lunes, 25 de febrero de 2019

“PORQUE LES ENSEÑABA COMO QUIEN TIENE AUTORIDAD, Y NO COMO LOS ESCRIBAS”

Jesucristo LA narración que hace Mateo de la inestimable predicación que nosotros conocemos como el Sermón del Monte, concluye con una potente afirmación propia que se refiere al efecto que las palabras del Maestro surtieron en la gente: “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.”a Una de las más notables características del ministerio de Cristo fue su completa abstención de pretender autoridad humana alguna para sus palabras o hechos; la comisión que afirmaba tener era la del Padre, que lo había enviado. Sus discursos, ora dirigidos a multitudes, ora pronunciados en soledad relativa a unos pocos, se hallaban libres de las citas forzadas que eran el deleite de los maestros del día. Su declaración autoritativa, “Yo os digo”, reemplazó la invocación de autoridades, y sobrepujó todo conglomerado posible de mandamientos o inferencias establecidos como precedente. En este respecto sus palabras se distinguían esencialmente de los eruditos discursos de los escribas, fariseos y rabinos. En todo su ministerio se manifestaron un poder y autoridad inherentes que fueron superiores a la materia y fuerzas de la naturaleza, a los hombres, a los demonios, a la vida y la muerte. Conviene ahora a nuestro propósito considerar un número de ocasiones en que se manifestó el poder del Señor en diversas obras grandes.

sábado, 16 de febrero de 2019

CALLA, ENMUDECE - Marcos 4:35-41

(Mr 4:35-41) "Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?" Anteriormente terminamos una sección en la que el Señor había estado enseñando principios fundamentales sobre el Reino de Dios a sus discípulos por medio de parábolas. Ahora comienza una nueva sección (Mr 4:35-5:43) en la que se incluyen una serie de milagros que tienen como finalidad mostrarnos algunos aspectos del poder del Señor. (Mr 4:35-41) Jesús calma la tempestad y se revela como el Señor de la Creación. (Mr 5:1-20) Su encuentro con el endemoniado gadareno pone en evidencia su poder sobre los más fieros satélites del diablo. (Mr 5:25-34) Sana a una mujer con flujo de sangre, demostrando así su poder sobre aquellas enfermedades arraigadas que resisten a todo remedio humano. (Mr 5:21-24,35-43) Resucita a la hija de Jairo, mostrándose vencedor sobre la misma muerte. Las circunstancias En los incidentes anteriores hemos tenido ocasión de ver los efectos que tenía la popularidad en el ministerio de Jesús. Constantemente, dondequiera que iba, se encontraba rodeado por las multitudes que acudían de todas las partes del país buscando ser curados de sus enfermedades (Mr 3:7-12). Tal era la situación que no tenían tiempo ni de comer (Mr 3:20). A lo que hay que añadir las largas sesiones de enseñanza junto con las explicaciones posteriores en la casa. No es de extrañar, por lo tanto, que Jesús estuviera realmente agotado, rendido físicamente, así que, sus discípulos "le tomaron como estaba" para ir al otro lado del lago del mar de Galilea con la finalidad de descansar del bullicio de las multitudes. "Pasemos al otro lado" Aunque seguramente fueron los discípulos los que se encargaron de despedir a la multitud, fue el Señor mismo quien dio la orden de pasar al otro lado. Este detalle se reviste de mucha importancia en vista de lo que más tarde ocurrió. Debemos darnos cuenta que los discípulos se encontraban plenamente inmersos dentro de la voluntad de Dios: acababan de terminar una serie de estudios sobre el Reino de Dios con el mismo Señor como Maestro, y ahora se disponían a ir a la costa occidental del mar de Galilea siguiendo sus indicaciones y fue en este contexto de obediencia a Cristo cuando tuvo lugar la tempestad. Y tenemos aquí una lección muy importante que debemos aprender: el hecho de estar andando fielmente en los caminos del Señor no nos librará de atravesar por las tormentas y tempestades de la vida. El Señor no promete continuos tiempos de bonanza a los suyos, ni que seamos librados siempre de experiencias amargas o de peligro. Pero de lo que sí podemos tener seguridad en estas circunstancias, es de dos cosas: Que el Señor estará con nosotros durante todo el camino. Y de que nada podrá impedir que lleguemos "al otro lado". "Se levantó una gran tempestad de viento" La situación refleja fielmente lo que con mucha frecuencia ocurre en la vida del creyente: tiempos de refrigerio espiritual en la presencia del Señor son alternados con periodos de prueba... y como vemos en este pasaje, todo esto es preparado y dirigido por el Señor mismo. Podemos estar seguros de que Cristo sabía que se iba a levantar una terrible tempestad, pero sin embargo, les hizo cruzar el mar en ese momento. ¿Por qué lo hizo? Porque las situaciones prácticas son la única forma adecuada de completar la enseñanza teórica. Sin duda, había sido muy interesante escuchar al Señor predicando acerca de la importancia de la fe, y de lo que él mismo haría con aquellos que tuvieran fe aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza. Ahora llegaba el momento de poner en práctica la enseñanza: ¿tendrían los discípulos fe en esta nueva situación a la que el Señor les estaba conduciendo? Podemos decir que fue una especie de "examen por sorpresa", y que si el Señor lo planeó así, era porque estaban preparados para ello. Recordemos que al final de nuestro estudio anterior consideramos la forma que el Señor tenía de enseñar y vimos que "les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír" (Mr 4:33). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que el Señor creía que ellos estaban preparados para enfrentar una situación así. El nunca nos colocaría en una situación para la que sabe que no estamos preparados y nunca nos dejará solos para salir de ella. (1 Co 10:13) "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis resistir." "Jesús estaba en la popa, durmiendo" Es interesante observar que durante la tempestad, Jesús estaba profundamente dormido en la barca. De este detalle aprendemos varias cosas: Lo primero que se aprecia es la humanidad de Jesús. Después de los grandes esfuerzos de esos días, estaba cansado, agotado, necesitado de descanso y sueño. Así que, ni el rugir de los vientos, ni el embate de las olas, ni el girar y descender de la barca, que rápidamente se anegaba, fueron capaces de despertarle. También debemos aprender de su confianza en el Padre celestial. Su sueño tranquilo en medio del mar agitado nos da a entender su plena confianza en Dios su Padre, seguro de que nunca puede fallar. Nos recuerda también el sueño profundo de Pedro la noche antes de ser ejecutado (Hch 12:6). "Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?" Cuando la tormenta se desencadenó con toda su furia, aquellos hombres llegaron a angustiarse; se sentían como juguetes de la tempestad y en serio peligro de morir ahogados. Recordemos que al menos cuatro de los apóstoles que iban en esa barca eran pescadores que conocían desde su juventud el mar de Galilea y sus tormentas. Esto nos enseña varias cosas: El Señor puso a prueba su fe en el ámbito de su vida cotidiana. Las tribulaciones y pruebas de la vida nos muestran nuestra inutilidad e incapacidad aun en aquello que pensamos "dominar" bien. Finalmente estas situaciones nos quitan todo orgullo y autosuficiencia y sirven para atraernos al trono de la gracia. Por otro lado, mientras ellos luchaban con la tempestad para controlar la barca, el Señor estaba durmiendo. A ellos esto les pareció una actitud un tanto irresponsable, así que le despertaron de forma brusca en medio de acusaciones. Ellos debían estar pensado: "¿cómo puedes estar durmiendo tan tranquilo en medio de la tempestad? Despiértate y ayúdanos". Algunas veces nosotros también atravesamos por situaciones difíciles y tenemos la impresión de que Dios no se interesa por nuestras dificultades, que no contesta a nuestras oraciones. Y casi tenemos la tentación de pensar como Elías les dijo a los profetas de Baal, "¿no estará dormido vuestro dios?" (1 R 18:27). Pero es interesante como Pedro entendió y enseñó lo que aprendió en esta y en otras muchas ocasiones: "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 P 5:7). "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" Parece un poco extraña una pregunta así a unos hombres que estaban en peligro de perder sus propias vidas. ¿Cómo no iban a estar atemorizados? Por supuesto, el temor de los discípulos era natural e instintivo; ¿pero dónde estaba su fe? El Señor puso el dedo en la llaga con su pregunta: "¿Cómo no tenéis fe?". El mayor peligro no era el viento o las olas sino la evidente incredulidad de los discípulos. Y así el Señor indicó algo que ocurre con mucha frecuencia: nuestros mayores problemas están en nosotros, no en nuestro entorno. El Señor esperaba que después de tantas manifestaciones de poder como habían visto de él, ya deberían haber sabido que el barco donde iba el Maestro no podía hundirse. El Señor lo había dicho al comenzar la travesía: "pasemos al otro lado". Esto tendría que haber sido una garantía para ellos. Pero el problema fue que se dejaron llevar por sus sentimientos y emociones en lugar de por la palabra del Señor (una tendencia realmente frecuente en el cristianismo de nuestros días). La importancia de la lección La situación por la que atravesaban, con todo y ser realmente difícil, no tenía punto de comparación con la grave crisis que se desencadenaría en ellos cuando vieran a su Maestro morir en una cruz. El Señor les estaba preparando para ese momento crucial. La lección fundamental que el Señor les intentaba enseñar era la siguiente: el plan divino de la redención de la humanidad no podía zozobrar porque una súbita tempestad hubiese cogido dormido al Mesías. Ninguna fuerza en toda la creación puede destruir su plan para nuestra salvación eterna ni separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro 8:38-39). ¡No existe tempestad tan grande que impida el avance del Reino de Dios sobre esta tierra! Y de la misma manera, los planes asesinos de los judíos, que llevaron a Cristo a una cruz, tampoco podrían impedir que Dios completara su plan de salvación. Pero hemos de admitir que esta lección era tan sublime e inaudita, tan por encima de toda experiencia normal, que necesitaban muchas lecciones y una larga disciplina para aprenderla bien. De hecho, no llegaron a comprenderla plenamente hasta después de su resurrección. "¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?" Pero aun había otra cosa que debían aprender: el hombre que dormía sobre el cabezal era nada menos que Dios manifestado en carne. Cuando se levantó, con una autoridad natural, mandó al viento furioso y al mar embravecido que callaran e inmediatamente se hizo grande bonanza. Seguramente ellos recordarían las palabras del salmista: (Sal 89:8-9) "Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas". Este incidente abrió los ojos y las mentes de los discípulos a la majestad de Jesús. Intuyeron que estaban en la presencia de Dios, pero sus mentes no podían entenderlo con facilidad; ¿cómo podían pensar que Jesús, que hacía un momento dormía agotado en la popa de la barca, era el eterno Dios? Así que, cuando la tempestad se calmó, nuevamente volvieron a tener temor, pero en esta ocasión ya no era por las olas del mar embravecido, sino por la majestad divina de Cristo. "Reprendió al viento" El Señor no se presentó como los demás profetas que oraban a Dios para que se dignara dominar los elementos adversos, sino que intervino como si fuera Dios. Algunos han notado que las palabras que usó en este caso fueron exactamente las mismas con las que reprendió al demonio que le había interrumpido en la sinagoga de Capernaum (Mr 1:25). ¿Debemos entender, por lo tanto, que esta tormenta había sido provocada por el diablo? No es fácil contestar a esta pregunta. Por un lado, es completamente cierto que vivimos en un mundo caído y que, según nos dicen las Escrituras, el mundo entero está bajo el maligno. Por eso, no es descabellado decir que detrás de los desastres naturales de los que muchas veces escuchamos (terremotos, hambre, sequías, tornados, huracanes, sunamis...) debemos percibir el ataque malvado de Satanás sobre la humanidad. Otros ven en esta forma de hablar del Señor que se trata simplemente de una manera figurada y poética de hablar (Sal 19:5) (Sal 98:8) (Is 55:12). Vivimos en un mundo que es letalmente hostil a la vida humana por causa de la caída, y sólo el hecho de que Cristo sea su sustentador (He 1:3) hace posible su supervivencia. Nuestro planeta es escenario constantemente de huracanes, tempestades, terremotos, sunamis, sequía, aludes, rayos, volcanes, fuego, frío, epidemias, virus... y todos ellos de vez en cuando amenazan y destruyen la vida. Pero el evangelio de Jesucristo es el anuncio de la liberación de todo aquello que amenaza a la existencia humana.

lunes, 11 de febrero de 2019

“LA FE VIENE POR EL OÍR, Y EL OÍR POR LA PALABRA DE DIOS”

La raíz de la propiciación Insistimos en la primacía de la propiciación y de la expiación en cuanto a la Obra de la Cruz, ya que si no se hubiesen satisfecho las demandas del Trono de Dios sería imposible que fluyera su gracia a los efectos de bendecir al hombre: aquel ser tan privilegiado que realmente había caído en el pecado, que había quebrantado la Ley y se mantenía en un estado de rebeldía. Repetimos que los términos que hemos de examinar en estudios sucesivos son metáforas que ilustran aspectos de la bendición que ya se ha hecho posible sin menoscabo de la justicia divina. En otras palabras, la propiciación es la raíz de la cual brotan la justificación, la reconciliación y la redención. Al pasar a estos términos vemos los resultados de la gran Obra de la Cruz que se producen en las vidas de quienes acuden a Dios por los medios que él ha ordenado. Una definición de la justificación por la fe La metáfora es obviamente jurídica, ya que subraya el hecho de la manifestación de la justicia de Dios en orden al hombre. Como veremos a continuación, el pecador es incapaz de cumplir la Ley, sea cual fuere la forma en que se presente, y una ley quebrantada, lejos de salvar al hombre que tenía la obligación de obedecerla, le condena irremisiblemente. Este aspecto de la obra de gracia presenta el sacrificio de la Cruz como el cumplimiento vicario de la sentencia de la Ley quebrantada, de modo que Dios "revela una justicia" que Cristo procuró y que el pecador puede recibir con tal que se arrepienta de su pecado y crea en Cristo. Al ser envuelto el creyente en el manto de justicia de Cristo, Dios declara que es justo, ya que la sentencia legal se ha cumplido perfectamente a su favor y en su lugar. Es importante comprender que la "fe de entrega" une al creyente vitalmente con Cristo, sobre quien cayó la maldición de la Ley quebrantada (Ga 3:13), de tal forma que, delante de Dios, es como si él también muriera en el Calvario (Ro 6:1-6). He aquí la doctrina que Lutero volvió a hallar en las epístolas de Romanos y de Gálatas y que expuso la flaqueza del sacramentalismo y del semipelagianismo del sistema religioso imperante entonces. La justicia exigida Detallando más los principios notados en la definición, hemos de recordar que Dios es justo por necesidad, y que no puede pasar por alto el pecado. En el estado de inocencia del hombre, Dios le reveló su voluntad de una forma apropiada al período de prueba (Gn 2:16-17). Aun después de la Caída, no le dejó sin testimonio en cuanto a su obligación moral, hablándole por medio de las obras de la naturaleza y también por la operación interna de la conciencia: la voz del corazón que acusa o excusa los actos del hombre (Ro 1:18-21) (Ro 2:14-15). Israel fue escogido y separado con el fin de que Dios transmitiera por su medio no sólo la revelación divina, sino también las condiciones y normas que gobiernan la vida humana en la tierra. Al acampar el pueblo de Israel al pie del Monte Sinaí, llegó el momento de plasmar la "ley", ya conocida por los medios que hemos notado, en preceptos definidos y claros, promulgándose el Decálogo, o los Diez Mandamientos. No sólo eso, sino que, por revelaciones posteriores dadas a Israel por medio de Moisés, el israelita aprendió su obligación de amar a su Dios de todo su corazón, alma y fuerzas, y al prójimo como a sí mismo: preceptos fundamentales que el mismo Señor reconoció como el compendio de toda la Ley (Mr 12:28-34) (Lc 10:25-28) (Ro 13:9-10) (Ga 5:14). Es importante recordar que Dios no puede rebajar sus normas, de modo que el hombre ha de cumplir la totalidad de la Ley o quedar bajo la condenación, según la declaración de Santiago: "Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos" (Stg 2:10-11). El que quiere salvarse por obras legales tiene que llegar a la perfección de la obediencia, en lo externo y en lo interno, puesto que, al quebrantar un solo mandamiento, se constituye en trasgresor. El pecado y la trasgresión La promulgación de la Ley separó al pueblo de Israel en tres sectores frente a Dios. a) Según la evidencia de muchos salmos y oráculos proféticos, un número crecido de israelitas de raza andaban según sus propios deseos, sin intención alguna de someterse a la voluntad revelada de Dios, fuera de las costumbres religiosas que constituían parte de su vida social. Entraban por necesidad en la estructura nacional, pero llegaban muchas veces a anular el testimonio peculiar de Israel. b) Otros tomaban buena nota de que Dios había establecido normas legales y se fijaban sobre todo en las obligaciones externas de la religión del sistema levítico. Sin embargo, no reconocían las sublimes alturas de la santidad y la justicia de Dios, ni se daban cuenta del profundo significado del principio básico de "amar a Dios de todo corazón". Según el diagnóstico de Pablo en (Ro 9:30-10:4), "Israel iba tras una ley de justicia y no la alcanzó" porque "ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sujetaron a la justicia de Dios". Al ver los atributos de Dios encarnados en Cristo, le rechazaron, sin comprender que "la consumación de la Ley es Cristo para justicia a todo el que cree". Este es el sector de los legalistas, que creían que Dios tendría que conceder valor a sus esfuerzos religiosos pese a que ellos transgredían tantos preceptos fundamentales. c) El otro sector se componía de israelitas como Natanael, fieles a la vocación nacional, verdaderos y sin engaño. Se sometían a la voluntad revelada de Dios, pero, comprendiendo su propio pecado a la luz de la Ley, se humillaban delante del Señor, lo que permitía que les fuera aplicada la justicia que brota del sacrificio de la Cruz que hemos considerado como "Hecho eterno" (Sal 32). Muchas de las enseñanzas y denuncias del Señor Jesucristo, como también las de Pablo, se dirigen a la clase (b), la de los legalistas. El Maestro insiste una y otra vez en que la observancia externa de los detalles de la Ley no son aceptables delante de Dios sin una renovación interior, que podría manifestarse por obras de misericordia y de amor (Lc 11:37-52) (Mr 7:1-23). Pablo hace igual en pasajes como (Ro 2:17-29), enseñando que "por la Ley es el conocimiento del pecado" (Ro 3:20). El pecado ha existido a escala universal después de la Caída, porque "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" pero la Ley echa la luz de sus exigencias sobre el pecado, convirtiéndolo en abierta trasgresión, o sea, un movimiento de la voluntad del hombre que quebranta conscientemente un mandamiento divino. De ahí la condenación y la sentencia de la Ley que pesan sobre todos los hombres (Ro 3:23) (Ro 5:19-20) (Ro 7:5-14). La ley espiritual Los tribunales humanos sólo pueden juzgar ofensas consumadas, pero Dios conoce los intentos del corazón y saca a luz el verdadero pecado: el del deseo que inicia todo el proceso de mal que puede llegar hasta el crimen. Aun el Decálogo contiene el mandamiento, el décimo, que reza: "No codiciarás", y en este precepto se trata de algo que queda fuera de la jurisdicción humana, a la vez que constituye la misma raíz del pecado frente a Dios. El Maestro interpretó la Ley en este sentido, no anulándola, pero enseñando que el homicidio empieza con el odio, el adulterio con deseos pecaminosos, etc. (Mt 5:17-48). Saulo de Tarso había "vivido", según su propia comprensión de la justicia, que era también la de sus compañeros rabínicos, cuando sólo percibía los aspectos externos de la Ley. No obstante, al comprender que "la ley es espiritual" dice "yo morí" comprendiendo por fin que nadie puede librarse de la condenación cuando se trata de una ley que escudriña todos los móviles del corazón (Fil 3:5-7) (Ro 7:9-10). La ley cumplida en Cristo El aspecto legal de la Obra de la Cruz. En los textos anteriores sobre la Obra de la Cruz y la Propiciación se subrayaron los puntos siguientes: a) el valor infinito del sacrificio del Gólgota en relación con el plan de los siglos; b) la sublime categoría de la víctima como el Dios-Hombre; c) su relación especial con el hombre; d) la naturaleza de la satisfacción que fue ofrecida ante el Trono de Dios. Aquí, pues, sólo nos toca ver la obra en relación con la Ley quebrantada, que es el aspecto jurídico, de donde surge el concepto de justificación. En (Ga 3:7-14) Pablo se esfuerza por hacer comprender a los creyentes en Galacia que no pueden mezclar la Ley y la gracia. Recalca, como ya hemos visto, que la Ley exige el cumplimiento total de sus preceptos si ha de ser medio de alcanzar la vida, maldiciendo a la vez al infractor de los mandamientos. Es decir, la condenación cae necesariamente sobre el trasgresor, pues: "Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para hacerlas" (Ga 3:10) (Dt 27:26). El apóstol se acuerda de un antiguo precepto de la Ley, que ordenó que si un criminal fuese apedreado en cumplimiento de una sentencia condenatoria, el cuerpo había de ser expuesto en un árbol como lección para todos. Sin embargo, había de ser quitado y sepultado al terminar el día, porque "maldito todo aquel que es colgado (en tales circunstancias) de un madero" (Ga 3:13) (Dt 21:23). Pablo ve en todo ello un ejemplo de la Obra realizada por Cristo en la Cruz, donde fue colgado en un madero, y comenta: "Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, hecho por nosotros maldición". La terrible sentencia que correspondía a todas las infracciones de la Ley divina cayó sobre Aquel que representaba, como Hijo del Hombre, a todos los transgresores de la Ley. La muerte es la paga del pecado, de modo que le fue necesario gustar la muerte por todos (He 2:9). Al hablar de su muerte no hemos de pensar tanto en la entrega del espíritu del Señor a su Padre, que señaló el fin del proceso, sino en la experiencia