domingo, 2 de febrero de 2014

LECCIONES DE PESCA

Hay una serie de momentos en tu vida cuando desesperadamente necesitas del toque fresco del Señor. Ésa es la situación en la que se encontraban los discípulos de Jesús (Juan 21). Pedro les dijo «Me voy a pescar.» Ellos le dijeron, «Nosotros también vamos contigo.» Y aquella noche no pescaron nada (v.3). Días antes, los discípulos habían visto morir a Jesús. Y aun cuando habían visto al Jesús resucitado, todavía estaban confundidos, inconscientes de su misión, y sintiéndose abandonados. Estaban sin el Salvador, quien lo había sido todo para ellos, y también sin el Espíritu Santo, quien, según se les había prometido, tomaría Su lugar. Se encontraban en el intermedio. Así que allí se encontraban, sentados preguntándose, «¿Y ahora qué vamos a hacer?» Juan 21:3 nos dice que Pedro decidió ir a pescar. Y así, regresaron al territorio que les era familiar y no atraparon nada ni aprendieron nada — hasta que Jesús los encontró en la orilla a la mañana siguiente. Demasiado a menudo, cuando nos sentimos desesperados lo primero que hacemos es buscar un arreglo rápido. Decimos, «No tengo que soportar esto. Renuncio a mi empleo.» «Si Dios no hace nada, yo mismo lo haré.» «Si Dios no sana esta relación, yo le pondré fin.» Y así, con nuestras propias fuerzas nos ponemos a solucionar el problema. Pero todo el esfuerzo que desplegamos para arreglar nuestra familia o resolver alguna crisis no rendirá mucho. El Señor quiere tanto oírnos decir, «Perdóname, Señor. Pensé que tenía razón, pero ahora veo que sólo estaba buscando una salida. No se trataba de Ti y de mí, Señor; tan sólo se trataba de mí.» Ya sea que lo sepamos o no, nos encontramos en una buena situación. Dios siempre está listo a revelarle a un corazón humilde lo inútil de esforzarse fuera de Él. Ese mismo Salvador que se paró a la orilla en Juan 21 te está preguntando, «¿Estás listo para darme esto que te atribula? ¿Podemos trabajar juntos en esto? Comencemos hoy.» —JM

No hay comentarios: