona no grata. Por lo tanto, fariseos y herodianos, es decir, el poder religioso y el político del momento se unieron contra él con el propósito de destruirle. Pero en realidad, no era Jesús quien tenía que sujetarse a los judíos, sino ellos a Jesús. Sus credenciales como Mesías de Israel eran muy claras y no dejaban lugar a la duda. ¿Por qué entonces no se sometieron a él? El apóstol Pablo hizo un diagnóstico muy preciso de la situación: "Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios" (Ro 10:3). 3. ¿Cómo veía el pueblo llano a Jesús? ¿Qué pensaban de él? Podemos decir que en general le admiraban: (Mr 1:22) "Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas." (Mr 2:12) "... todos se asombraron y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa." Pero sobre todo le buscaban para ser sanados por él: (Mr 1:32-33) "... le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta." (Mr 3:8,10) "... oyendo cuán grandes cosas hacía, grandes multitudes vinieron a él? porque había sanado a muchos; de manera que por tocarle, cuantos tenían plagas caían sobre él." Quizá podríamos resumir diciendo que aunque su fama entre la población se había extendido por todas partes, en realidad le seguían de una forma muy interesada y superficial por los milagros que hacía. Una nueva sección A raíz de la fuerte oposición manifestada por los líderes religiosos judíos y de la superficialidad de las masas, el Señor Jesús estableció un cambio de estrategia que Marcos recoge en su evangelio. Tenemos por lo tanto una nueva sección (Mr 3:7-6:6) en la que vamos a ver cómo enfrentó Jesús este clima de oposición y odio. 1. Su actitud frente a los líderes religiosos y políticos Como consecuencia inmediata del rechazo de los fariseos, Jesús se retiró de las sinagogas de los judíos y comenzó a desarrollar su ministerio a las orillas del Mar de Galilea (Mr 3:7). Esta es la primera referencia en Marcos al Señor "retirándose" para evitar una confrontación prematura con las autoridades judías. No había otra opción, a menos que Jesús quisiera verse involucrado en una colisión frontal con las autoridades religiosas que habría precipitado el fin de su ministerio mucho antes de que sus discípulos tuvieran una comprensión adecuada de su Persona y su Obra. 2. Su actitud frente a las multitudes La fama de Jesús había crecido hasta el punto de saltar las fronteras judías. El evangelista nos dice que las multitudes venían a él no sólo de Judea y Jerusalén, sino también de los países alrededor: Idumea al sur, Tiro y Sidón al norte, Decápolis y Perea al otro lado del Jordán al este (Mr 3:7-8). Una gran multitud de personas necesitadas le buscaban y venían a él. Marcos hace notar que percibían sus necesidades mayormente en el ámbito de lo físico y no en el espiritual. Parece que tenían más interés en ver sus obras y recibir sus milagros que en oír sus palabras. Para ellos Jesús no era más que un sanador poderoso capaz de solucionar sus problemas. Pero este tipo de religiosidad popular, caracterizada por una fe superficial, interesada y mágica, no agradaba a Jesús. De hecho, cuando él explicó los términos espirituales sobre los que iba a establecer su Reino, ellos finalmente le rechazaron y se volvieron atrás (Jn 6:60-66). Sin embargo, a pesar de todo esto, Jesús siempre estuvo dispuesto a sanarles, manifestando de esta forma su infinita misericordia. Pero para el avance de su obra, esto no podía continuar indefinidamente de esta manera, así que comenzó a hacer diferencias. Hizo una clara separación entre "los que están afuera" y "los que están con él". (Mr 3:31-32,34) "Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan... Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos." Comenzó a enseñarles por medio de parábolas con la finalidad de hacer diferencia entre ellos. (Mr 4:10-11) "Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas." (Mr 4:34) "Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo." En realidad, el rechazo del pueblo judío y su falta de una aceptación adecuada de su persona, le llevó al establecimiento de un nuevo pueblo. Es desde esta perspectiva que tenemos que considerar la elección de los doce apóstoles. De la misma manera que la nación de Israel se había fundado sobre los doce patriarcas, Jesús constituyó a los doce apóstoles como el fundamento o primeras piedras de un nuevo pueblo espiritual. 3. Su actitud hacia los demonios De la misma manera que ya vimos en (Mr 1:25), Jesús prohibía a los espíritus inmundos que descubriesen quién era él. ¿Por qué? Los escribas rápidamente comenzaron a decir al pueblo que Jesús y los demonios eran aliados (Mr 3:22). Por lo tanto, si Jesús permitía a los demonios que le proclamasen, ¿no parecería que él mismo estaba confirmando las acusaciones de estos escribas? El no negaba que era el Hijo de Dios, pero quería controlar el tiempo y la forma de ser revelado como tal. Un adelanto habría traído consecuencias desastrosas que habrían acabado fácilmente en una revuelta popular y esta no era la meta de su ministerio.

viernes, 25 de enero de 2019

“PERO AUN SI NOSOTROS MISMOS O UN ÁNGEL DEL CIELO OS ANUNCIARA UN EVANGELIO DIFERENTE DEL QUE HEMOS ANUNCIADO, SE ANATEMA” (Ga 1:8)

(1 Reyes 13:1-32) El espectáculo es inusual e increíble. Al costado del sendero hay un asno. Cerca del asno hay un león. Entre los dos, yace el cuerpo sin vida de un hombre. Si nos acercáramos, quedaríamos aun más impresionados por los detalles. El asno está quieto, como un soldado que hace una guardia de honor a un militar caído. A pesar de estar tan cerca del león, el asno no parece atemorizado. El león también permanece inmóvil, como una escultura finamente tallada. Está de pie, mostrando toda su majestad y poder, pero no ruge. El hombre ha recibido una herida mortal en el cuello. Todo ha comenzado tiempo atrás. En el versículo 1, el texto bíblico relata: "He aquí que un hombre de Dios llegó de Judá a Betel, por mandato del Señor". El Señor le ha dado una responsabilidad altísima. Tiene que hablar y dar un mensaje en contra del altar que el rey Jeroboam ha edificado. El rey Jeroboam hizo fabricar dos becerros de oro y dijo al pueblo: "He aquí tus dioses, oh Israel, que te hicieron subir de la tierra de Egipto" (1 R 12:28). Luego establece dos nuevos centros de adoración en Dan y Betel, para contrarrestar la influencia religiosa de Jerusalén. Después de pecar de esta manera tan grave, cambia las fiestas religiosas y establece nuevas festividades. Ordena sacerdotes para los lugares de sacrificio que él edificó. Usurpa el privilegio y responsabilidad de los sacerdotes ofreciendo él mismo el sacrificio. Trata de actuar como rey y sacerdote, responsabilidades que sólo a dos personas se les permitió ejercer: Melquisedec y el Señor Jesucristo. Dios envía a un profeta de Judá para amonestar a Jeroboam. El profeta cumple su misión con mucha valentía. El rey se enoja y ordena que lo encarcelen. Al hacerlo, su mano queda paralizada. El altar de piedra se parte al medio y las cenizas se derraman. El monarca, desesperado, se humilla y le pide al profeta que ore a su Dios para que le restaure las fuerzas de la mano paralizada. Levantar la mano contra un siervo de Dios es un delito grave. El profeta de Judá ora al Señor y el milagro se produce. De inmediato, con la misma prontitud con la cual la mano quedó paralizada, ahora recupera toda su función. Aparentemente, la actitud del rey impío cambia. Invita al profeta que minutos antes había mandado a la cárcel a comer con él y le ofrece un presente. El rey ha quedado impresionado de los poderes de este profeta. Ha visto muchas cosas inusuales, pero ninguna tan increíble. Al seguir la lectura y meditación de este capítulo, mi corazón se llena de un sentimiento de temor reverencial al Señor. Note que no se nos dice el nombre de este vidente. Es el profeta "sin nombre" y quizás usted y yo hubiéramos actuado de la misma manera que él. Pero los versículos 8 y 9 dicen que el varón de Dios dijo al rey: — Aunque me dieses la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan, ni bebería agua en este lugar; porque así me está ordenado por mandato del Señor, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni vuelvas por el camino que vayas. Dios le había dado un encargo, con instrucciones muy claras. A la mujer de Lot se le dijo "no mires atrás", pero ella lo hizo. Al joven rico, el Señor le dijo "sígueme", pero el joven no lo siguió. ¡Qué peligroso es cuando la obediencia a la Palabra de Dios es parcial o selectiva! "Se fue, pues, por otro camino y no volvió por el camino por donde había venido a Betel" (1 R: 13:10). Hasta aquí todo marcha bien. Se nos presenta ahora otro personaje. Es el "viejo profeta que moraba en Betel". Sus hijos le cuentan la historia. — Padre — dice uno de ellos —, hoy hemos visto con nuestros propios ojos algo realmente espectacular. — ¿Que pasó? — pregunta el padre. Los hijos le cuentan la historia con detalles. — ¿Podrá creer, padre, que el rey invitó al profeta a comer a su casa y le ofreció un regalo? Todo el mundo sabe que cuando a Jeroboam se le da por regalar no es mezquino. Otro de los hijos dice: — Yo quedé impresionado cuando al rey se le paralizó la mano. Le quedó completamente inutilizada. Pero lo más notable es cómo el profeta de Judá oró y se le restauró. ¡Habría que haber estado allí para escuchar esa oración! Ese sí que es un profeta de pura cepa. Quien haga un milagro así merece todo mi respeto. El otro hermano dice: — A mí lo que me impactó es que rehusó nada menos que un regalo del rey. En estos días la gente no hace muchos obsequios y un presente del rey no es para despreciar. A todo esto, el viejo profeta de Betel está siguiendo la conversación con mucha atención. Se levanta y dice: — Yo no sé si este profeta del que ustedes hablan es tan extraordinario o tan obediente a Dios. Les apuesto que yo puedo hacerlo cambiar de opinión. — ¡No lo creo! — Dice uno de los hijos —, ni el mismo rey lo convenció. El viejo profeta hace que le preparen su asno y parte para encontrarse con el profeta de Judá, al que halla descansando debajo de una encina. ¡Qué bueno le hubiera sido a este hombre si nunca hubiese hecho un alto en el camino! — Ven conmigo a casa y come pan — le dice el profeta de Betel. — ¡Imposible! — responde el de Judá, y le repite las mismas razones que esgrimió frente al rey. La frase "No comas pan ni bebas agua" no sólo indica que todo lo de Betel estaba contaminado sino que el Señor le ordenaba ir allí para decir lo que le había mandado y regresar con urgencia. El hecho de volver por otro camino evitaría que fuera reconocido. El profeta de Betel le dice, mintiéndole: — Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por mandato del Señor, diciendo: "Hazle volver contigo a tu casa para que coma pan y beba agua". "Entonces se volvió con él, y comió pan en su casa y bebió agua" (1 R 13:19). Notemos que el versículo 18 nos dice que el viejo profeta le mintió al decir que un ángel le había hablado. Hasta aquí todo parece ir bien, pero de pronto viene la palabra del Señor al viejo profeta y le dice al profeta de Judá: — Así ha dicho el Señor: "Porque has sido desobediente al dicho del Señor y no guardaste el mandamiento que el Señor tu Dios te había mandado, sino que volviste y comiste pan y bebiste agua en este lugar del cual él te había dicho que no comieras pan ni bebieras agua, tu cuerpo no entrará en el sepulcro de tus padres" (1 R 13:21). El profeta de Judá queda como petrificado y guarda absoluto silencio. Las lágrimas comienzan a surcar su rostro. Me hubiera gustado que ese profeta hubiera confesado su error y hubiera implorado como el salmista: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia. Por tu abundante compasión, borra mis rebeliones" (Sal 51:1). Me pregunto qué hubiera sucedido si el profeta se hubiera arrepentido en ese momento, pero al parecer no lo hizo. Luego de un rato prolongado, se rompe el silencio. Me imagino la conversación entre los dos. Habla el profeta de Judá: — ¡Pero usted me engañó! ¡Usted me dijo que un ángel le había hablado! ¡Me dijo que era un profeta como yo! ¡Yo respeté su edad y acepté su palabra! El profeta mentiroso le responde: — Bueno, a mí realmente no se me apareció ningún ángel. Yo les aposté a mis hijos que podía demostrarles que usted no era tan honesto y fiel al Señor como parecía. ¡Y creo que yo tenía razón! Realmente no quise hacerle daño. ¡Nunca imaginé que el Señor iba a obrar de la manera que lo hizo! Si lo hubiera sabido, nunca hubiera hecho algo así. Dios hace maravillas ante la desobediencia a su mandato El profeta de Judá emprende por fin su regreso. Y "sucedió que cuando había comido pan y bebido agua, el profeta que le había hecho volver le aparejó el asno. Cuando se fue, un león lo encontró en el camino y lo mató. Su cadáver quedó tendido en el camino. El asno estaba de pie junto a él, y también el león estaba de pie junto al cadáver" (1 R 13:23-24). ¡Qué demostración solemne de lo que significa desobedecer a Dios cuando él ordena algo! Quizás a usted le parezca que esta historia es muy oscura y triste. Pero recuerde: "Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza" (2 Ti 3:16). Sin duda, es una historia impresionante. Pero creo que tiene un mensaje para nosotros hoy. De alguna manera, nos hemos acostumbrado a creer que a Dios no le importa, o no se ocupa, o está demasiado envejecido para mirar y juzgar las cosas que hacemos. Yo creo que en esta narración hay muchos elementos positivos para nuestra vida. Los que pasan por el camino se sorprenden. Al recibir la noticia, el viejo profeta va hasta el lugar y encuentra el cadáver del profeta de Judá tendido en el camino. El asno está de pie junto a él, y también el león está de pie junto al cadáver. Pero el león no ha comido el cuerpo ni dañado al asno. El Señor ha disciplinado a su siervo, pero ha puesto un límite. Su cuerpo no ha sido devorado por el animal feroz. Su cadáver no ha sido destrozado. Todo lo que el león ha hecho es darle muerte. Dios, que controla el universo y su creación, ha puesto un límite bien claro. El león no traspasa esa frontera. El asno está inmóvil, pero permaneciendo al servicio del amo aun con grave peligro para su propia vida. El león se siente un poco fuera de sitio. Ve a la gente que desde la distancia lo apunta con el dedo. Ve el cuerpo del hombre muerto al cual no se puede acercar. ¡Cuánto nos bendice saber que el león rugiente no puede penetrar el vallado de ángeles con que el Señor nos ha cercado! (Sal 34:7). Para un israelita, el hecho de no ser enterrado era un gran deshonor. Si bien el profeta no fue enterrado en el sepulcro de su familia, fue enterrado en el del profeta de Betel. Este y sus hijos lo lamentaron diciendo: "¡Ay, hermano mío!" (1 R 13:30). Probablemente, el viejo profeta ha comprendido que él ha tenido parte y responsabilidad en la muerte prematura del profeta de Judá. Las palabras del Señor, que son tan serias, se pueden aplicar aquí: "Es imposible que no vengan tropiezos; pero, ¡ay de aquel que los ocasione! Mejor le fuera que se le atase una piedra de molino al cuello y que fuese lanzado al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos" (Lc 17:1-2). El castigo ha sido severo, pero sabemos que Dios es justo. La historia es una amonestación para nosotros "porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios" (1 P 4:17). El creyente que cae no pierde la salvación de su alma (Jn 10:28-29). No tiene que quedarse postrado para siempre en el camino de la vergüenza y la frustración. "Hijitos míos estas cosas os escribo para que no pequéis. Y si alguno peca, abogado tenemos delante del Padre, a Jesucristo el justo" (1 Jn 2:1). El fracaso en la vida espiritual no es obligatorio. A pesar de que sabemos que "en nuestra carne no mora el bien", el Señor ha provisto modos de éxito aun después del desastre. Por eso, las palabras de Judas suenan tan hermosas: "y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y presentaros irreprensibles delante de su gloria con grande alegría; al único Dios, nuestro Salvador por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad desde antes de todos los siglos, ahora y por todos los siglos" (Jud 1:24). La severidad del juicio de Dios Nos conmueve el hecho de que el profeta de Judá haya caído a causa de un engaño y, sin embargo, haya sufrido el castigo. El engañador, en cambio, parece haber quedado sin disciplina. Sabemos que Dios es justo en todos sus caminos y decisiones. La ofensa del profeta de Judá es extremadamente seria por varias razones: El Señor le había dado una orden específica. El único que podía cambiar esa orden era el mismo Señor. El profeta no tendría que haber aceptado la invitación, por el simple hecho de que Dios no se contradice. Muchos años después, el apóstol Pablo lo expresa así: "Pero aun si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema" (Ga 1:8). El mensaje que Dios le había dado para el rey tenía implicancia nacional. El Señor no podía condenar la desobediencia de Jeroboam e Israel, y pasar por alto la de su siervo. Como profeta, tenía una responsabilidad especial. Las Escrituras nos hablan de la mayor responsabilidad que tienen los maestros (Stg 3:1). La disciplina de Dios no significa pérdida de la salvación. El mismo concepto se observa en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en el caso de la muerte súbita de Ananías y Safira, relatada en Hechos 5. El mensaje del profeta de Judá fue un mensaje público que se esparció y se conoció en una extensa zona. Su desobediencia también fue pública. De la misma manera, fue su castigo. El profeta de Judá le informó a Jeroboam las restricciones que el mandato de Dios implicaba para él mismo, de no comer ni beber. Si después de desobedecer a Dios en forma pública, nada hubiera pasado, la gente habría pensado que Dios puede ser burlado sin consecuencias. Suponemos que muchos fueron alertados y bendecidos por esta enseñanza que, desgraciadamente, se llevó la vida de un profeta. El mundo está lleno de personas que se dejan engañar y esto no los libra de culpabilidad. Los terroristas, por ejemplo, creen que obedecen a su dios al ponerse un cinto con explosivos y matar mujeres, niños y ancianos. Para el rey Jeroboam, la muerte del profeta tiene que haber sido una advertencia muy seria. Esta narración es para nosotros una exhortación a la obediencia a la Palabra de Dios. "Estas cosas les acontecieron como ejemplos y están escritas para nuestra instrucción, para nosotros sobre quienes ha llegado el fin de las edades" (1 Co 10:11). Albert Barnes dice: "El deber del profeta de Judá era no dejarse persuadir. Él tendría que haber sentido que su obediencia era probada. Tendría que haber pedido evidencias iguales o mayores que las que había recibido de Dios. Era importante castigar la desobediencia a los mandamientos específicos de Dios. Este era exactamente el pecado de Jeroboam y sus seguidores". La importancia de la obediencia y los peligros de la desobediencia. "Mansos como palomas y astutos como serpientes": El mandato cristiano de no dejarse engañar. Cuando algunos reciben una "revelación de Dios" que contradice su Palabra (2 Co 11:4).

domingo, 20 de enero de 2019

¡JESÚS, HIJO DE DAVID, TEN MISERICORDIA DE MÍ!