por la cual pasó el Dios-Hombre en el fuero interno de su alma infinita durante las horas de tinieblas, haciéndole exclamar con suma angustia: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Fue un descenso espiritual al abismo del mal, del dolor y de la muerte en su sentido total (Ef 4:9-10) (Ro 10:6-7). Allí y entonces, todo cuanto exigía la Ley, como sentencia y condenación cumplidas, tuvo su cumplimiento en la víctima expiatoria. En (2 Co 5:14) Pablo expresa esta tremenda verdad en estas palabras: "Si uno murió por todos, luego todos murieron (en él)" y en el versículo 21 del mismo capítulo: "Al que no conoció pecado (Dios), le hizo pecado (u "ofrenda por el pecado") a fin de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él". Pedro utiliza el mismo lenguaje jurídico en (1 P 3:18): "porque también Cristo murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios." Se perciben varias vertientes en la importante declaración de Pablo en (Ro 10:4), pero en relación con nuestro tema subraya la consumación de la sentencia de la Ley, haciendo posible la justificación por la fe: "Porque el fin (telos = también "consumación") de la Ley es Cristo, para justicia a todo el que cree". La justicia otorgada y recibida La justicia ofrecida por la predicación del Evangelio Pablo anuncia el tema de la Epístola a los Romanos, escribiendo: "No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquél que cree... porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe" (Ro 1:16-17). El Evangelio, en sentido amplio, equivale a la totalidad de las "buenas nuevas" del Nuevo Pacto, pero enfoca la luz de la revelación de modo especial en la Obra de la Cruz como manifestación de la gracia de Dios, ya que esta Obra constituye la justa base del favor que manifiesta para con los hombres. El Evangelio, pues, ofrece la salvación y la justificación según los términos y condiciones ya analizados. En versículos como (Jn 3:16) se recalca que Dios ofrece la vida eterna y más tarde veremos que otorga también la redención, o la liberación; según el aspecto que estamos estudiando, se garantiza la justificación al creyente por el hecho del cumplimiento de la sentencia de la Ley en Cristo. Notemos que en (Ro 1:16-17) se habla de la revelación de "una justicia" que no corresponde en este contexto a la justicia intrínseca de Dios, sino se refiere al "manto de justicia" que puede envolver al pecador que se arrepiente y cree. El remedio ofrecido es tan universal como lo era el mal, ya que, por un lado, "no hay distinción, pues todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios", mientras por otro hay "la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todos los que creen..., porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan" (Ro 3:22-23) (Ro 10:12)(Ro 10:9-10). (Véase el "Alcance de la Obra".) La justicia recibida por la fe En pasajes como (Ro 3:21-4:25), que son de importancia primordial para la comprensión de la doctrina que exponemos, se enfatiza la importancia de la fe como medio para recibir la oferta de la gracia de Dios, pero siempre se entiende la fe de una persona que se ha sometido a Dios, pues jamás podemos desvincular las dos vertientes: "arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch 20:21). Por la gran importancia de estos términos, volveremos a estudiarlos en secciones posteriores, notando que, precisamente por ser tan usados, se prestan a ser desvirtuados, como monedas, buenas en sí, que se han adulterado por mezclarse con metales comunes. Ya hemos visto que la gracia de Dios viene a ser mucho más que un favor inmerecido, pues en el Nuevo Testamento significa la manifestación de la obra de Dios a favor de los hombres, al solo impulso de su amor. La fe es la mano que recibe el don de Dios, pero este concepto tan sencillo ha de analizarse con mucho cuidado. Primeramente se relaciona con el anuncio del Evangelio, porque "la fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios" (Ro 10:17), quedando convencido el oyente de que, de hecho, se trata de una palabra divina. Dios no busca crédulos que acepten, sin más pruebas, cualquier cuento milagroso que les sea presentado. Pero, al mismo tiempo, es posible oír, comprender, y estar convencido de la verdad del Evangelio, para luego rechazarla, o descuidarla, a causa del empuje del egoísmo y del materialismo. El oír y el comprender han de ser seguidos por la entrega del alma que llega a descansar plenamente en Cristo el Salvador, aceptando todo el significado de su Obra. La fe no es meritoria en manera alguna, pues todo el mérito se halla en el Salvador que realizó la Obra y ofrece la salvación al pecador por medio de sus siervos. Sin embargo, la fe, bien comprendida, es de importancia vital, pues sólo este descanso, que rechaza todo mérito y esfuerzo humanos, encierra el secreto de nuestra unión vital con Cristo el Salvador, hasta tal punto que participamos por la fe en el hecho de su Muerte y su Resurrección. La justificación por la fe dista mucho de ser un mero pronunciamiento legal, pues Dios no puede declarar que ninguno sea "justo" si no está unido de una forma real con Aquel que cumplió la sentencia de la Ley a su favor (Ro 6:1-11) (Ro 7:4) (2 Co 5:14,15,19,21) (Ga 1:4) (Ga 2:19-20) (Ga 3:11-14). Siendo la fe el medio para recibir la Palabra del Evangelio, y a la vez el descanso total en Cristo como realizador de la obra de redención, abre la puerta de la salvación y la justificación para todos. Si Dios pidiera ciertas cualidades intelectuales o morales, o la presentación de cierto número de obras destacadas, como condición para conceder la justificación, la bendición podría teóricamente ser otorgada a una élite, bien que, de hecho, "todos pecaron". Cuando no nos pide más que sumisión y fe, franquea la puerta de bendición a todos sin excepción, pues precisamente a los "niños" les es más fácil despojarse de todo imaginado mérito que no al sabio y al poderoso, y, por lo tanto, de ellos es el reino de los cielos. Esta condición esencial para recibir la justificación sirve de piedra de toque cuando se proclama el Evangelio a los hombres, pues el mismo hecho de que éstos han de humillarse para aceptar el "don de Dios" sin más condición que la fe, revela quién es "niño" delante de Dios y quién es el que aún mantiene enhiesto el "yo", resistiendo la humillación de doblegar la rodilla delante de Dios confesando que no es nada. Lo que es sumamente fácil para el espíritu humilde, se vuelve en problema insuperable para quienes quisieran retener su amor propio y el valor de su propio "yo". Hemos de entender bien la repetida cita de (Gn 15:6) (Ro 4:3,9) (Ga 3:6): "Y creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia", que, a primera vista, podría dar la idea de que la fe se estima como justicia. De hecho, el estudio de todos los contextos y todas las enseñanzas pone de manifiesto que la justicia es la que fue alcanzada por la obra de Cristo, siendo la fe la actitud del alma que permite que Dios nos la "abone en nuestra cuenta" (así el significado literal del verbo "logizomai"). Hay tres frases de Pablo que resumen la doctrina de la justificación por la fe. "Justificados gratuitamente por su gracia" (Ro 3:24), que señala el origen y fuente de la justificación. "Justificados en su sangre (por medio de su sangre)" (Ro 5:9), que nos lleva a pensar en la propiciación efectuada por la entrega de la vida del Señor, la justa base de la justificación. "Justificados por la fe" (Ro 5:1), que nos hace ver que la justificación no se alcanza por mérito alguno humano, sino por recibir