lunes, 17 de octubre de 2016

DECIMOS QUE DIOS ES GRANDE Y SIEMPRE NOS QUEDAREMOS CORTOS CON EL RECONOCIMIENTO

¿Pero lo reconocemos con nuestra búsqueda de su rostro o presencia en todo momento…? ¿Cuántos reconocimientos hacemos a diario sobre Dios con nuestras palabras y nuestros hechos se alinean con ellas…? Mas [Jesús] se apartaba a lugares desiertos, y oraba (Lucas 5:16). 1 Tes. 5:12-28 Julia comenzó la clase para niños con una oración y, luego, cantaron juntos. Emanuel, de seis años, se retorcía en su asiento cuando ella volvió a orar tras presentar al maestro, Aarón. Después, Aarón empezó y terminó la clase orando. Emanuel se quejó: «¡Cuatro oraciones! ¡Yo no puedo estar sentado quieto tanto tiempo!». Si piensas que el desafío de Emanuel era difícil, mira 1 Tesalonicenses 5:17: «Orad sin cesar»; o sea, estén siempre en espíritu de oración. Incluso los adultos podemos considerar que orar es aburrido. Quizá sea porque no sabemos qué decir o no entendemos que orar es conversar con nuestro Padre. Allá por el siglo xvii, François Fénelon escribió unas palabras sobre la oración que me han ayudado: «Dile a Dios todo lo que está en tu corazón, tal como uno descarga sus alegrías y tristezas con un amigo querido. Cuéntale tus problemas para que te consuele, tus alegrías para que las equilibre, tus anhelos para que los purifique». Y agregaba: «Háblale de tus tentaciones para que te proteja de ellas; muéstrale las heridas de tu corazón para que las sane […]. Si derramas todas tus debilidades, necesidades y problemas ante Él, siempre habrá algo que decir». Crezcamos en nuestra intimidad con Dios para que deseemos estar más con Él. Señor, quiero vivir en un espíritu de oración. La oración es una conversación íntima con Dios.

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