- Marcos 10:46-52 "Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino." Este es el último milagro de sanidad que Marcos registra en su evangelio, y sirve de conclusión a toda la sección que venimos estudiando. Primeramente vemos al Señor deteniéndose en el camino para atender a un ciego. Un ejemplo de lo que acababa de decir: "El Hijo del Hombre vino para servir" (Mr 10:45). También nos llama la atención que el ciego dejó todo lo que tenía para seguir a Jesús. Una actitud totalmente diferente de la del joven rico, que se había ido triste porque para él sus pertenencias eran más importantes que Jesús (Mr 10:21-22). Y finalmente veremos al ciego completamente restaurado, habiendo pasado de la mendicidad a recobrar su libertad y dignidad, lo que sirve para ilustrar en qué iba a consistir el "rescate" que Jesús iba a conseguir por medio de la entrega de su propia vida (Mr 10:45). "Al salir de Jericó" En estos pasajes Marcos nos presenta al Señor Jesucristo en su último viaje a Jerusalén. Como él mismo había anunciado, su destino era la cruz, pero en el camino no dejaba de enseñar a sus discípulos, bien fuera por medio de sus palabras o por las obras que hacía. Ahora llega a Jericó, a unos 25 kilómetros de Jerusalén, y allí tuvo lugar un incidente que por su interés, el evangelista lo ha recogido en su relato. No obstante, notamos cierta diferencia entre los evangelistas en cuanto al punto exacto donde ocurrió el incidente. Mientras que Mateo y Marcos afirman que el milagro se produjo al "salir de Jericó", Lucas dice que fue "acercándose Jesús a Jericó" (Lc 18:35). Quizá la explicación a esta aparente contradicción la debamos buscar en el hecho de que en aquel momento había dos ciudades que se llamaban Jericó: por un lado estaban las ruinas de la antigua ciudad de la que nos habla el Antiguo Testamento (Jos 6) y que fue destruida por Josué, y la nueva Jericó construida por Herodes. Por lo tanto, puede que cada uno de los evangelistas haya tomado como punto de referencia una "Jericó" diferente, y dado que ambas estaban como a un kilómetro y medio de distancia entre sí, deberíamos entender que Bartimeo se encontraba en algún punto intermedio del camino entre ellas. En cualquier caso, éste es un detalle interesante porque pone de evidencia el carácter independiente de los relatos de los evangelios, desmontando la teoría popular de que unos evangelistas copiaban lo que escribían los otros. "Bartimeo el ciego, hijo de Timeo" Marcos explica para sus lectores que "Bartimeo" quería decir "hijo de Timeo". La verdad es que la familiaridad con la que se refiere a ellos nos hace pensar que tal vez el padre y el hijo llegaron a ser figuras conocidas dentro de la iglesia primitiva. También nos dice que Bartimeo era ciego y que como resultado era pobre y se veía obligado a mendigar, dependiendo para su supervivencia de la ayuda de otros. Sin lugar a dudas, su mendicidad era un medio para ganarse la vida muy degradante. Además, aunque la asistencia a Jerusalén para la fiesta de la pascua era obligatoria para los varones mayores de doce años, Bartimeo se encontraba impedido de ir. Para él, la fiesta lo único que le podía aportar era que por el camino en donde él se ponía a mendigar, en aquellos días pasara mucha más gente de lo habitual y podría encontrar algunas pruebas de la generosidad de los peregrinos que aliviaran en algo su necesidad. "Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces" Pero aquel día Bartimeo percibió la presencia de un peregrino especial, se trataba de Jesús nazareno, del que él había escuchado hablar mucho. Inmediatamente comenzó a "dar voces" con el fin de llamar su atención. De ninguna manera quería perder la oportunidad que tenía delante de él. Y lo cierto es que se trataba realmente de una oportunidad única, ya que Jesús nunca más volvió a pasar por allí. ¡Cuántas oportunidades irrepetibles pierde la gente de nuestro tiempo para acercarse y conocer a Jesús! Pero Bartimeo no era así, con una actitud decidida y vigorosa, no dejó de "dar voces" hasta que consiguió que Jesús le atendiera. Y así ocurre con mucha frecuencia; las personas que no esperaríamos, en los lugares menos indicados, son precisamente aquellas que actúan movidas por un fuerte deseo de conocer a Jesús. "¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!" Así pues, un mendigo ciego, de la ciudad maldita y despreciada de Jericó, había llegado a una comprensión más exacta y más profunda de la Persona y la Obra de Jesús que los eruditos rabinos de Jerusalén. ¡Qué paradoja! ¡Mientras Israel era ciego a la presencia del Mesías entre ellos, un judío ciego lograba percibirlo con toda claridad! Bartimeo había sido privado de la vista y no pudo ver las obras de Jesús, pero las noticias que había recibido eran suficientes para convencerle de que Dios había cumplido su promesa y había enviado al Mesías. En cierto sentido, a nosotros nos ocurre lo mismo; hemos oído hablar de su poder, de su gracia, y de su deseo de salvar a los pecadores, aunque no lo podemos ver con nuestros propios ojos. Notemos también que el ciego no sólo "veía" a Jesús como "el hombre de Nazaret", sino que lo reconoció como el "Hijo de David". Bartimeo entendió que Jesús era el verdadero Hijo de David, el Mesías anunciado, el Rey tan largamente esperado por Israel, el Salvador del mundo. Pero no sólo se dirigió a él como el descendiente legítimo del rey David, también reconoció su deidad. La forma en la que él esperaba que Jesús tuviera misericordia de él era devolviéndole la vista. Evidentemente una solicitud así nunca se había hecho a ningún rey de Israel, ni siquiera al mismo David. "Y muchos le reprendían para que callase" No sabemos con exactitud por qué la multitud hizo esto: Tal vez, para ellos un ciego no tenía ninguna importancia y además, su forma de gritar y llamar la atención no estaban en consonancia con la dignidad de la persona de Jesús. Quizá tenían prisa por llegar a Jerusalén para establecer a Jesús como rey y no querían que aquel mendigo les retrasara en su objetivo. Por otro lado, su forma de dirigirse a Jesús como "el Hijo de David", no gustaba nada a los dirigentes religiosos, ni tampoco habría sido bien interpretado por los romanos. Tal vez las multitudes que le seguían pensaron que aquello podría frustrar los planes mesiánicos que ellos se habían formado en cuanto a Jesús. Lo cierto es que cada vez que una persona quiere acercarse a Jesús, siempre hay oposición. A veces será el diablo quien nos querrá hacer creer que nosotros no somos importantes para Dios y que no debemos pensar que él nos va a prestar la menor atención, otras nos hará ver que Dios tiene cosas mucho más importantes en las que pensar que en nuestras pequeñas necesidades. En otras ocasiones puede ser una persona quien nos "bloquee" el acceso a Cristo; bien puede ser un "amigo" o "amiga", la familia, la sociedad... Otros nos intentarán desanimar diciéndonos que es "muy pronto" o "muy tarde" para tomar una decisión de seguir a Jesús, o que vamos "muy deprisa" o "muy lejos"... El Señor permite todo esto para probar cuánto deseamos realmente llegar hasta él. Y Bartimeo es un ejemplo extraordinario de una voluntad firmemente decidida por acercarse a Jesús. Podemos imaginarlo en su situación de ciego luchando contra toda aquella gente que le quería hacer callar, desorientado sin poder ver exactamente cuál era la actitud de Jesús frente a su clamor, pero no cesando en su empeño. Su determinación y perseverancia en medio de las dificultades son ejemplares para nosotros, que muchas veces abandonamos por mucho menos. A él no le importaron los reproches de los que estaban a su alrededor, ni hizo caso del ridículo que su importunidad probablemente le acarrearía, porque por encima de todo estaba su deseo de conocer a Jesús. Esta inquebrantable insistencia de Bartimeo nos recuerda a la viuda que pedía justicia ante el juez y que finalmente la obtuvo por su perseverancia (Lc 18:1-8). "Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle" ¿Pasaría de largo el Maestro? ¿Haría oídos sordos a su clamor? Por supuesto que no. Aquel que había venido a dar su vida en rescate por muchos, no pasaría de largo frente a este alma que suplicaba desde lo profundo de su corazón. Para otros, Bartimeo tal vez no era más que un pobre hombre, víctima de su enfermedad, alguien que no contaba dentro de los grandes planes de gobierno que todos se hacían en torno a Jesús. Pero el Señor no pensaba como ellos, él sí se conmovía ante la necesidad y miseria que el pecado ha introducido en este mundo y que quedaba patente en la situación en la que se encontraba Bartimeo. Por eso, en medio de aquella situación, Jesús lograba distinguir perfectamente entre las voces de la multitud de curiosos que le acompañaban, y la de aquel hombre, que aunque ciego, tenía un conocimiento auténtico de su persona y una fe inquebrantable en él. Así que el Señor mandó llamarle, y de repente, la actitud de la gente cambió por completo: "ten confianza; levántate, te llama". ¡Que contradictoria es la gente! Hacía un momento le estaban mandando callar, y acto seguido le animan a que vaya a Jesús porque seguro que le sanaría. ¿Por qué no le animaron desde el principio? Aquí tenemos una clara evidencia de que no es muy sabio dejarse condicionar por las opiniones de la gente, ya que éstas cambian constantemente sin demasiada lógica. "El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús" Su reacción a la llamada de Jesús fue inmediata y entusiasta. Notemos los verbos que utiliza el evangelista para sugerirnos la presteza con la que Bartimeo respondió al llamado: "Arrojó", "se levantó", "vino". ¡Qué diferente de muchas personas que cuando escuchan el evangelio dicen: "ahora soy muy joven, cuando esté a punto de morirme ya le entregaré mi vida al Señor"! Esta actitud demuestra dos cosas: por un lado, un grado elevado de insensatez, puesto que nadie sabe el momento de su muerte, y por otro, que no aman al Señor ni su salvación, porque de otro modo, no dejarían pasar ni un instante antes de entregarle su vida. Pero