el don, descansando en el Salvador. El perdón y la justificación No dedicamos un estudio entero al concepto del perdón, pese a su importancia como término bíblico, porque la esencia de la obra perdonadora de la gracia de Dios se encierra en los temas de justificación, reconciliación, redención, etc. Con todo, hemos de notar los matices peculiares de tan hermoso término. Según la definición del diccionario, "perdonar" equivale a "remitir la deuda, ofensa u otra cosa. Eximir a alguien de una obligación general" (J. Casares). Los verbos traducidos por "perdonar" en el Antiguo Testamento significan "quitar", "librar" o "remitir". En el Nuevo Testamento "apolúo" quiere decir "soltar"; "charizomai" equivale a "mostrar gracia para con una persona"; "aphiémi" es "remitir". La remisión del pecado viene a ser igual al perdón del pecado. Este último término se halla frecuentemente en los labios del Señor Jesucristo, y pensamos con agrado en la paz que sentirían las almas arrepentidas que le oían decir: "Tus pecados te son perdonados". Un hombre puede perdonar con relativa facilidad, ya que él mismo es pecador. El creyente debiera perdonar como Cristo le perdonó (Ef 4:32) Recuerde la lección de la deuda grande y la muy pequeña que hallamos en (Mt 18:21-35). Dios no puede perdonar sino en vista de la propiciación, provista por él mismo, que ha satisfecho las exigencias de su justicia. Con todo, el perdón, aun sobre el terreno humano, implica más de lo que generalmente se cree, ilustrando el fondo del hecho la verdad de los padecimientos vicarios de Cristo. Una ofensa supone una persona que ha ofendido y otra que recibe la ofensa, del modo en que una deuda supone necesariamente que existen el acreedor y el deudor. Toda deuda y toda ofensa trae alguna consecuencia, o de daño en la esfera moral o de pérdida en la material. Si el acreedor, movido por la compasión, perdona la deuda, es como si él mismo se la pagara a sí mismo, sufriendo las consecuencias derivadas de la falta del deudor. Si una persona ofendida perdona al ofensor, acepta las consecuencias del daño hecho, librando al culpable. El daño ha de compensarse siempre, de modo que el perdón traslada el daño a quien perdona. Con esto llegamos al fondo de la cuestión del perdón, que también surge de la propiciación de la Cruz. Desde luego, en la experiencia del creyente, el que pierde su vida, o las cosas de la vida natural, a causa de Cristo y por obedecer la ley del amor, recibe abundante recompensa espiritual de las riquezas de la gracia divina. La manifestación de la justicia El fruto de la justificación por la fe La doctrina de la justificación por la fe se expone de forma magistral por el apóstol Pablo en (Ro 3-4)(Ga 3-4), pero en (Ro 5) pasa a considerar los frutos de la justificación. Ya hemos enfatizado que la doctrina, aun basándose en una metáfora jurídica, no supone una mera declaración legal, sino que implica la unión vital del creyente con Cristo, y esta unión ha de producir fruto necesariamente (Ro 7:4). "Justificados por la fe" pasamos a un modo nuevo de vida en Cristo que se describe en (Ro 5:1-11). El análisis de este pasaje corresponde a los comentarios, pero es importante que el lector comprenda la realidad y la vitalidad de esta doctrina de la justificación por la fe, que se enlaza con la de la santificación. La justificación y la santificación Como veremos en el estudio del tema Santificación, el apóstol Pablo pasa casi insensiblemente de la presentación de la justificación a la de la santificación en la Epístola a los Romanos, bien que la figura que hay detrás del término santificación es diferente, ilustrando el hecho del apartamento para Dios del creyente que se halla en Cristo. Con todo, la vinculación de las dos vertientes de una sola verdad se halla en la unión vital del creyente con Cristo en su Muerte y Resurrección, que es base no sólo de su justificación, sino también de su santificación, ya que murió al pecado en la Persona de Cristo (Ro 6).

miércoles, 6 de febrero de 2019

DIOS QUIERE QUE TODA LA HUMANIDAD SEA SALVA (1Ti 2:3-4)

El alcance del término “salvación” Al hablar de la obra salvífica de Cristo hacemos referencia a todo lo que él ha realizado y realizará con el fin de deshacer las obras del diablo y presentar a Dios una raza libre de los trágicos efectos de la Caída. El hombre justificado ha sido salvado de la sentencia condenatoria de la Ley; el que se ha reconciliado se ha salvado de los funestos resultados de su enajenación de Dios; el redimido se ha salvado de la esclavitud que Satanás supo imponerle al inducirle a pecar. El hijo de Dios que desea cumplir la voluntad de Dios en esta tierra disfruta de la salvación, y el conjunto de su vida de oración "es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad" (1 Ti 2:3-4). Salvación de peligros Una clara ilustración de la salvación se halla en (Mt 14:30). Pedro quería andar sobre las aguas, como su Maestro, y fue animado a ello. Al apartar su mirada del Señor para fijarla en el oleaje producido por el viento, empezó a hundirse y su oración es breve y exclamatoria: "Señor, ¡sálvame!". El Señor extendió su mano y le puso a salvo, ilustrando el conocido incidente el hecho de que graves peligros nos acechan, siendo el hombre incapaz de salvarse fuera de la presencia y pronto auxilio del Salvador. La salud física La pérdida de la salud corporal constituye un peligro tan constante y conocido que "sótéria" en el griego alude con frecuencia al hecho de recobrar esta salud física, viéndose el paciente libre de su enfermedad. Por eso dijo el Señor a la mujer curada de su hemorragia: "Hija, tu fe te ha salvado" (Mr 5:34). La analogía con la salud del alma es tan manifiesta que las antiguas traducciones de (Hch 4:12)rezaban: "En ningún otro hay salud...", pero es mejor guardar "salud" para lo físico y "salvación" para lo espiritual. El concepto de salvación en el Antiguo Testamento La salvación nacional El concepto de salvación se halla muy desarrollado en el Antiguo Testamento, y, siendo Israel el pueblo escogido para servir a Dios, es natural que los autores sagrados hagan muchas referencias a la liberación de la nación tanto de sus enemigos como de los peligros inherentes a su cometido de mantener la verdad divina en un mundo de hombres caídos. Los vocablos empleados presuponen situaciones de estrechez, de peligro; o se vislumbran situaciones en que las fuerzas de los creyentes flaquean bajo las pesadas cargas que han de llevar. Dios interviene con su salvación, dando desahogo, victoria o descanso a los suyos. Como es natural, el Éxodo ofrece el ejemplo más dramático de esta salvación nacional, diciendo Moisés al pueblo atemorizado que se halla entre el ejército de Faraón y las aguas del Mar Rojo: "Estad firmes y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros" (Ex 14:13). Siendo tan evidente que la liberación brota de la gracia y de la potencia del Omnipotente, Moisés identifica el hecho con su Realizador en su hermoso salmo de triunfo: "Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación" (Ex 15:2). Los salmistas y profetas recogen esta idea fundamental, gozándose no sólo en la seguridad de la salvación final, sino en Dios como "Roca de salvación", "Cuerno de salvación", etc., sea dentro del contexto de la historia de Israel, sea al pasar los israelitas piadosos individualmente a través de situaciones de aflicción y de peligro. Para ejemplos véanse: (Sal 3:8) (Sal 13:5) (Sal 20:5) (Sal 88:1) (Sal 89:26). De los profetas, Isaías en particular se gozaba en la salvación, con miras especiales