viernes, 29 de marzo de 2019

¡PENSAR QUE HASTA HACE POCOS DÍAS CREÍAMOS QUE TODO IBA A SER TAN DISTINTO!

Los discípulos de Emaús (Lucas 24:13-35) Un encuentro renovador Habían perdido a un amigo. Es decir, más que un compañero. Él era el Maestro, el Guía, el Inspirador; el que había cambiado sus vidas de simples rutinarios trabajadores en hombres con visión, con esperanza y con propósito. ¿Cómo podrían olvidarse de esos hechos tan maravillosos? Habían visto las multitudes escuchándole con reverencia y admiración. Habían percibido con sus propios ojos hechos imposibles. Habían observado la resurrección de Lázaro; la sanidad de muchísimos enfermos incurables. Aquella tarde iban caminando a la aldea de Emaús. La conversación entre ellos parecía en realidad dos monólogos aislados. Uno decía: — No lo puedo creer. El otro repetía como un "disco rayado" de 33 revoluciones: — ¡Es increíble! ¡Quién lo hubiera dicho! El otro le contestaba: — ¡Pensar que hasta hace pocos días creíamos que todo iba a ser tan distinto! — ¿Te acuerdas lo que dijo? Claro, Él dijo tantas cosas asombrosas... De pronto un individuo se acerca a los dos hombres y empieza a caminar con ellos. Los ha saludado con el tradicional "Shalom". Es posible que los alcanzara para emparejarles el paso, pero no abruptamente, sino con discreción. Al principio no dice nada; todo lo que hace es transitar en silencio y escuchar a los dos viajeros. El desconocido, el mismo Nazareno, "caminaba con ellos". Es probable que no necesitaba ir a Emaús (Lc 24:28) pero sí tenía el deseo en su corazón de animar a estos dos discípulos. El "caminante" se interesa por estos dos hombres que no son ricos ni famosos, y que no tienen poder político ni de ningún tipo. De pronto el transeúnte interrumpe su silencio y pregunta como a boca de jarro: — ¿Qué conversaciones son estas que tenéis entre vosotros y por qué estáis tristes? — ¡Aquí nadie está triste! — responden los dos hombres al unísono tratando de secarse unas pocas lágrimas con el dorso de la mano. Se sonríen como para mostrar una alegría que no tenían. Trataban de negar algo que sus rostros claramente delataban. Los dos individuos miran ahora al desconocido pero es como si un "filtro especial estuviera puesto delante de sus ojos". No reconocen su aspecto físico ni tampoco evocan su voz. Aparte de esto la vista de ellos era completamente normal. Podían ver el camino, los pocos arbustos y las montañas en la distancia sin problemas. Cleofas, es una de esas personas que se irrita rápidamente, un poco rudo e impaciente, así que replica: — ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén? — El aludido le contesta: — ¿Qué cosas? Sigue entonces la extensa respuesta de ellos: — De Jesús Nazareno, que fue varón profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte y le crucificaron (Lc 24:19). Ahora el tono de la voz de Cleofas cambia. Habla en voz muy baja como para que si hubiera cerca otro caminante no pudiera escuchar. Con un tono grave y haciendo un gesto con sus ojos expresando duda prosigue: — Hay un rumor, unas mujeres nos han dicho... — se hace una pequeña pausa y se cercioran que nadie esté escuchando. De inmediato agregan: — No hallaron su cuerpo... dicen que Él vive. Llegaron por fin a la villa de Emaús, y el caminante hizo como que seguía de largo (Lc 24:28). El compañero de Cleofas asume la iniciativa: — Amigo, nuestra casa es humilde pero está a su disposición. No necesita irse. Nos gustaría mucho seguir conversando con usted de estos temas. Nosotros no somos ricos, pero el Dios de Israel siempre nos ha provisto lo necesario. El lugar no es muy grande pero con mucho gusto nos arreglaremos y usted tendrá un lugar confortable para pasar la noche. Ellos querían saber más. ¡El desconocido hablaba palabras tan especiales! Sólo hacía un corto tiempo desde que escucharon del Mesías "palabras de vida". Sin embargo, parecería haber pasado mucho tiempo desde que oyeron frases tan cautivadoras. Está atardeciendo y los colores rojizos del crepúsculo pintan unas pocas nubes. El sol ha seguido bajando y solamente un pequeño halo dorado se ve en el horizonte entre las montañas. Muy pronto todo será oscuridad. La noche siempre es fría, oscura y peligrosa. El forastero por fin es convencido y entra en la morada. Es una vivienda común, paredes blancas, pequeñas ventanas en la parte superior. Para entrar hay que agacharse un poco porque la puerta no es alta. La habitación es modesta pero está limpia. El desconocido entra y se comporta como si estuviera en su propia casa (Lc 24:29-30). No quieren perder una palabra. Están magnetizados; escuchan a ese hombre con interés y fascinación. El individuo habla con naturalidad verdades profundas que las explica de una manera hermosa y