el ciego Bartimeo no era así. Un detalle muy interesante es que el ciego "arrojó su capa". No debemos olvidar que para un mendigo como él esto era muy significativo, puesto que sería lo único que tenía. De alguna manera podríamos decir que para él la capa era tan valiosa como las fincas o las casas que el joven rico pudiera tener. Pero la diferencia entre ambos fue que Bartimeo no dudó ni por un momento en deshacerse de ella con tal de poder llegar hasta Jesús. Parece como si el evangelista quisiera completar el tema que trató cuando el joven rico rechazó convertirse en un seguidor de Jesús porque no quiso renunciar a sus riquezas, y por eso nos presenta ahora a Bartimeo como un ejemplo positivo de lo que es la actitud correcta de aquellos que quieren seguir a Jesús. En cualquier caso, seamos pobres o ricos, el convertirnos en discípulos de Jesús nos debe llevar inevitablemente a la ruptura de nuestra relación con las posesiones: "Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" (Lc 14:33). Ahora bien, renunciar a lo que se tiene no quiere decir necesariamente que tengamos que venderlo todo. Por ejemplo, allí mismo, en la ciudad de Jericó, Jesús alabó a Zaqueo porque a raíz de su encuentro con él, decidió dar la mitad de sus bienes (no todos sus bienes) a los pobres (Lc 19:8-9). Debemos entender por lo tanto, que renunciar a todo significa que debemos admitir que todo lo que tenemos queda a la completa disposición de Jesús para los propósitos que él estime convenientes. Esto implica que en ocasiones podemos recibir un mandato directo de venderlo todo para dárselo a los pobres, como fue el caso del joven rico, o en otras ocasiones, nos dará la responsabilidad de administrarlo hábilmente para los intereses de su reino, pero siempre considerando que a partir de entregar nuestra vida al Señor todo cuanto tenemos es de él y no nuestro. Esto que comentamos fue la gran diferencia entre Bartimeo y el joven rico: ambos tenían que rechazar su apego a las posesiones por el apego a Jesús, pero sólo uno de ellos estuvo dispuesto a hacerlo. Aquí tenemos la clave para entender cuál era la "cosa que le faltaba" al joven rico: le faltaba Jesús, le faltaba amarle de verdad, tanto como para desear estar con él más que cualquier otra cosa. Tenía que dejar de atesorar dinero para atesorarle a él. No entendía que el mayor tesoro del cielo es Cristo, así que si lo que realmente deseaba era la vida eterna, lo que necesitaba era tener a Cristo. Eso era lo que le faltaba. Pero Bartimeo era diferente. Cuando escuchó que Jesús le llamaba, arrojó decididamente su capa para ir a Jesús sin pensarlo dos veces. Él sí apreciaba a Jesús. Nosotros también debemos librarnos de todo aquello que nos pueda suponer un obstáculo para atender el llamamiento del Señor. En ocasiones esto puede ser un pecado concreto al que no estamos dispuestos a renunciar completamente, pero en otras, puede ser algo que no sea necesariamente pecaminoso, pero que nos "pesa" a la hora de seguir con diligencia a Jesús, como por ejemplo una afición, un trabajo, alguna amistad, las posesiones... (He 12:1) "Por tanto, nosotros también teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante." Bartimeo obedeció la voz del Señor, y aunque era ciego, llegó hasta donde Jesús estaba, convirtiéndose para nosotros en un buen ejemplo de aquellos que "andan por fe y no por vista" (2 Co 5:7). "Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga?" La pregunta puede resultar un poco extraña: "¿Qué quieres que te haga?". Si Jesús tenía poder para sanarle y aquel hombre lo necesitaba tanto, ¿por qué hacerle esa pregunta? Pero observemos el pasaje dentro de su contexto. En el relato anterior Jesús preguntó exactamente lo mismo a Jacobo y Juan: "¿Qué queréis que os haga?" (Mr 10:36). Ellos contestaron mostrando su ambición en asuntos puramente materiales. Ahora Jesús se encuentra con un hombre ciego que estaba mendigando, así que lo más probable es que él quisiera algún tipo de ayuda económica. Pero los intereses de Bartimeo no eran los de los hijos de Zebedeo. El quería recobrar la vista para estar con Jesús. Esto lo vemos con total claridad cuando más adelante, una vez que fue sanado y el Señor le dijo que se fuera, él decidió acompañarle en el camino hacia Jerusalén sin separarse de él. Así que, la pregunta sirvió para poner en evidencia lo que realmente había en su corazón y cuál era el interés concreto que tenía en Jesús. No debemos olvidar que siempre hay personas que se acercan a Dios sólo porque están interesadas en solucionar algún problema concreto que les atormenta en la vida, pero no porque tengan interés en él. Por otro lado, si Jesús lo hubiera sanado inmediatamente, no habría tenido lugar ni el más mínimo intercambio de palabras. Pero el Señor quería tener un encuentro con Bartimeo en el que éste pudiera expresar su necesidad y evidenciara su fe, para de esta manera llegar a establecer una relación de comunión personal con él. Y también podemos decir que este encuentro nos enseña a pedir cosas concretas. Bartimeo había comenzado pidiendo "misericordia" (Mr 10:47-48), pero luego cuando estuvo ante el Señor concretó de qué manera esperaba esa misericordia: "Maestro, que recobre la vista". El ciego sabía muy bien lo que quería y lo pedía con precisión y constancia. A veces nosotros oramos de forma tan genérica y apática que nunca llegamos a ver respuestas concretas. Pero Bartimeo es un buen ejemplo del que "pide con fe, no dudando nada" (Stg 1:6). "Vete, tu fe te ha salvado... y seguía a Jesús en el camino" La curación se produjo en respuesta a la fe del hombre, demostrada por su persistente vehemencia, por su reconocimiento de Jesús como Mesías y por su petición al Señor. Ahora Bartimeo volvía a ver. Hasta este momento no había visto a Jesús, ésta era la primera vez. Tal vez podemos preguntarnos cómo esperaba que fuera Jesús. ¿Pensaba en una ser glorioso rodeado de santos ángeles? ¿O creía que sería una figura vestida de ropaje real y rodeado de nobles en el camino hacia el trono? Lo cierto es que cuando pudo ver, se dio cuenta de que Jesús era simplemente un viajero. ¿Quedó defraudado por ello? No, sino que siguió reconociéndole como su Rey y continuó el camino con él "glorificando a Dios" (Lc 18:43). Tal vez pensó que si hubiera sido un Rey de ese otro tipo, tal como lo imaginaban sus discípulos (Mr 10:42), no se habría acercado tanto a los hombres que sufrían como él para escuchar su clamor y traerles alivio. Bartimeo se sentía profundamente agradecido. No era ese tipo de personas que una vez que reciben de Dios lo que desean ya no se acuerdan más de él. ¡De ninguna manera iba a dejar a su bendito benefactor!, así que se unió a él en el camino que le llevaba a Jerusalén. Bartimeo había recibido la vista, y con ello había ganado su independencia; nunca más tendría que volver a mendigar. Era libre de su enfermedad, recuperó también su dignidad social, e incluso podía ir a Jerusalén a participar de la pascua como un judío más. Sin duda, para él esa pascua tuvo que ser muy especial, porque bien podía decir que había sido librado de la esclavitud en la que se había encontrado debido a su estado. Todo esto viene a confirmar e ilustrar las palabras que Jesús había dicho: "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mr 10:45).

lunes, 14 de enero de 2019

¿QUIEN HA TOCADO MIS VESTIDOS?

Marcos 5:21-43 "Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá. Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban. Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote. Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro? Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente. Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo. Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer." Este pasaje, completa una serie de historias en las que el Señor Jesucristo se enfrentó a cuatro elementos adversos para el hombre y contra los cuales se encuentra impotente. Las fuerzas hostiles de la naturaleza (Mr 4:35-41). Los poderes espirituales de maldad (Mr 5:1-20). Las enfermedades incurables y la muerte (Mr 5:21-43). En todos los casos, el Señor mostró su poder divino, venciendo sin ninguna dificultad aquellas cosas que para el hombre resultan imposibles. Al hacerlo, su propósito es mostrarnos anticipadamente algunas de las características de su Reino, en el que los límites impuestos por la caída son superados por la Obra de Cristo. Así por ejemplo, en este pasaje veremos que el dolor y la muerte son superados por su poder para sanar y resucitar. Otra de las características principales de este pasaje, es que este poder restaurador del Señor llega hasta nosotros a través de la fe. Así fue tanto en el caso de la mujer con flujo de sangre, como en el de Jairo, que vieron su fe recompensada, la primera con la sanidad de su enfermedad y el segundo con la resurrección de su hija. Pero tendremos ocasión de considerar también, que en ambos casos su fe fue probada y tuvo que vencer grandes obstáculos. Jesús acababa de ser rechazado por los gadarenos que le rogaron que se fuera de sus contornos (Mr 5:17), pero ahora, al regresar al lado occidental del lago, probablemente a Capernaum, nada más llegar salió a su encuentro un hombre llamado Jairo, principal de la sinagoga, que le rogaba insistentemente que fuera con él a su casa. ¡Qué contraste! Mientras unos le rechazan y le piden salir de sus contornos, otros le esperan con el fin de acercarse a él e invitarle a venir a su casa. Y esta misma situación se repite en nuestros días constantemente, donde personas, e incluso pueblos enteros, manifiestan posturas completamente opuestas frente a Jesús. También nos llama la atención la actitud de la multitud, que según nos dice Lucas, "cuando volvió Jesús, le recibió con gozo; porque todos le esperaban" (Lc 8:40). ¿Cuáles eran sus expectativas? Tal vez eran llevadas por su curiosidad por presenciar alguno de los milagros de Jesús. No lo sabemos. "Jairo, uno de los principales de la sinagoga" Jairo era uno de los que esperaba ansiosamente el retorno del