a la obra final de Dios en relación con su pueblo y con el mundo entero (Is 12:2) (Is 51:6-8) (Is 52:10) (Is 62:11). En los oráculos de Isaías, Jehová se presenta a menudo como Salvador: "Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador..." (Is 45:15,21) (Is 49:26). La salvación personal Ya hemos notado que hombres piadosos del Antiguo Pacto comprendían que el Salvador de la nación era también su Salvador personal. En otros estudios hemos notado que la base del perdón de los pecados no se había revelado del todo en el Antiguo Testamento, pero el conjunto de repetidos oráculos proféticos, del desarrollo de la historia de Israel, de los símbolos del sistema levítico, llegaron a constituir una "escuela" en la que los fieles, aleccionados por el Espíritu Santo, aprendieron que Dios se preocupaba de ellos y que estaba cerca de quienes le buscaban, pese al hecho de que no podían justificarse por su obediencia a la Ley. Los Salmos abundan en preciosas expresiones de fe, confianza y esperanza, porque Dios era ya conocido como Escudo y Sol para los hombres sumisos que confiaban en él. Por ello, al pasar al Nuevo Testamento, es natural que María cantara, al saber que ella había de ser el medio para traer el Mesías al mundo: "Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador". Lo nuevo había de ser la revelación del instrumento de la salvación, el Hombre-Dios, quien había de salvar a su pueblo de sus pecados. La base de la salvación En repetidos contextos hemos enfatizado que el hombre pecador no podía ser bendecido por el Dios de toda santidad y de justicia fuera de la obra de la propiciación y de expiación, ya que la necesidad primordial era la de satisfacer las justas demandas de la justicia divina. He aquí, pues, la base de toda la obra salvífica en todas sus partes, y rogamos al lector que vuelva sobre aquellas páginas, con el fin de recordar que la gracia de Dios le impele a satisfacer las exigencias de su propia justicia por medio del sacrificio de la Cruz, siendo Dios el dador de lo que él mismo requiere. Después puede enviar sus embajadores a los hombres extraviados, con el ruego: "¡Reconciliaos con Dios!". La salvación, en todas sus múltiples facetas, brota del hecho consumado de la propiciación, que satisface el Trono de Dios, teniendo como contrapartida la expiación, que borra el pecado del hombre. La Persona del Salvador Los "salvadores" de Israel Cuando Esdras y sus compañeros repasaron la historia de Israel, con el fin de aleccionar al remanente que había vuelto a Judá, resumieron varias épocas de la experiencia del pueblo, especialmente la de los jueces, diciendo en oración: "Entonces les entregaste en mano de sus enemigos, los cuales les afligieron. Pero en el tiempo de su tribulación clamaron a ti, y tú desde los cielos, los oíste; y según tu gran misericordia les enviaste libertadores (salvadores) para que los salvasen de mano de sus enemigos" (Neh 9:27). He aquí una perfecta presentación de una serie de peligros, de la incapacidad de los hombres de librarse de ellos, y de la intervención de Dios en gracia al levantar "salvadores" a quienes Dios investía del poder y del valor necesarios para "salvar" al pueblo. De igual forma José había sido "salvador" de la pequeña familia de Jacob, núcleo de la nación futura, y Moisés el instrumento de Dios para librar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Dios el Salvador Ya hemos notado que el concepto de salvación en el Antiguo Testamento llega a encarnarse en la Persona del Dios y Salvador: título divino muy frecuente en Isaías capítulos 40 a 66. "Un Salvador, que es Cristo el Señor", (Lc 2:11) Los israelitas piadosos, que gemían no sólo bajo el yugo de Roma, sino también a causa de la opresión interna de las castas sacerdotales y las exigencias de los rabinos farisaicos, suspiraban por un Salvador, identificándole, naturalmente, con el Mesías (el Ungido), tantas veces profetizado en los escritos del Antiguo Pacto. Dios escogió a unos pastores del campo con el fin de que, por boca de un ángel, aprendiesen que el Salvador ya había venido: "Os ha nacido hoy... un Salvador, que es Cristo el Señor" (Lc 2:11). Los fieles que esperaban la redención de Israel (Zacarías, Elisabet, María, Simeón, Ana, etc.) se hacían eco de las promesas de liberación nacional que constituían el tema principal de las profecías del Antiguo Testamento, como vemos por los inspirados cánticos de Lucas capítulo 1. Con todo, el proceso de la revelación establecía poco a poco el hecho de que la salvación había de ser moral y espiritual antes de manifestarse en función de un Reino terrenal de justicia, amor y paz. No se anularon las predicciones anteriores, sino que se profundizaron, siendo preciso que los fieles aprendiesen que no servía para nada establecer un Reino sobre corazones sin regenerar. Pablo se preocupaba sobre todo por presentar a Dios, o al Hijo, como Salvador cuando escribió a Tito, como se deduce por las citas siguientes de su epístola: (Tit 1:3-4) (Tit 2:10,13) (Tit 3:4,6). El Nombre de Jesús Tanto María como José de Nazaret recibieron el mandato, por medio de un ángel, de poner el nombre de Jesús a aquel que había de nacer. Era nombre común que correspondía a Josué, y, traducido, quiere decir "Jehová salva". El Nombre se ha consagrado como peculiar al Salvador por excelencia, el único que puede "salvar a su pueblo de sus pecados" (Lc 1:31) (Mt 1:21). Las ilustraciones del Evangelio El hecho de que la enfermedad física arruina la salud y puede anular la eficacia de toda actividad en la tierra, presta un valor especial a las curaciones del Señor que se detallan en los Evangelios. Aparte de contadas excepciones, los milagros son obras de restauración. El Creador hizo al hombre para que tuviera una mente sana en un cuerpo sano, y no para que fuese ciego, sordo, cojo, encorvado o poseído por demonios de modo que, al presentarse delante de los hombres el Dios-Hombre Creador, por una lógica evidente, había de devolver al hombre a su salud física, siempre que la incredulidad no estorbara las operaciones de la gracia divina por medio del Salvador. Algunos teólogos tienden a subestimar el valor del ministerio milagroso del Señor, pero un estudio cuidadoso de los casos mismos, de por qué se presta la debida atención a los comentarios del Maestro y a los de los Evangelistas, muestra que las obras de poder constituyen la trama de la revelación de la Persona del Salvador, no siendo meros prodigios, sino "señales", según el término usado por Juan, que revelaban la Persona y la misión del Señor Jesucristo (Mt 4:23-25) (Mt 8:27) (Mt 11:2-6) (Mr 6:5-6,53-56) (Jn 3:2) (Jn 5:36) (Jn 10:25,38) (Jn 15:22-25) (Jn 20:30-31). Los muchísimos hombres y mujeres sanados por el Señor durante los tres años de su ministerio terrenal exclamarían gozosos: "Jesús de Nazaret me ha salvado". El enlace de la salud física con la salvación espiritual Toda enfermedad física es el resultado del desbarajuste producido en las vidas humanas por medio del pecado, bien que sólo en casos excepcionales hemos de señalar una relación concreta entre cierta aflicción física y un pecado determinado. Tales asuntos pertenecen al justo gobierno de Dios y no caen dentro del ámbito de nuestros juicios y comentarios. Con todo, el mismo Señor, en algunas ocasiones, establecía por lo menos una analogía entre estados de ruina física y fallos en la esfera moral. Así, pese a las protestas indignadas de los escribas, dijo en primer término al paralítico de (Mr 2:1-12): "Hijo, tus pecados te son perdonados". Después manifestó la plenitud