sencilla. Luego de un rato de estar sentado a la mesa asume la iniciativa. Toma el pan y da gracias a Dios por él. Si bien esto habitualmente lo hacía el dueño de la casa, Cleofas y su amigo consienten; no se oponen ni hacen preguntas. Es que el caminante actúa con tanta libertad y autoridad como que no necesitara pedir permiso. Las palabras brotan de la boca del visitante. Habla del Eterno con sinceridad, confianza y familiaridad. Pero es cuando pronuncia la palabra "Padre" que comienzan a darse cuenta que ese hombre no podría ser otro que el crucificado. El huésped está orando utilizando los mismos términos, la misma reverencia, la misma entonación que habían oído muchas veces cuando lo hacía el Mesías. Diríamos hoy que era una grabación auditiva de alta fidelidad. Entonces observan nuevamente al desconocido y claramente reconocen al Señor Jesús. Un grito de alegría surge de los labios de los dos hombres. — ¡Es Él, es Él! — exclaman al unísono. Cuando reaccionan, Él ya no está. Desapareció sin darse ellos cuenta. Cleofas y su amigo vuelven a Jerusalén de inmediato a comunicar a los discípulos la historia con lujo de detalles (Lc 24:33). No tuvieron oportunidad de sorprenderlos con la buena nueva, pues antes que abrieran la boca los reunidos se les anticipan: — Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón (Lc 24:34). Tras el desahogo de ellos, recién los dos llegados tienen su turno para noticiarles su curiosa reciente experiencia (Lc 24:35). — ¡No lo podemos creer! — dicen unos. — ¡Pero era Él mismo! — insisten los recién llegados. Nuestro corazón ardía de una manera extraña que nunca antes habíamos experimentado mientras nos hablaba en el camino. La historia bíblica y nosotros Esta es una de las historias más tiernas del Nuevo Testamento. Si a las narraciones de los evangelios les fuéramos a poner música, esta sería una de esas en que predominan los instrumentos suaves y melodiosos y la historia entera sería para ejecutarla en un volumen muy suave (planísimo). No hay lugar aquí para tambores, trombones y trompetas. Los elementos extraordinarios son casi imperceptibles. Primero, los ojos de aquellos dos están velados y no pueden reconocer al Señor Jesús; luego, los ojos están desvelados y se dan cuenta de que es El. Aparte de esto, todo es natural hasta el momento en que el "desconocido" desaparece. La aparición fue normal, acercándoseles alguien que venía caminando. La desaparición fue súbita y sugeriría que no se fue caminando sino que desapareció delante de sus ojos. Quizás lo hizo así para evitar una penosa despedida. El diálogo comienza con la pregunta "¿de qué estáis hablando?". En general, la mayoría de nuestras conversaciones son de: 1) mis problemas; 2) mi familia; 3) mi trabajo; 4) mis deportes y entretenimientos favoritos; 5) y cuando no hay de qué más hablar ¡del estado del tiempo! Jesucristo les dice claramente que andan de cara triste. A nadie le agrada que le digan que tiene la cara apenada. Muchas veces sonreímos cuando estamos llorando por dentro. Quizás otros no se hubieran dado cuenta ni les hubiera llamado la atención. Pero ¡qué hermoso es saber que Él no solo puede ver nuestros rostros sino también leer nuestros corazones! Cuando el Mesías les pregunta "¿qué cosas?", no es porque no lo supiera, sino porque quiere de ellos una contestación concreta. Los dos hombres responden "de Jesús Nazareno, que fue varón profeta" (Lc 14:19). Por supuesto que ellos sabían que Jesucristo era mucho más que un profeta. Así que agregan: "nosotros esperábamos que él era el que Iba a redimir a Israel", es decir, un limitado concepto nacionalista. Entonces enfatizan: "además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido" (Lc 24:21). El Maestro había anunciado muchas veces que algo extraordinario iba a suceder el tercer día después de su muerte. El evangelista nos da la razón de por qué no lo reconocen. Nos informa que tenían "los ojos velados". Parecería que fue una intervención milagrosa especial del Señor. Esto permitiría que ellos pudieran aprender los elementos de doctrina sin estar tan fuera de sí por el hecho de reconocer al Maestro a quien consideraban muerto. Era muy importante que ellos entendieran que la muerte del Mesías no fue un fracaso del plan sino el perfecto cumplimiento del designio divino. El énfasis de esta visita vino a ser la enseñanza de las Escrituras y no el reconocimiento físico del Salvador resucitado. Nuestros corazones se llenan de asombro al darnos cuenta de que Jesucristo llama "cosas" nada menos que a los eventos más importantes de la raza humana; es decir, la historia de la redención. A la interrogante del Maestro "¿qué cosas?", la respuesta es interesante. Podían haber empezado con la doctrina de la deidad de Cristo y de