Señor. La razón es que su hija yacía moribunda y su tiempo se acababa sin que pudieran hacer nada por ella. Así que, tan pronto como Jesús llegó, vino a su encuentro y le pidió desesperadamente que le acompañara a su casa. Sin duda, fue un acto evidente de fe, pero como decíamos antes, su fe tuvo que superar diferentes obstáculos, algunos de ellos muy difíciles. El evangelista nos dice que Jairo era uno de los principales de la sinagoga, y como ya hemos considerado en pasajes anteriores, en este momento, las sinagogas estaban prácticamente cerradas para Jesús. Recordemos que la última vez que había estado en la sinagoga de Capernaum, los fariseos se unieron a los herodianos con el fin de destruirle, porque en un día de reposo había sanado a un hombre con una mano seca (Mr 3:1-6). Y ahora Jairo, uno de los principales de la sinagoga, quizá de esa misma sinagoga en Capernaum, acudió a Jesús para que sanara a su hija enferma. No es difícil imaginar lo difícil que tuvo que ser para él pedir ayuda a Jesús. Siempre nos resulta humillante tener que pedir ayuda a otros, pero en este caso aun era más doloroso, porque Jairo era uno de los gobernantes judíos y Jesús era un rabí despreciado y tenido por endemoniado por los líderes religiosos (Mr 3:22). ¡Qué difícil tuvo que resultarle superar "el qué dirán" de sus correligionarios judíos! Y tal vez, si él mismo había participado en el rechazo a Jesús, tendría también que haberse arrepentido y confesado su equivocación y pecado. Pero la auténtica fe siempre se encuentra con estos obstáculos y para que pueda obtener su recompensa, tendrá que superarlos. ¡Pero que difícil resulta para el orgullo humano reconocer que necesitamos a Dios, al mismo Dios al que muchas veces hemos ignorado y menospreciado, y pasar por encima del "qué dirán" de la gente cuando nos ven acercarnos a Jesús! La petición de Jairo y la respuesta de Jesús Así que Jairo, un hombre respetable en su comunidad, llegó a los pies de Jesús y le pidió por su hija moribunda. Todos los que somos padres sabemos el dolor que se siente cuando vemos a nuestros pequeños enfermos o amenazados por la muerte. Así que, postrado a los pies de Jesús, con una intensa ansiedad y un tierno afecto hizo su ruego: "mi hijita está agonizando, ven..." Es evidente que Jairo tenía fe en Jesús. ¿Por qué entonces el Señor no hizo como en la historia del centurión en que con una palabra bastó para sanarlo (Lc 7:1-10), evitando así el sufrimiento del padre y la misma muerte de la niña? Seguramente quería enseñar a Jairo, y también a todos nosotros, un principio fundamental: allí donde hay fe, el Señor la probará para que crezca. La fe de Jairo alcanzaba a saber que Jesús podía sanar a su hija gravemente enferma, pero el Señor quería que avanzara hasta llegar a comprender que también tenía poder para resucitar a los muertos. Pero para poder llegar a aprender esto, no había otra manera que esperar hasta que su hija muriera, lo que sin duda convirtió aquellos momentos en que Jairo intentaba abrirse paso entre la multitud junto a Jesús camino de su casa, en una angustia inimaginable. Algo similar ocurrió en el caso de Lázaro y sus dos hermanas y que relata Juan. Cuando le llegó la noticia a Jesús de que su amigo Lázaro estaba enfermo, aun se quedó dos días más en donde estaba antes de ir (Jn 11:3-6). Este retraso tuvo como finalidad enseñar a Marta y a María que Jesús no sólo tenía poder para sanar a su hermano enfermo, sino que él mismo era la resurrección y la vida (Jn 11:21-27). "Una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre" Pero en el camino a casa de Jairo, el Señor tuvo que detenerse para atender a otra mujer enferma y que también le estaba buscando. Este "retraso" fue sin duda otra dura prueba para la fe de Jairo. Marcos nos ofrece algunos datos acerca de la enfermedad de esta mujer que nos sirven para hacernos una idea de su estado. Padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, por lo que podemos imaginar que se encontraría muy débil físicamente. Además, una enfermedad de tan larga duración, siempre resulta agotadora tanto para el que la sufre como para los que le cuidan. Pero la enfermedad no sólo había minado sus fuerzas físicas, sino que también había terminado con todos sus recursos económicos, gastados inútilmente en médicos que no habían logrado dar con una solución para su enfermedad, incluso, "antes le iba peor". Nos podemos hacer una idea de lo que aquella mujer tuvo que haber sufrido a manos de los médicos, en una época en la que la medicina y sus tratamientos tenía mucho más de superstición que de ciencia. Y esto, para que finalmente perdiera todo cuanto tenía y fuera desahuciada por los médicos que no lograron encontrar una solución para ella. Su situación era totalmente desesperante, sin solución humana posible. Por todo esto, Marcos dice que su enfermedad era un "azote", como un látigo de los empleados por los romanos para castigar a los malhechores. En muchos sentidos, el caso de esta mujer es un buen ejemplo de la situación de miles de personas que pasan años de angustia en busca de paz en sus corazones sin lograr encontrarla. La buscan a través de diferentes remedios humanos sin encontrar ningún alivio. Van de una iglesia a otra sin sentir ningún tipo de mejoría para su estado espiritual, antes se encuentran cada vez más desengañados de todo y desanimados. Lo que necesitan urgentemente es ir a Jesús, cueste lo que cueste. Pero una enfermedad de este tipo tenía también ciertas implicaciones religiosas que sin duda vendrían a aumentar su dolor. Según la ley levítica (Lv 15:25-27), una mujer con flujo de sangre se encontraba en una condición de impureza ceremonial, que le impedía participar en el culto a Dios. Podemos imaginarnos cómo esta enfermedad habría condicionado su relación con Dios a lo largo de los años. Pero también impedía su trato normal con sus semejantes, ya que cualquiera que tuviera contacto con ella quedaría en la misma condición de impureza. De hecho, cuando gastando sus escasas fuerzas logró abrirse paso entre la multitud que apretaba a Jesús, "contaminó" su impureza ceremonial a todos ellos, y finalmente, al mismo Jesús cuando le tocó. ¡Qué curiosa situación! En aquel camino, Jesús se encontraba en medio de Jairo y de la mujer enferma. Dadas las implicaciones religiosas de su enfermedad, aquella mujer nunca habría ido a la sinagoga que presidía Jairo, así que, difícilmente se conocerían, pero ahora, por circunstancias muy diferentes, los dos estaba junto a Jesús, ambos igualmente necesitados de él. La fe de la mujer enferma No cabe duda que la mujer sentía hondamente su necesidad, y fue a raíz de escuchar hablar de Jesús y de las maravillas que hacía (Mr 5:27), cuando surgió en ella la fe. Como en el caso de Jairo, se trataba de una fe auténtica, que lograba superar los obstáculos. Como ya hemos dicho, su fe le dio las fuerzas necesarias para lograr abrirse paso entre la gente y llegar hasta Jesús. Y cuando finalmente fue sanada, la fe le llevó a confesar toda la verdad acerca del bien que había recibido de Jesús, venciendo las posibles críticas de aquellos que habían llegado a estar inmundos ceremonialmente por causa del contacto con ella. Algunos han pensado, que puesto que lo que la mujer se había propuesto era tocar el borde del manto de Jesús, no se trataba tanto de fe sino de superstición. Otros han intentado usar el incidente para justificar su confianza en las reliquias, una práctica muy extendida en el catolicismo por muchos siglos. Pero debemos notar que Jesús subrayó que lo que le había salvado era su fe en él: "Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote". El toque del manto de Jesús fue sólo una expresión de la fe que ella tenía en el poder de Jesús. "¿Quién me ha tocado?" La mujer fue sanada por el hecho de tocar con fe el borde del mando de Jesús, pero al hacerlo, intentó pasar desapercibida entre la multitud. Su actitud podía ser razonable, dado que los judíos no habrían aceptado que una mujer inmunda ceremonialmente les tocara. Pero sin embargo, Jesús percibió con total claridad que había salido poder de él. Este es un hecho muy interesante que no debemos pasar por alto. Por un lado, es importante notar que aunque eran muchas las personas que iban con Jesús y que incluso le apretaban, sólo una de ellas tocó con fe a Jesús y fue sanada. Tal vez la multitud acompañaba a Jesús en un ambiente festivo, esperando ver un milagro en la casa de Jairo. En este estado, un tanto alocado, se daban empujones e incluso apretaban a Jesús desconsideradamente. Por el contrario, la mujer enferma buscaba cómo aproximarse a Jesús con un propósito completamente diferente. Ella era movida por su profunda sensación de necesidad y con un corazón lleno de fe y esperanza en Jesús. ¡Qué contraste! Pero esto mismo ocurre constantemente en la iglesia de Cristo en el presente. Muchos acuden a escuchar acerca de él, pero muy pocos son los que se acercan a él con una fe personal que les puede salvar. Observamos también la actitud de los discípulos cuando Jesús hizo la pregunta: "Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?". Esto pone en evidencia no sólo una falta de entendimiento de los discípulos, sino que también revela cierta ausencia de respeto y sensibilidad hacia Jesús. Si el Maestro se detuvo para hacer aquella observación, a ellos les tocaba preguntarse la razón por la que lo hacía y no criticarle de esta forma un tanto cruda y ruda en que contestaron a su pregunta. Ellos también necesitaban aprender algo muy importante. "Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él" Los discípulos no entendían el "desgaste" de Jesús por todas esas sanidades. Probablemente se habían acostumbrado a ver fluir el poder de Jesús sin ningún tipo de limitación y pensaron que era algo "natural" en él. Pero el Señor tenía que enseñarles que había un coste y que era alto. Humanamente hablando, podríamos decir que cuando el Señor Jesucristo creó este inmenso universo, no sufrió ningún tipo de "desgaste". Pero una cosa totalmente diferente era tratar con