de su poder como Dios-Hombre en la tierra (con autoridad para perdonar pecados) dirigiéndose a un hombre completamente incapacitado y ordenándole: "Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa". Al paralítico sanado según las circunstancias que se describen en (Jn 5:1-18) le dice: "Mira, has sido sanado; no peques más". Tratándose de Zaqueo (Lc 19:1-10) no hay mención de tara física, pero sí un estado de alejamiento de Dios por los efectos del materialismo, y el jefe de los publicanos de Jericó también "es sanado" ilustrando el gran principio: "El Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido". El Salvador exaltado y proclamado Las primeras predicaciones de Pedro Discernimos un enfoque peculiar en las predicaciones de Pedro que corresponden al Día de Pentecostés y a la ocasión de sanar al cojo en el patio del Templo, que se debe a las circunstancias de la época. Los líderes de los judíos habían rechazado al Mesías, pese a las abundantes pruebas de sus obras divinas, y el Señor había aleccionado a sus discípulos en secreto durante los cuarenta días que mediaban entre la Resurrección y la Ascensión. Pedro, fundamentalmente, ha de proclamar dos hechos: el crimen del pueblo al rechazar a su Mesías, y la manera en que Dios había trastrocado el veredicto del Sanedrín ensalzando a Jesucristo a su Diestra. No hallamos el título "Salvador" en estos discursos, pero sí varios equivalentes que resumen la obra salvadora de Jesús, cuyo mismo Nombre recalca que "Jehová salva". Así, Pedro concluye el sermón pentecostal con esta peroración: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2:36). Cristo equivale al "Mesías" el "Ungido" para llevar a cabo la obra de la salvación. El enfoque del segundo sermón es idéntico, pero no sólo recalca el gran pecado del pueblo, sino que enfatiza que el Mesías, levantado por Dios, llega a ser fuente de bendición, y que por fin ha de restaurar todas las cosas. Se trata del Siervo de Dios, que lleva a feliz término el propósito de gracia antes anunciado a Abraham y a los patriarcas. Los títulos empleados son los siguientes: "su Siervo Jesús" (es decir, el Siervo de Dios, que corresponde al Siervo de Jehová, cuya Persona y misión se destacan tanto en (Is 40-53); el Santo, el Justo, el Príncipe de Vida, el Ungido, el Profeta. Pedro termina su segundo discurso con estas palabras: "A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad" (Hch 3:26). En su último escrito conservado, Pedro reitera el hermoso título "nuestro Señor y Salvador" (2 P 1:1,11) (1 P 2:20) (1 P 3:2,18). La Epístola a los Hebreos también pone de relieve la "potencia para salvar" del Rey-Sacerdote, que permanece para siempre: "por lo cual puede también salvar perpetuamente (o "hasta lo sumo") a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos". El mensaje fundamental de los apóstoles Pablo y Juan La "palabra fiel" que Pablo proclamaba con insistencia era ésta: "Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Ti 1:15), y el mensaje para el veterano oficial romano que ya temblaba en la presencia de Dios llegó a ser igual: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hch 16:30-31). El director de la cárcel en Filipos fue salvado de peligros materiales y espirituales. Es conocidísimo el modo en que Pablo recalca la salvación por la gracia y por la fe en (Ef 2:8-10) y en (Ro 10:9-13). Los siervos de Dios, al proclamar el Evangelio, se encuentran en la encrucijada entre el "camino de salvación" y el camino de perdición, siendo olor de vida para quienes entran por el de salvación, y de muerte para los demás que se obcecan en seguir la senda de perdición (2 Co 2:15-16). El apóstol Juan resume su testimonio declarando: "Nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo" (1 Jn 4:14). Quien vendrá es el Salvador Volveremos al tema de la salvación futura, pero, al contemplar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, encajan bien las palabras de Pablo en (Fil 3:20-21), que nos recuerdan que esperamos al mismo Salvador, quien vino para buscar y salvar a lo que se había perdido, y quien nos salvó a nosotros colectiva e individualmente: "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya". La salvación como principio que opera en la vida de los hijos de Dios Cultivando el terreno de la salvación La Versión Reina Valera traduce (Fil 2:12) por "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor"; mientras que la Versión H.A. emplea una expresión más fuerte: "llevad a cabo vuestra propia salvación con temor y temblor". El verbo griego es "katergazomai", en voz media, que es una forma intensiva de "trabajar", indicando que se trabaja para recoger el producto máximo del esfuerzo realizado. La Versión H.A. podría dar la idea de algo tan propio que implique méritos humanos, mientras que la Versión R.V. no enfatiza bastante el esfuerzo con el fin indicado. Pensemos en una finca comprada por el dinero de un benefactor, quien también la equipa a los efectos de la labor que se ha de realizar. Todo está provisto, pero el que ocupa la finca ha de esforzarse con el fin de que se realicen todas las posibilidades del terreno, utilizando los medios provistos. Trasladando la metáfora a la esfera espiritual, el creyente, ya salvo por la gracia y por la fe, no ha de complacerse egoístamente en su estado de "salvo", considerando a otros como "perdidos", pues le corresponde comprender que Dios le ha proporcionado tan preciosa herencia con el fin de que la cultive al punto máximo, temblando al pensar que, o por pereza o por esfuerzos meramente humanos, podría perder el fruto de una vida que fue salva por el sacrificio del Dios-Hombre. He aquí el principio básico de la salvación presente y continua. El creyente desea ardientemente echar mano al propósito que tuvo el Señor al echar mano de él, con el fin de cumplir el plan divino en orden a su vida en la tierra (Fil 3:12). En este sentido Pablo escribe a Timoteo señalando normas de vida y de servicio en el ministerio que le había sido encomendado, añadiendo: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren" (1 Ti 4:16). Se trataba de hermanos en Cristo, ya salvos a los efectos de la vida eterna. Sin embargo, la salvación abarcaba la vida total de testimonio y de servicio, y ésta sólo podía rendir su fruto, salvándose de esterilidad espiritual, si el siervo de Dios y sus oyentes obraban conforme a las normas del Reino. De modo semejante la mujer casada "se salvaba" en cuanto a la posibilidad de mantener un testimonio eficaz delante de Dios y de la Iglesia si cumplía bien los deberes maternos, permaneciendo "en fe, amor y santificación, con modestia" (1 Ti 2:15). La Palabra de Dios y la salvación progresiva Como remedio contra toda suerte de maldad y de engaño, Pedro hace la recomendación siguiente: "Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación" (1 P 2:2). Sin duda la leche pura que menciona Pedro es la Palabra en su sencillez, que el "niño" espiritual necesita para su debido desarrollo, y que abarca la salvación en el sentido que ya hemos expuesto, ya que una vida sana depende de una alimentación adecuada. Santiago (Stg 1:21)emplea otra figura para expresar el mismo concepto: "Por lo cual, despojándoos de toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la Palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". Se trata de un árbol "injertado" por la Palabra, que ha de ser medio de que lleve el fruto apropiado. Otra vez el concepto equivale a "salvación" en su sentido presente y progresivo. Pablo también asocia el Evangelio y las