la salvación, pero no lo hacen. Ellos ignoran la base espiritual de este caminante. Le dicen lo suficiente para corresponder al interés de El. Noten la secuencia de la información que le transmiten los discípulos: 1) Algunas mujeres fueron al sepulcro; 2) no encontraron el cuerpo; 3) informan que vieron visión de ángeles que dicen que Él vive; 4) de los nuestros, algunos fueron al sepulcro pero a El no lo vieron (Lc 24:24). La respuesta de Jesucristo es inesperada y contundente: — ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas? Era necesario el camino del padecimiento antes de entrar en su gloria. Comenzando desde Moisés les declaraba en las Escrituras lo que de él decían. ¡Qué clase maravillosa de estudio Bíblico! Cuántos versículos de las Escrituras se abrieron de una manera que nunca se hubiera sospechado. ¿Cómo es posible que el Salmo 22 hablase de sus sufrimientos en la cruz con una precisión inverosímil? ¿Cómo es posible que Isaías va a darnos tantos pormenores de su vida, su muerte y aún glorificación? Comenzando desde Moisés (es decir, el Pentateuco) les declaraba en todas las Escrituras lo que de El decían (Lc 24:27). ¡Que precioso! Tomó el libro de Rut, Daniel, los Salmos, los profetas menores y los mayores y les mostró como todos ellos hablaban de El. Luego leemos que "él hizo como que iba más lejos" (Lc 24:28). No actuó fingiendo, como engañándolos, sino para provocar la invitación. El Señor quiere una respuesta afirmativa y definitiva de esos dos viajeros. "Ellos le obligaron a quedarse". Me imagino el rostro del forastero escuchando las palabras: "¡Quédate con nosotros!". ¡Qué súplica, qué petición, qué aspiración! ¡Qué sencillez! ¡Qué profundidad! ¡Qué poco se pide y qué mucho en verdad se está pidiendo! Aquel que conoce todo lo que hay en nuestro ser sabe que esta no es una invitación de "cortesía". Es un deseo del alma de ellos de profundizar más en el conocimiento de Jesucristo. El Apóstol lo expresa "a fin de conocerle y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte" (Fil 3:10). Uno de los salmos de los hijos de Coré nos dirá: "Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 42:1-2). Nos deja asombrados cuando pensamos que es nada menos que el Rey y Creador del universo quien se detiene a reposar en una morada sencilla con dos personas que ha encontrado en el camino. Sucede algo parecido cuando un amigo nos invita a almorzar y nos excusamos por muchos trabajos pendientes. Pero si la persona insiste aceptamos, y después quedamos muy contentos porque accedimos a la invitación a pesar de que diferimos tareas que nos esperaban. Si pudiéramos ver la faz de Jesucristo en ese momento veríamos un rostro complacido, lleno de gozo y amor por esos dos discípulos. La frase "quédate con nosotros" se ha utilizado en múltiples himnos. Es la oración del creyente pasando tiempos de dificultad. Se basa en la promesa de que El está con nosotros todos los días de nuestra vida (Mt 28:20). Luego aprendemos que "aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio" (Lc 24:30). Si objetos inanimados como el pan pudieran hablar, nos dirían: — ¡Qué privilegio ser tomado por las manos de Jesucristo resucitado! Esas manos que fueron perforadas en la cruz, esas manos de las cuales nadie nos puede apartar (Jn 10:28). Es decir, le dio gracias al Eterno por ese pan. El texto no nos informa que fue exactamente lo que dijo, pero fue lo mismo que cuando instituyó su Cena en la última Pascua que comió con sus discípulos. Por supuesto que al dar gracias por el pan la gratitud a Dios era por algo más importante que ese pan que tenían delante de sí. ¡Cómo podrían tomar del pan sin pensar en su significado como cuerpo del Cordero de Dios! Cada vez que en la Cena del Señor participamos del pan estamos dando gracias por Su encarnación y redención a nuestro favor. Recordamos las palabras: "Por lo cual entrando en el mundo dice: sacrificio y ofrenda por el pecado no quisiste mas me preparaste cuerpo" (He 10:5). ¿Por qué el Señor escogió aparecer a estos dos hombres que no eran del grupo de discípulos que consideramos más importantes? Quizás parte de la respuesta es que aquellos que nosotros consideramos importantes no siempre lo son y los creyentes que consideramos menos significativos son muy importantes para el Señor. Qué ministerio ejercieron estos hombres en la iglesia primitiva, no lo sabemos, pero sin duda sus vidas habían sido transformadas. Hemos visto que estaban hablando sobre lo que había sucedido. Dos mil años después el tema de la cruz mantiene toda su vigencia. ¿Qué significa que Él murió en la cruz en mi lugar? ¿Qué quiere decir que Dios cargó en Él, el pecado de todos nosotros? (Is 53:6) (1 P 2:24). ¿Qué implica la expresión "la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado"? ¡Qué bien nos hace a los creyentes hablar sobre los temas de las Escrituras! ¡Cuánto mal nos puede hacer hablar de cosas impuras! "Porque da vergüenza aún mencionar lo que ellos hacen en secreto" (Ef 5:12). La respuesta a la pregunta del Señor "¿Qué cosas?" se centra en la persona de Jesucristo. Hay una breve frase de tres palabras pero muy significativa: "Pero nosotros esperábamos" (Lc 24:21). Luego de la introducción, los dos discípulos se animan a expresar su opinión y posición. Aunque los principales sacerdotes y los gobernantes le dieron sentencia de muerte "nosotros esperábamos". En sentido figurado, la iglesia del Señor, todos los creyentes en todo el mundo, se encuentra en la misma expectativa que estos dos discípulos. Miramos a nuestro alrededor y vemos indiferencia hacia las cosas eternas y en muchos lugares persecución al punto de que los cristianos son asesinados. Pero igual que los discípulos nosotros podemos decir "pero nosotros esperábamos". Pero no debemos quedarnos aquí. El verbo "esperar" tiene tres tiempos básicos que todos conocemos. Decimos "esperamos" y "esperaremos" el cumplimiento de su bendita promesa: "Amados, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Jn 3:2). Y lo que los creyentes tendríamos que estar esperando es su segunda venida. "Y si me fuere y os preparare lugar vendré otra vez y os tomaré a mí mismo para que donde yo estoy vosotros también estéis" (Jn 14:3). Pero estos hombres tienen sus dudas. "También nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, diciendo que habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive, y algunos de los nuestros fueron al sepulcro y hallaron como las mujeres habían dicho, pero a él no lo vieron". Se sugiere que están diciendo algo así: Si lo hubiéramos visto estaríamos totalmente convencidos. De haberlo mirado estaríamos radiantes de alegría. Si lo hubiésemos contemplado no sentiríamos ese peso que nos agobia. Tras haberle reconocido, Él desaparece, pero no como quien se esfuma en el aire. La Escritura nos dice que "desapareció de su vista" (Lc 24:31). No lo podían ver con sus ojos pero el Señor en su misericordia nunca se ausenta de los suyos. Por eso el Salmista declara: "Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra nunca seré conmovido" (Hch 2:25). "Y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?". Recién ahora se van dando cuenta; mientras escuchaban al Mesías, en forma progresiva, una transformación se produce en sus corazones. El cambio no es inmediato sino paulatino. No pueden expresarlo de otra manera que confesando: "nuestro corazón ardía". Durante el ministerio de la Palabra de Dios dado con el poder del Espíritu Santo, se produce el ardor en nuestro corazón. Los sermones hechos con el poder del ego y el cerebro pueden ser muy entretenidos, interesantes e instructivos pero no producen ardor en el corazón. ¡Qué el Señor nos ayude para que nuestro corazón siga ardiendo como una antorcha que da luz y calor en este mundo de oscuridad y frialdad! El líder que hay en cada uno Hablar del Señor Jesús como líder nos hace sentir infinitamente incapacitados de aún poder captar algo de ese aspecto de su bendita persona (Mt 23:10). Muchas veces los dirigentes utilizan su habilidad mental y su capacidad de expresión para obtener un puesto de importancia y poder. Eso nunca fue el caso con el Mesías. Su mirada nunca estuvo dirigida a obtener la aprobación de los hombres sino la de su Eterno Padre. Observamos aquí al Señor Jesús tomando especial interés en dos creyentes que al parecer no son de los principales de los seguidores del Nazareno. Pero El se preocupa y ocupa de cada uno de ellos. Estos dos individuos comenzaron tristes y desconsolados su camino porque pensaban que todo estaba terminado. Pero acaban el día con sus corazones ardiendo de amor hacia ese maravilloso Salvador. El escuchar el ministerio de la Palabra y la iluminación del Espíritu Santo produce esa transformación. Vemos esa combinación de ternura, compasión y paciencia en el trato de Jesucristo con esos dos discípulos. Les interroga por la razón de su tristeza que es tan obvia en sus rostros. El los escucha atentamente y luego les pregunta: "¿Qué cosas?". La mayoría de los líderes humanos actúa en base a protocolos que se usan casi siempre indiscriminadamente; ejecutan lo que han decidido en su mente crear, o aplican lo de la organización en la cual funcionan. El Redentor procede en cada situación en relación al conocimiento que Él tiene de cada individuo de su creación. Trató a la mujer adúltera con todo respeto (Jn 8) y a la mujer samaritana que había tenido 6 hombres en su vida con paciencia y deferencia (Jn 4).

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