el pecado del hombre. En algún sentido que es imposible explicar y cuantificar, la salvación del hombre sí que ha supuesto fatiga, cansancio y mucho dolor para el Hijo de Dios. Recordemos que la misma Ley de Dios decía que Jesús había quedado religiosamente impuro cuando la mujer con flujo de sangre le tocó (Lv 15:25-27). Y todo esto, como explica el apóstol Pablo, con la finalidad de llevar nuestra maldición para que nosotros pudiéramos ser salvados: (Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)". No podemos ir más allá en nuestros razonamientos por temor a equivocarnos, pero sí que debemos detenernos a adorar a Dios por su amor hacia cada uno de nosotros. Vemos entonces, que los discípulos que estaban tan cerca del Señor, ignoraban lo que estaba pasando. Por eso, el Señor se detuvo para enseñarles un principio fundamental que nosotros debemos aprender también. Nunca podremos hacer algo digno para el Señor a menos que pongamos en ello algo de nosotros, de nuestra propia vida. El rey David lo expresó magníficamente cuando dijo: "No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada" (2 S 24:24). Nos resultan incomprensibles aquellos creyentes que dicen estar dispuestos a servir al Señor, pero "con calma", cuando les apetezca y se sientan con ánimos, sin agobios ni prisas. Esta actitud es incompatible con lo que el Señor ha hecho por nosotros y nos ha enseñado. Si queremos seguir sus huellas, tendremos que estar dispuestos, no sólo a gastar lo nuestro, sino especialmente a gastarnos a nosotros mismos. "La mujer, temiendo y temblando, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad" El Señor Jesús cumplía con todo el programa que su Padre le había encomendado, y aunque una niña moribunda esperaba el toque de su mano, debía detenerse para atender a la mujer y sacar del incidente todo el perfume de su fe. Para ello era necesario que la mujer no quedara en el anonimato, sino que confesara lo que había pasado. Fue entonces cuando Jesús preguntó: "¿Quién ha tocado mis vestidos?". Por supuesto, Cristo sabía quién era la persona que había sido sanada, pero era necesario que la mujer se identificara y diera testimonio público de la obra de Dios en su vida. Esto era necesario por varias razones: Confirmaba el principio que el apóstol Pablo expresó: "Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Ro 10:10). Permitía a Cristo llegar a tener una relación personal con la mujer. Nunca es su deseo que seamos salvados por su poder, pero que no tengamos nada que ver con él. Por eso, después de la sanidad, buscó el diálogo personal con la mujer. Además, tan precioso ejemplo de fe no debía quedar oculto a los ojos de la multitud de curiosos, que debían aprender que sólo por la fe es posible obtener los beneficios de Cristo. En un principio, la mujer intentó esconderse, probablemente para no tener que ruborizarse contando públicamente la naturaleza de su enfermedad y la manera en la que había recibido su sanidad. Pero como cristianos, debemos recordar que nunca hemos de avergonzarnos de confesar ante los hombres lo que Cristo ha hecho por nosotros. De hecho, debemos esforzarnos en buscar la oportunidad para hacerlo. Finalmente, la fe de la mujer le hizo vencer todos los obstáculos e hizo una conmovedora confesión, donde de manera maravillosa se combinaba humildad y franqueza en cuanto a su necesidad, y la debida gratitud y adoración en vista de su curación. Tal vez ella esperaba alguna reprensión de parte del Señor por haberle tocado estando inmunda ceremonialmente, pero nada más lejos de eso. El Señor le animó y confirmó su sanidad con unas cariñosas palabras: "Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz y queda sana de tu azote". Fácilmente podemos imaginar el alivio de la mujer después de haber confesado a Cristo públicamente. Y a partir de este momento, la mujer volvió a formar parte de la vida social y religiosa del pueblo de Dios. "Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?" Pero mientras la mujer sentía el profundo alivio de su sanidad, no debemos olvidar que Jairo seguía al lado de Jesús, impaciente, consumiéndose en su angustia, preguntándose una y otra vez por qué el Señor se demoraba tanto con aquella mujer mientras su hija agonizaba. Muchas veces llegamos a sentir lo mismo, viendo cómo Dios soluciona los problemas de otros, mientras que nosotros nos consumimos en la impaciencia esperando que obre también en nuestra situación. Es entonces cuando debemos recordar que el Señor tiene propósitos diferentes con cada uno de nosotros. Fue en ese momento cuando llegó la trágica noticia desde la casa de Jairo: "Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?". No es difícil imaginar el estado de ánimo de Jairo. La muerte siempre es dolorosa, pero si se trata de un niño pequeño, y es nuestro propio hijo, entonces se convierte en una experiencia desgarradora. Ante una situación así parece que ya no queda lugar para la esperanza. Como muchos dicen: "todo tiene solución, menos la muerte". De hecho, esta fue la actitud de los que le dieron la noticia a Jairo: "¿Para qué molestas más al Maestro?", ya no hay nada más que se pueda hacer. Pero si esto no era suficiente, el ambiente al llegar a casa, con todas las plañideras llorando, gritando, gesticulando, hacían que la desesperación y la desolación fueran totales. Pero en ese mismo instante el Señor intervino: "No temas, cree solamente". Si alguien podía transmitir algún tipo de esperanza en una situación así, ese sólo podía ser Cristo. Cuando todos los recursos humanos fallan, sólo quedan los divinos. Ya comentamos al principio, que el propósito de Cristo era elevar la fe de Jairo a nuevos horizontes. Quería que llegara a entender que él no sólo tiene poder para sanar enfermos, sino también para resucitar muertos. Pero para ello, tendría que vencer nuevos obstáculos. Para empezar, debía creer que Jesús podía hacer lo que todos los demás hombres consideran que es imposible: resucitar un muerto. Tenía que creer con Cristo la muerte no es el fin de todas las esperanzas humanas. Y más tarde, cuando llegaron a la casa, tendría que soportar también las burlas de la gente que se rieron de Cristo cuando dijo que la niña no estaba muerta sino que dormía. "No permitió que le siguiese nadie" Cuando llegaron a la casa de Jairo, Cristo echó a todos fuera, quedándose sólo con los padres de la niña y tres de sus discípulos; Pedro, Juan y Jacobo. ¿Por qué no permitió que otros entraran? ¿Por qué después de resucitar a la niña mandó a los padres que no dijeran nada a nadie? Probablemente, una de las razones para sacar fuera a las plañideras y muchos otros de los presentes, era porque su actitud constituía un estorbo para la manifestación del poder del Señor. No nos olvidemos que muchos de ellos se estaban burlando de Jesús cuando dijo que la niña estaba durmiendo. Por otro lado, el escoger a estos tres discípulos, tal vez se debió al hecho de que éste era el número de testigos que exigía la ley para que un testimonio fuera válido (Dt 17:6). Aunque curiosamente, este grupo de tres discípulos fue el mismo con el que el Señor se apartó también en el monte de la transfiguración y más tarde en el huerto del Getsemaní. Debemos deducir que estos tres apóstoles formaban un grupo más íntimo con el Señor y que los estaba formando para tareas especiales. Y en cuanto a la insistencia del Señor por mantener sus milagros en secreto, ya hemos señalado en otras ocasiones, que él no quería encender el fervor popular hasta el punto en que las multitudes lo tomaran para dirigir un levantamiento contra los romanos. En el comportamiento de Jesús nunca encontramos la actitud de algunos hacedores de milagros de nuestro tiempo, que se ufanan de lo que hacen y buscan toda la publicidad posible para sí mismos. Y el Señor tampoco se prestaba nunca para satisfacer la curiosidad de la gente que sólo andaba en busca de lo espectacular. "Talita cumi" Otro detalle muy interesante es la forma en la que Jesús resucitó a la niña. El le dijo: "Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate". Ya hemos visto que Marcos fue el intérprete de Pedro, uno de los tres discípulos que acompañaron a Jesús en esa ocasión. Y en su memoria él siguió escuchando aquel "talita cumi" toda su vida. El amor, la dulzura, el cariño con que Jesús dijo aquellas palabras no llegaron a borrarse nunca de su mente. Así que, cuando él contara esta historia a Marcos, seguiría pronunciando estas mismas palabras. Pero por otro lado, el Señor había dicho que la niña no estaba muerta, sino que dormía. Esto llegó a ser algo característico del mensaje cristiano; la muerte es como un sueño del que finalmente nos despertará el Señor en su venida (1 Ts 4:14-17). Por esta razón, algunos han pensado que estas cariñosas palabras de Jesús a la niña, "talita cumi", eran las mismas con las que su madre le despertaría cada día. Probablemente, muchos de nosotros estemos pensando en este momento que aunque Jesús sanó a esta mujer y resucitó a esta niña, sin embargo, no hace lo mismo con nosotros en este tiempo. Nosotros también tenemos fe en Cristo, pero sin embargo, aunque deseamos ver sanados a nuestros seres queridos, no siempre vemos que esto ocurra, y en muchas ocasiones, la muerte nos separa de ellos de manera irremediable. ¿Por qué Dios no actúa de la misma forma hoy en día? Es evidente que este relato no tiene como finalidad animarnos a que nosotros esperemos lo mismo en el día de hoy. Tal vez esa sea una de las razones por las que Cristo encargó a todos que mantuvieran el secreto tanto como fuera posible para que nadie lo supiese. Pero lo que sí que se proponía enseñarnos por medio de estos milagros, es que nuestra fe en él nos debe llevar a tener una visión completamente nueva de la enfermedad y de la muerte, una visión que el mundo no compartirá nunca. Ni la enfermedad ni la muerte tienen un poder permanente sobre los que hemos creído en Cristo. Ambas han sido vencidas por él y en su Reino ya no existirán más. (Ap 21:4) "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas..."