palabras apostólicas con este proceso de salvación: "Por el cual (el Evangelio) también estáis obteniendo salvación si retenéis las palabras con que os lo anuncié" (1 Co 15:2). Es correcta la traducción de la Versión H.A. "estáis obteniendo salvación", ya que el concepto no es la salvación del alma en contraste con la perdición, sino la vida que ha de librarse de la esterilidad. No puede haber un sano desarrollo espiritual sin una buena dieta de la Palabra Santa, y después de la "leche espiritual" es necesario acudir a las viandas con el fin de adquirir una debida madurez que sabrá resistir tanto tendencias carnales como errores doctrinales (1 Co 3:1-5) (He 5:12-14). La salvación será consumada en el futuro La redención y la salvación En el próximo estudio sacaremos citas bíblicas que enfatizan la redención futura, y el concepto coincide en gran parte con el de la salvación que se ha de manifestar aún. Si hay diferencia, diríamos que la redención futura enfoca luz sobre la persona rescatada y su herencia, mientras que el término "salvación" viene a aplicarse más ampliamente con referencia a los salvos y la totalidad de su medio por los siglos de los siglos. "La salvación dispuesta a ser revelada" Es el apóstol Pedro quien lleva nuestro pensamiento a las glorias de la salvación futura, recordándonos que Dios nos engendró de nuevo "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" (1 P 1:3-5). Deberíamos meditar más sobre el destino eterno de los salvos, pues a veces limitamos los horizontes futuros por no saber interpretar bien los símbolos que siempre son necesarios cuando Dios revela verdades sobre condiciones que aún no hemos experimentado. No nos olvidemos de que Dios "salvará" al creyente conforme a su designio para el hombre, trasladando los conceptos de (Gn 1:26)al Nuevo Cielo y Nueva Tierra, libre esta nueva creación de todas las limitaciones impuestas por la Caída del hombre, y realizándose los planes de Dios dentro de "todas las edades, por los siglos de los siglos" (Ef 3:21). La salvación futura y final se relaciona con la Segunda Venida de Cristo, declarando el apóstol Pablo: "Y esto, conociendo el tiempo, que ya es hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos" (Ro 13:11) (1 Ts 1:9-10) (1 Ts 5:8,9,23). La seguridad eterna del creyente ¿Seguridad o incertidumbre? Ha habido pensadores cristianos en todas las épocas que han creído que es posible entrar y salir de la esfera de la salvación como entramos y salimos de nuestras casas, según el estado espiritual del hermano en cuestión. A primera vista (He 6:1-8) parece enseñar que personas que han dado evidencias de iluminación, de participación en la Palabra y en el Espíritu, pueden recaer, sin posibilidad de renovarse, pero un estudio cuidadoso de la Epístola a los Hebreos, a la luz de otros pasajes, nos hace ver que se trata de apóstatas, o sea, de personas que han participado plenamente en toda la vida de una iglesia local, sin haber rendido el último resorte de su voluntad al Señor para experimentar la regeneración. A los tales dirá el Señor después de la dispensación de gracia: "Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mt 7:22-23). Decían que habían hecho milagros en el Nombre del Señor (suponemos que Judas los hacía), pero nunca habían sido "conocidos" como miembros de la familia espiritual. Descartando estos casos especiales, vemos que las Sagradas Escrituras enseñan lo que se ha llamado "la perseverancia de los santos", o sea, el hecho de que los elegidos, hallándose en Cristo, no pueden perderse. El concepto detrás del término "regeneración" confirma lo mismo, pues un hecho como el nuevo nacimiento no puede ponerse al revés. Una vida que se recibe de Dios, manando de la Resurrección y realizado subjetivamente por el Espíritu Santo, es parte de la Nueva Creación, y se llama vida eterna, o sea, participación en la vida de Dios (1 P 1:3) (Jn 3:3-16). La potestad del Buen Pastor De sus ovejas declara el Buen Pastor: "Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie les arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es mayor que todas las cosas y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre" (Jn 10:28-29). La traducción de otro buen texto: "Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre", enfatiza la misma seguridad de las ovejas, pero es probable que la autoridad sea la del mismo Señor, en cuyas manos Dios ha entregado todas las cosas (Mt 11:17) (Mt 28:18). El no puede perder ninguna oveja que verdaderamente sea del redil. "Seremos salvos por su vida" En la parte expositiva de la Epístola a los Romanos, Pablo presenta los hechos fundamentales de la justificación por la fe, según los términos que hemos estudiado en su lugar. Tanto la justificación como la reconciliación surgen de la propiciación efectuada en la Cruz. El capítulo cinco de la epístola añade un epílogo a los argumentos ya expuestos, escribiendo Pablo: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la Muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida" (Ro 5:10). Cristo ha sido exaltado a la Diestra de Dios con el fin de administrar los frutos de la redención que consiguió por su Muerte de Cruz. Nuestra muerte y resurrección garantiza que nuestra vida "está escondida con Cristo en Dios" y no cabe mayor seguridad (Col 3:1-3). Nuestra nueva vida está sostenida por la suya de resurrección y de poder, y por eso Pablo escribe: "Salvos por su vida". En primer término somos salvos de la ira que se descargará sobre los rebeldes (Ro 5:9), pero sin duda este concepto de la salvación de la vida del creyente por medio de la vida triunfante de Cristo a la Diestra abarca la seguridad eterna y el justo desarrollo de todo lo que Cristo ha consumado a su favor. Pablo termina el gran capítulo 8 de Romanos con una serie de preguntas retóricas que enfatizan dramáticamente la seguridad del creyente frente a toda posible combinación de criaturas o de circunstancias. Nadie puede acusar a los escogidos de Dios y menos aún condenarles. Cristo está a la Diestra intercediendo por los suyos de modo que ninguna persona ni fuerza podrá separarles del amor de Dios (He 7:24-25) (Jn 5:24) (Ro 8:1) (1 Jn 5:13). ¿Garantiza esta seguridad que el creyente nunca caiga en el pecado? La constitución moral y espiritual del hijo de Dios se ha de examinar en el Estudio 16 (La Santificación); pero, con el fin de completar este tema, podemos anticipar que la "carne", en el sentido de la raíz adámica en el creyente, siempre puede manifestarse en alguna de sus típicas obras si falta vigilancia de parte del creyente. La nueva naturaleza no peca (1 Jn 3:6-9). La persistencia obstinada en las obras de la carne manifestaría una incompatibilidad fundamental del pretendido creyente con el Reino de Dios, pero no así una caída que admite la restauración (Ga 5:21) (Ga 6:1). Si permitimos pecados en nuestra vida, la plena comunión con Dios, que es Luz, queda estorbada e interrumpida, pero (1 Jn 1:5-2:2), pasaje clásico sobre este tema, enseña que la pronta confesión del pecado, la eficacia permanente de la sangre del Hijo, con la intercesión del Abogado divino, pueden borrar el pecado inmediatamente, restaurando las líneas de comunicación con Dios. Siempre es posible la victoria del nuevo hombre, auxiliado por el Espíritu Santo, pero el creyente que se descuida y tropieza encuentra que se ha hecho provisión para su pronta restauración. El creyente enfriado no se pierde eternamente, pero sí arruina la "salvación" de su vida de testimonio y de servicio, llegando a ser rémora para la obra del Señor.