miércoles, 14 de enero de 2009

LA PREGUNTA DE TODOS LOS TIEMPOS

¿Qué debo hacer para ser salvo?... Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo. (Hechos 16:30-31)

Sáname, oh Señor, y seré sano; sálvame, y seré salvo. (Jeremías 17:14)

Un joven obrero interroga a un compañero creyente: -¿Puedes explicarme lo que debo hacer, según la Biblia, para ser salvo?
Un profesor de ciencias, después de haber confesado sus luchas morales y espirituales, formula la pregunta: -¿Qué debo hacer para recibir a Jesucristo?
Un estadista reconoce: -Se me acaba la cuerda. Necesito a Dios. ¿Puede decirme cómo puedo encontrarlo?
En una prisión, algunos hombres escuchan el mensaje de la cruz.
-Por favor – interrumpe uno de ellos- ¿Puede explicar una vez más lo que debo hacer para que mis pecados sean perdonados?
Un joven rico corre hacia Jesús, hinca la rodilla ante él y pregunta: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” (Mateo 10:17).
El carcelero de Filipos, temblando, interroga a los dos prisioneros, quienes, pese a las cadenas rotas y a las puertas abiertas, no han huido, y les dice: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30).
En todos los países, en todos los ambientes, entonos los tiempos, hoy como ayer, los hombres formulan la misma pregunta: ¿Qué se debe hacer para ser salvo? ¿Quién dará la respuesta? ¿Un filósofo? NO. ¿Un hombre religioso? Tampoco. Sólo Dios puede responder, porque sólo él conoce lo que exige su santidad. ¿Quiere usted, pues, conocer la respuesta divina? Se resume en estas palabras: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.

jueves, 8 de enero de 2009

PIEDRAS PRECIOSAS

Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedas desear, no se puede comparar a ella. (Proverbios 3:13-15)

A veces una “tempestad” o un “terremoto”, en sentido figurado, pueden ser sucesos necesarios en nuestra vida para abrirnos los ojos a la verdadera felicidad.
En el transcurso del verano de 1831, una furiosa tempestad desarraigó un gigantesco árbol en los montes Urales (Rusia). Al día siguiente se hallaron bajo sus raíces magníficas piedras verdes. Había aparecido un nuevo yacimiento de esmeraldas.
Después de un vasto deslizamiento de tierra en la vertiente indica de los montes Himalaya, pequeñas piedras azules brillaban al sol poniente. Eran los zafiros de Cachemira.
Quizás también haya una “tempestad” en su vida o haya un “temblor de tierra” en su existencia. Y usted pregunta: -OH Dios, ¿por qué es necesario que las cosas estén así? Quizá se trate de enfermedad, duelo, preocupaciones, decepciones o grandes penas. Sin embargo, esto puede conducirle a descubrir el más grande de los tesoros.
Dios quiere abrir los ojos de cada uno de nosotros para que veamos la Persona de la cual hablan las sagradas Escrituras. Conocer al Señor Jesús, poseerle como nuestro Salvador resulta más precioso que zafiros y esmeraldas. En él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3).

domingo, 4 de enero de 2009

NO VAYAMOS AL GARETE

Guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2ª Pedro 3:17-18)

Más de una vez hasta en una ribera de noruega se halló un tronco de árbol que había atravesado el Atlántico. Según su especie, en efecto, se podía verificar que provenía de América del Sur y que debía de haber caído en el Amazonas, cerca de la frontera oriental del Perú o de Colombia. Había efectuado un viaje de más de diez mil kilómetros, llevado por las aguas del gran río, luego derivando a través del océano a merced de las corrientes marinas. Ese pedazo de madera inerte no necesitó hacer ningún gasto de energía, sino que, sujeto a la sola fuerza de los elementos que lo rodeaban, había terminado por encallar allí.
Cristianos, tales como ese tronco de árbol, corremos el peligro de ser llevados a la deriva por el viento de falsas doctrinas y por las olas de la inmortalidad. Las verdades de la Palabra de dios son inmutables y el camino que nos trazan es seguro, pero corremos el riesgo de alejarnos poco a poco de él al dejarnos influir por las ideas del día. Entonces, insensiblemente, nuestra obediencia a la Palabra de Dios disminuye; la deriva ha empezado y puede ir hasta la negación.
Para representar al creyente, llamado a resistir a la corriente del mundo, la Biblia emplea la expresiva imagen del pez que tiene aletas y escamas (Levítico 11:9-10). Sí, sepamos ir contra la corriente (con las aletas) y quedar impermeables a todas las influencias (con las escamas) que podrían afectarnos a nosotros mismos o a nuestros hijos.