miércoles, 9 de enero de 2019

EL PARALITICO DE BETESDA

Juan 5:1-16 El Señor pasó un periodo de tiempo indeterminado en Galilea del que Juan sólo nos ha contado el milagro de la sanidad del hijo de un noble en Capernaum. Esto es así, porque como ya hemos señalado en otras ocasiones, Juan no pretende contarnos una historia completa de todas las obras de Jesús (Jn 21:25), sino que escoge determinados incidentes que sirven para demostrar que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y de esta forma las personas lleguen a creer en él y tengan vida eterna (Jn 20:30-31). Si queremos saber qué es lo que ocupó al Señor en este tiempo del que Juan guarda silencio, debemos leer los otros tres evangelios, en los que encontraremos muchos detalles del intenso ministerio que Jesús llevó a cabo por toda Galilea. Ahora vemos que Jesús regresó nuevamente a Jerusalén con motivo de "una fiesta de los judíos". Recordamos que en su visita anterior, el Señor presentó con toda claridad sus pretensiones mesiánicas cuando purificó el templo, y esto despertó la oposición y hostilidad de los judíos (Jn 2:13-22). Ahora, en su segunda visita a Jerusalén, rápidamente veremos que la actitud de los judíos se endureció aun más contra él, hasta el punto de que se pusieron de acuerdo en perseguirle y procuraban matarle (Jn 5:16). Y veremos que cuando más adelante regresó nuevamente a Jerusalén, los judíos seguían manteniendo la misma actitud hostil contra él debido a la sanidad del paralítico que nos relata este pasaje que ahora vamos a estudiar (Jn 7:10-24). Estamos, por lo tanto, ante una ocasión crucial en el ministerio de Jesús, que con el tiempo le llevaría finalmente hasta la cruz. En cuanto a la curación milagrosa del paralítico de Betesda, debemos decir que sólo es referida por Juan, y que vemos que hay muchos detalles que nos han sido velados. Por ejemplo, no sabemos a qué fiesta de los judíos se refiere el evangelista, tampoco cómo supo el Señor que el paralítico llevaba treinta y ocho años en esa situación, o si sanó a algún otro de los muchos enfermos que había allí, y también es significativo el silencio en cuanto a los discípulos que no son mencionados en todo el pasaje. Sin duda, Juan quiere centrar nuestra atención en otros detalles que son los que vamos a considerar a continuación. "Y hay en Jerusalén un estanque, llamado en hebreo Betesda..." Empecemos por notar que la primera parte de los incidentes relatados en este pasaje tuvieron lugar en un estanque llamado Betesda, que tenía a su alrededor cinco pórticos en los que se cobijaban una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos espiritual de las clases religiosas. "Yacía una multitud de enfermos que esperaba el movimiento del agua" Juan nos detalla la creencia popular que había surgido en relación con el estanque de Betesda y que sirve para explicar el porqué había tantos enfermos reunidos a su alrededor: "Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese". Él incluye esta explicación para dar sentido al pasaje, porque esto era lo que creía el paralítico al que sanó Jesús, y otros muchos que estaban allí en una situación parecida. En cualquier caso, esta creencia no tiene nada que ver con el carácter de Dios. De repente, aquella multitud de ciegos, cojos y paralíticos deberían extremar sus recursos para alcanzar su objetivo y que era llegar al agua en ese momento, por supuesto, no encontramos nada parecido en la forma en la que el Señor sanó a todos los enfermos que le fueron presentados. Y de hecho, cuando el Señor sanó al paralítico no hizo ningún uso de este estanque. Lo que si observamos es que el Señor se sirve de esa creencia para descubrir la fe de este hombre para poder llevar a cabo el milagro sin necesidad de realizar ningún esfuerzo físico por ninguna de las partes. A la vista de esto, surge de modo natural la pregunta de que si habían ocurrido realmente milagros en aquel estanque que hubieran servido para dar continuidad a esta creencia. Y nos preguntamos esto, porque también en la actualidad sigue habiendo muchos lugares de peregrinación donde acuden constantemente enfermos con la esperanza de ser sanados por alguna virgen o santo. Y aunque la atención de nuestro pasaje no se centra en esta cuestión, podemos decir que no sería de extrañar que se hubieran producido curaciones en algunas circunstancias. Pero como en este caso, es imposible afirmar que los milagros sean producidos por Dios, aunque sí sabemos es que sin fe es imposible agradar a El. Lo que es evidente es que la mayoría de las curaciones que se producen en estos lugares tienen que ver especialmente con aquellos casos de enfermedades que tienen su origen en el sistema nervioso, y que una fuerte sugestión, como la que el enfermo siente al encontrarse en un ambiente así, puede producir una sanidad de este tipo. "Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo" En cualquier caso, lo que el Señor se encontró en aquel estanque de Betesda, era una triste exhibición de la miseria humana, tanto del cuerpo como del alma. Hasta cierto punto podemos comprender los sentimientos que tuvieron que haber agitado el corazón de Jesús a la vista de esta multitud de enfermos. ¡Cuánto ha dañado el pecado la imagen de Dios en el hombre! Pero entre todos los enfermos había uno por el que Jesús se interesó de manera especial. Se trataba de un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba sufriendo mientras esperaba una sanidad que nunca llegaba. Bien podríamos decir que era un caso extremo entre toda aquella multitud. Y como vamos a ver a continuación, después de tanto esperar, y viéndose cada vez más viejo e incapacitado, el hombre había llegado a perder toda esperanza de ser sanado. "¿Quieres ser sano?" Cuando Jesús inició la conversación con él, lo primero que le dijo nos puede parecer algo ridículo: "¿Quieres ser sano?". Pero nunca hay nada absurdo en lo que el Señor hace. De hecho, el Señor estaba abordando el problema en su misma raíz. Porque aunque nos pueda parecer extraño, hay muchas personas que están enfermas y prefieren continuar en su estado, ya que éste les atrae la simpatía, lastima y la ayuda de otros. Esto se percibe con total claridad cuando reflexionamos acerca del estado espiritual del hombre. ¿Cuántos hay que a pesar de tantos fracasos en la vida, no quieren acudir a Dios en busca de una solución a su situación? Viven sin poder escapar de su dilema personal, de los problemas y el vacío de su alma, y sin embargo se niegan a ser sanados moral y espiritualmente. A pesar de que se sienten totalmente insatisfechos con su situación, prefieren resignarse como excusa para no hacer nada y así seguir viviendo de la misma manera que les causa sus problemas. Por lo tanto, la pregunta con la que Jesús inició la conversación tenía como propósito que aquel hombre manifestara que realmente quería ser sanado. "No tengo quién me meta en el estanque" La respuesta del paralítico puso de relieve su frustración. Había perdido toda esperanza de ser sanado, y le explica al Señor todos los problemas que encontraba para llegar a la única solución que él conocía. No es de extrañar su desanimo. Después de tantos años de perseverar sin descanso en lo que no solucionaba su problema, había llegado a darse por vencido. Pero lo más grave de su estado era que cuando Jesús se presentó ante él, su frustración le impedía darse cuenta de que tenía delante de sí la verdadera solución a su situación. Por otro lado, también aprovechó la ocasión para dar rienda suelta a su amargura y culpar a otros por su falta de interés y solidaridad para ayudarle a llegar al estanque cuando el agua se agitaba. Esta falta de amigos o familiares que se mostraran dispuestos a ayudarle, aun nos hace sentir más simpatía por este paralítico. Pero lo cierto es que así somos los seres humanos. Y esto se manifiesta con mayor crudeza cuando lo que está en juego son nuestros propios intereses personales, en esos casos ocurre como en aquel estanque de Betesda, donde la única regla que parecía aplicarse es la de que cada uno peleara por lo suyo sin importarle nada más. En realidad, tal como aquí se nos presenta a este hombre, podemos decir que es un símbolo de la impotencia espiritual de todos los hombres. Porque lo reconozcamos o no, todos nosotros somos totalmente incapaces de ayudarnos a nosotros mismos para cambiar las graves consecuencias que el pecado ha traído sobre nosotros. En lo profundo de nuestro ser sentimos el vacío, la ruina y el fracaso en nuestra lucha por lograr agradar a Dios con acciones que sean dignas de él. Y muchas veces gastamos la vida confiando en personas y cosas que nunca llegan a aportarnos ninguna solución. Así pues, frente a nuestra propia debilidad y la incapacidad de otros para ayudarnos, Cristo se interesa por nosotros y viene a dar su vida por nosotros. Pablo lo resumió de esta forma tan hermosa: (Ro 5:6-8) "Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." "Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda" Jesús se dirigió al paralítico para mostrarle que, a pesar de tantos fracasos, no todo estaba perdido, porque él mismo tenía más poder que ningún ángel o que cualquier agua milagrosa y era capaz de sanarlo con una sola palabra. De esta manera Jesús se presento ante el paralítico como el amigo que todos nosotros necesitamos y que muchas veces hemos echado de menos. Él siempre se ha interesado por nuestros problemas, hasta el punto de hacerlos suyos, y nunca desatiende ni desprecia a nadie que se acerca a él. Ahora bien, es muy probable que cuando el inválido vio que Jesús se interesaba por él, parece que pensó que ese forastero estaría dispuesto a ayudarle a llegar a tiempo al estanque la próxima vez que las aguas se agitaran. Pero qué sorpresa recibió cuando el "Médico celestial", sin necesidad de aquel estante o de una intervención angélica, le dirigió aquellas palabras inolvidables que le devolvieron una sanidad completa e inmediata. Aun así, el paralítico tenía que hacer algo para ser sanado. Básicamente tenía que confiar en Jesús. Fijémonos que en una sola frase el Señor le mandó tres cosas que eran completamente imposibles para un paralítico: "Levántate, toma tu lecho y anda". ¿Haría caso a este forastero, que además de ser un desconocido para él, le pretendía sanar de una forma que él no esperaba? ¡Qué desafío para un hombre que acababa de confesar su completa incapacidad! Pero el hombre percibió tal autoridad y poder en las palabras de Jesús, que confió y obedeció lo que el Señor le mandaba. Y entonces fue cuando descubrió que cuando el Señor manda algo, también da las fuerzas y la capacidad necesarias para llevarlo a cabo. Y así, "al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo". De esta forma se resalta el carácter completo y repentino de la curación. "Y era día de reposo aquel día" La historia no terminó allí, de hecho, este momento marcó el comienzo de una larga controversia entre Jesús y los judíos, porque aunque pudiéramos pensar que un milagro de sanidad tan extraordinario como este alegraría a todos los que llegaran a conocerlo, el hecho es que no fue así. Los judíos no tardaron en aparecer en la escena para criticar lo que Jesús había hecho. Desde su punto de vista, el poder y la misericordia manifestados por el Señor al sanar completamente a aquel pobre hombre no tenían importancia alguna. Para ellos, todo esto podía ser ignorado, porque lo único que les parecía importante es que según su interpretación de la ley se había quebrantado el día de reposo: "Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho". En el evangelio de Juan, los "judíos" son los caudillos del pueblo, los ancianos, gobernantes y escribas. No la muchedumbre, sino los representantes de la nación. Aquellos que como antes hemos señalado, difícilmente se acercarían a personas como el paralítico. Sin embargo, puesto que se sentían defensores de la verdadera religión, no tardaron en intervenir en este momento. Pero, ¿que había de malo en lo que el Señor acababa de hacer? A nosotros su actitud nos parece totalmente incomprensible, pero intentemos entender su razonamiento. La ley de Dios mandaba reposar en el séptimo día, y ellos interpretaban con esto que no se debía realizar ningún trabajo, por lo tanto, cuando vieron que el paralítico sanado estaba llevando su lecho, consideraron que estaba realizando un trabajo y de esta manera quebrantaba el mandamiento divino: "Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho". Pero el propósito de Dios al dar este mandamiento, tenía que ver con traer reposo al hombre. Así que, aunque tal vez Jesús sanó al paralítico en el día de reposo porque quizá no iba a haber otra ocasión, aun es más probable que lo hiciera para manifestar lo que significaba el verdadero reposo de Dios al que él nos quiere llevar. Pensemos en el que había sido paralítico, ¿podía haber mayor reposo para él que haber sido liberado de la humillante enfermedad que había padecido durante treinta y ocho años de su vida? Sin duda que aquel hombre disfrutaba por primera vez en muchos años de un día de reposo en condiciones. Sin embargo, los judíos no podían entender esto, porque lo único que les preocupaba era el cumplimiento externo de la ley. Con esto se puso de relieve el tremendo contraste entre la obra salvadora de Cristo y la religión legalista de los judíos. En tanto que ellos discutían y perfilaban lo que constituía trabajo en el séptimo día, imponiendo nuevas cargas sobre los hombres, el verdadero reposo de Dios trae liberación al hombre. Según el parecer de los judíos, el hombre había sido creado para el día de reposo, pero tal como Cristo lo entendía, el día de reposo había sido hecho por causa del hombre (Mr 2:27). Al prohibir a este hombre sanado que llevara su lecho, como si estuviera haciendo algo comparable al que llevaba una carga al mercado para venderla, hacían de la ley de Dios una caricatura. Y es que debajo de su religiosidad externa, se escondía la dureza del corazón de hombres que tenían la conciencia cauterizada. ¿De qué otra manera podemos entender su actitud frente a este milagro del Señor? "Le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?" Los judíos encontraron al que había sido sanado y comenzaron su peculiar interrogatorio. En ese momento el que había sido paralítico se debió asustar y en su respuesta parece que intenta librarse de cualquier responsabilidad por lo que estaba haciendo y arroja la culpa sobre el Señor: "Él les respondió: El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda". En cualquier caso, independientemente de lo que estuviera pasando por su mente en esos momentos, la respuesta que dio a los judíos ponía en evidencia que Jesús actuaba con un poder sobrenatural que ellos no tenían, ¿por qué cuál de ellos podía decirle a un paralítico que se levantara y llevara su lecho? Pero este hecho no les interesaba, así que, en lugar de preguntar quién le había sanado, sólo se interesaron por saber quién le había mandado llevar su lecho. Durante los treinta y ocho años que este hombre había estado enfermo, ellos no habían hecho nada por él, y ahora, en lugar de alegrarse por su sanidad, comenzaban una persecución implacable contra su bienhechor. ¿No se daban cuenta de lo ridículo de su actitud? ¿No veían que al fin y al cabo lo único que el hombre estaba llevando era un lecho? Pero en realidad, lo que les movía no era su defensa de la ley de Dios, sino su odio contra Jesús. En esta ocasión vieron una oportunidad para atacarle porque había mandado a un hombre que llevara su lecho después de ser sanado, pero cuando más adelante devolvió la vista a un ciego en el día de reposo, entonces no le mandó llevar nada, pero aun así los judíos tampoco estuvieron satisfechos y también cuestionaron que el poder con el que actuaba no provenía de Dios (Jn 9:16). Porque como decimos, su problema era que odiaban a Jesús, así que nada de lo que hiciera les parecería bien. "Y el que había sido sanado no sabía quién fuese" Es curioso que el paralítico no pudo explicar quién era el que le había sanado. Parece que antes de su sanidad no conocía quién era Jesús, y después no debió tomarse mucho interés en averiguar algo más acerca de su benefactor, porque suponemos que de haberlo hecho, no habría tenido muchas dificultades en encontrar a alguien que le informara acerca de él, puesto que sus señales habían llegado a ser bien conocidas en Jerusalén (Jn 2:23). En cualquier caso, también es verdad que el Señor no se quedó mucho tiempo en aquel estanque, sino que se apartó pronto. El por qué lo hizo no lo podemos saber con seguridad. Es muy probable que estuviera huyendo nuevamente de la popularidad, aunque también es posible que quisiera dar una oportunidad a este hombre sanado para afirmarse en sus convicciones al verse obligado a expresarlas sin la ayuda de nadie. "Después le halló Jesús en el templo" El hecho de que el paralítico no supiera todavía quién era Jesús, pone en evidencia que había un asunto pendiente, y como sabemos, el Señor no deja las cosas a medias, así que nuevamente buscó al paralítico, al que en esta ocasión encontró en el templo. Quizá había ido allí para dar las gracias a Dios, aunque esto tampoco se nos dice. Pero donde por supuesto ya no iba a estar, sería en aquel estanque en el que había pasado los últimos treinta y ocho años de su vida. Notemos que nuevamente fue el Señor quien buscó al que había sido paralítico. Su propósito en esta ocasión no era otro que el de tratar con él un asunto aun más importante que el de su sanidad física. Como vamos a ver, esto tenía que ver con su condición espiritual, porque hasta ese momento no había habido ninguna evidencia de que este hombre hubiera confiado en Cristo para su salvación, ni tampoco que sus pecados hubieran sido perdonados. "Has sido sanado; no peques más para que no te venga alguna cosa peor" El paralítico había sido completamente restablecido desde la perspectiva física, pero otra cosa muy distinta era su espíritu. Y como vamos a ver, esto segundo era lo realmente importante. Así que cuando Jesús lo volvió a encontrar en el templo, abordó esta cuestión de la siguiente manera: "Has sido sanado; no peques más para que no te venga alguna cosa peor". Estas palabras del Señor nos sorprenden. ¿Qué podía haber peor que pasar treinta y ocho años paralítico, tirado en el suelo y olvidado de la sociedad? Sin duda es posible encontrar tragedias mayores en un mundo como el nuestro, pero no es fácil. Pero ¿a qué se refería el Señor? Pues indudablemente tenía que ver con el castigo eterno. Y la única forma de evitarlo sería seguir las indicaciones de Jesús: "No peques más". Es indudable que el Señor quería que aquel hombre comprendiese que el pecado tiene consecuencias mucho más terribles que una dolencia física. Notemos además que en las palabras de Jesús hay implícito un elemento de juicio. Tarde o temprano, todos tendremos de dar cuenta de nuestros hechos. Como dijo el autor de Hebreos: "está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (He 9:27). Y aquellos que mueren sin que sus pecados hayan sido perdonados, se enfrentarán a la condenación de Dios y a una angustia eterna que de ninguna manera puede ser comparable con la peor de las tragedias que en esta vida presente podamos llegar a imaginar. Es cierto que no queremos oír estas cosas, pero el Señor Jesucristo advirtió sobre ello. Algunos pueden pensar que de esta manera lo que pretendemos es infundir miedo y terror a las personas para que busquen a Dios. Y por supuesto, estas cosas nos deberían hacer pensar seriamente en ello, aunque nunca una persona se puede convertir a Dios de verdad si lo hace por miedo. La conversión auténtica sólo puede ser por amor a Dios. Ahora bien, fijémonos en que junto a su solemne advertencia, él Señor expuso la única forma posible de librarse de aquello que ha descrito como "algo peor". Esta solución es el arrepentimiento. Tanto aquel paralítico, como nosotros mismos, debemos escuchar esta exhortación del Señor, que es la misma norma divina que también fue expuesta a la mujer tomada en adulterio: "Vete y no peques más" (Jn 8:11). Este arrepentimiento debe ser genuino y se debe manifestar en un cambio real de vida. Por supuesto, también es necesaria la fe en Cristo. Esto último ya lo hemos considerado en otras porciones de este mismo evangelio (Jn 3:16), y en la medida que avancemos veremos que esta fe se debe depositar no sólo en su Persona, sino también en la Obra de la Cruz que él se disponía a llevar a cabo. Por último, debemos abordar otro aspecto más que se desprende de las palabras de Jesús. En el caso del paralítico, da la impresión de que su enfermedad fue un castigo por su proceder. Tal vez tenía algún pecado concreto y como resultado quedó paralítico. Y esto reabre el debate: ¿es la enfermedad un castigo divino? Esto es algo que frecuentemente se preguntan los que sufren por enfermedades graves. Evidentemente, no todas las enfermedades son fruto del pecado personal del enfermo, porque en ocasiones vemos que quienes se enferman son criaturas inocentes. Sin embargo, en otras ocasiones la relación es muy evidente. Por ejemplo, si una persona fuma no es de extrañar que acabe teniendo un cáncer de pulmón como consecuencia de ello. Pero hay otros muchos casos en que la conexión no es tan fácil de establecer, y no nos toca a nosotros ser los jueces de nadie. Aun así, la Biblia nos enseña que tanto la enfermedad como la muerte, son siempre el resultado de formar parte de una raza caída. Aunque no nos lo parezca, el pecado ha traído graves consecuencias para toda la raza humana, y aun para la creación en la que vivimos (Ro 8:20-23). Desgraciadamente vemos sus resultados con demasiada frecuencia en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Sin embargo, como ya hemos señalado, de las palabras de Jesús se desprende que hay una solución que puede cambiar nuestro destino final. "El hombre se fue y dio aviso a los judíos que Jesús era el que le había sanado" Después de su breve encuentro con Jesús, el que había sido paralítico fue a los judíos para informarles de que quien le había sanado era Jesús. Nosotros nos preguntamos por qué lo hizo y cuáles eran sus intenciones. Tal vez quería dar testimonio de él y rendirle su tributo. O quizá sólo pretendía quedar bien con los judíos y librarse definitivamente de la acusación que le habían hecho por llevar su lecho en un día de reposo. No podemos saberlo. En cualquier caso, su actitud trajo graves consecuencias para Jesús: "Por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día de reposo". Su confesión sirvió para que se avivara aun más la hostilidad contra Jesús, llegando a una confrontación abierta. Al culminar éste analisis nos quedamos con una sensación un tanto extraña. ¿Por qué decidió Jesús sanar a aquel paralítico? Por un lado, el enfermo ni sabía quién era Jesús, ni tampoco esperaba nada de él. Además, una vez sanado, el Señor le tuvo que advertir seriamente que no siguiera viviendo de la misma manera que hasta ese momento lo había hecho, para que no le viniera alguna cosa peor, lo que nos hace pensar que después de su sanidad, no parecía tener intenciones de cambiar espiritualmente. Y por último, la actitud que adoptó en su trato con los judíos, sólo sirvió para causar problemas a Jesús. Ante todo esto, nos preguntamos ¿por qué el Señor lo sanó? ¿Qué vio en él? Y la respuesta es que lo que movió a Jesús no fue lo que vio en el paralítico, sino su propio carácter: el Señor es muy misericordioso y compasivo (Stg 5:11). Y en realidad, esta es la misma razón por la que fue a la cruz para morir también por nosotros.