sábado, 16 de febrero de 2008

CONFIRMACION

Deseo llamar tu atención a la seguridad que Pablo confiadamente esperaba cual beneficio de todos los santos. Dice: “El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo.” Esta es la clase de confirmación que ante toda otra cosa debemos desear. Como ves, presupone el texto que las personas están en lo recto, en la verdad y propone que sean afirmadas en ello. Terrible fuera confirmar a una persona en sus caminos de pecado y error. Pensémonos un borracho confirmado, un ladrón confirmado o un embustero confirmado. Sería cosa deplorable confirmar a una persona en su incredulidad y en su impiedad. Solamente podrán disfrutar de la confirmación divina los que ya han visto la gracia de Dios manifestada en sus vidas. Esta confirmación es obra del Espíritu Santo. El que da la fe, la fortalece y confirma: el que enciende la llama del amor divino en nosotros la preserva y aumenta.
Lo que nos hace saber en su instrucción primaria, el buen Espíritu con más claridad y certeza mediante enseñanza repetida. Además confirma los hechos santos volviéndolos hábitos establecidos y emociones santas, en condiciones permanentes. Por la experiencia y práctica confirma nuestra fe y nuestros propósitos. Así tanto nuestras alegrías como nuestras penas, nuestros éxitos como nuestros fracasos quedan santificados para el mismo fin: precisamente como el árbol queda arraigado y robusto tanto por la lluvia como por el viento tempestuoso. La mente queda instruida y por el aumento del saber acumula razones para perseverar en el buen camino. Queda consolado el corazón y así se apega más y más a la verdad consoladora. Apretándose la acogida y fortaleciéndose la cuerda, el creyente resulta más sólido y robusto.
No se trata aquí de un crecimiento meramente natural, sino de una obra clara del Espíritu como la conversión misma. El Señor lo concederá con toda seguridad a los que confían en él para la vida eterna. Por su operación en nuestro interior nos librará de ser “inestables como líquido,” haciéndonos firmes y arraigados. Esto es parte de la obra de la salvación, esta edificación en Cristo Jesús, haciéndonos permanecer en El. Querido lector/a, diariamente puedes esperar esta gracia y tu esperanza no quedará burlada. El Señor en quien confías te hará como árbol plantado junto a arroyos de agua, tan bien guardado que ni su hoja se marchitará.
¡Qué fuerza para la iglesia es el cristiano confirmado! Es el consuelo para los afligidos y apoyo para los débiles. ¿No quisieras tú ser así? Los creyentes confirmados son columnas en la casa de Dios. Estos no son llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, ni quedan trastornados por lamentación repentina. Son un gran apoyo para otros, anclas en el tiempo de dificultad en la iglesia. Tú que estás principiando la vida espiritual apenas puedes esperar que llegues a ser como ellos. Pero no debes temer; pues el Señor obrará en ti como en ellos. Algún día, tú que hoy eres un párvulo en Cristo, serás un padre en la iglesia. Espera cosa tan grande; pero espérala como don de gracia y no como salario por obra o producto de tu fatiga.
El apóstol Pablo habla inspirado de estas personas como confirmadas hasta el fin. Esperaba Pablo que la gracia de Dios los guardara personalmente hasta el fin de sus días o hasta la venida del Señor Jesús. En realidad esperaba que toda la iglesia de Dios en todo lugar y en todo tiempo fuera guardada hasta el fin de la dispensación, hasta que viene el Señor Jesús como el esposo a celebrar las bodas con su esposa perfeccionada. Todos los que están en Cristo serán confirmados en él hasta ese día glorioso. ¿No ha dicho: “Porque yo vivo también vosotros viviréis” También dijo: “Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre, ni nadie les arrebatará de mi mano."? El que ha empezado la buena obra en vosotros, la perfeccionará hasta el día de Cristo.” La obra de la gracia en el alma no es una reforma superficial. La vida infundida en el nacimiento nuevo viene de simiente incorruptible que vive y permanece eternamente. Y las promesas de Dios a los creyentes no son de naturaleza transitoria sino abarcan para su cumplimiento toda la carrera del creyente hasta que llegue a la gloria sin fin. Somos guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para la salvación eterna. “Proseguirá el justo su camino.” No como resultado de su propio mérito o fuerza, sino como favor inmerecido “son guardados los creyentes en Cristo Jesús.” Jesús no perderá ninguna de las ovejas de su rebaño; no morirá ningún miembro de su cuerpo; no faltará ninguna joya de su tesoro cuando venga a juntarlas. Querido lector/a, la salvación por fe recibida no es cosa de meses o de años; porque nuestro Señor Jesús nos ha conseguido “salvación eterna,” y lo eterno no tiene término.
Pablo declara también que su esperanza respecto a los santos de Corinto es que sean “confirmados hasta el fin sin falta." Esta condición -sin falta- es una parte preciosa de la gracia de ser guardados. El ser guardado santo es más que ser guardado salvo. Es bien triste ver gente religiosa tropezar y caer de una falta en otra peor: nunca han creído en el poder de Dios para guardarles sin falta. La vida de algunos que profesan ser cristianos, consiste en una serie de tropiezos que no parecen dejarles bien tendidos, pero tampoco nunca bien derechos. Tal vida no conviene al creyente: su vocación es andar con Dios y por la fe puede llegar a perseverar firme en la santidad, lo que urge que haga. El Señor es poderoso para guardar los pies de sus santos y lo hará si nos entregamos a él confiados en que lo hará. No hay necesidad de manchar el vestido; por su gracia podemos ser guardados sin mancha del mundo: esto es nuestro deber, porque “sin santidad nadie verá al Señor.”
El apóstol profetizaba prediciendo para los creyentes de Corinto, lo que debiéramos nosotros buscar, a saber que seamos guardados irreprensibles, “sin falta hasta el día del Señor Jesucristo. La “versión moderna” dice irreprensibles, como otras traducciones nuevas. Haga Dios que en ese gran día nos veamos libres de toda reprensión, de suerte que nadie en el universo entero se atreva a disputarnos el aserto de que somos los redimidos del Señor. Tenemos faltas y flaquezas, de las cuales nos lamentamos, pero no son de la naturaleza que demuestra que vivamos separados de Cristo: viviremos ajenos a la hipocresía, al engaño, al odio, al placer en el pecado, porque tales cosas serían acusaciones fatales. A pesar de nuestros fracasos involuntarios el Espíritu Santo puede obrar en nosotros produciendo un carácter sin falta a la vista humana, de manera que como Daniel no demos ocasión a las lenguas acusadoras, excepto en los asuntos de nuestra fe religiosa. Multitud de hombres piadosos, como también de mujeres piadosas, han dado pruebas de vida tan pura y del todo genuina que nadie le ha pedido, en justicia, reprender. El Señor podrá decir de muchos creyentes como dijo de Job, al aparecer Satanás en su presencia: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en toda la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” Esto es lo que debe anhelar y tener por objeto el lector/a, confiando que, Dios mediante, lo alcanzará. Tal es el triunfo de los santos: continuar “siguiendo al Cordero por donde quiera que fuere,” manteniendo la integridad como delante del Dios viviente. No entremos jamás en caminos torcidos, dando lugar a que blasfeme el adversario. Está escrito respecto al verdadero creyente: “Se guarda a si mismo y el maligno no le toca.” ¡Haga Dios que así se escriba respecto a nosotros!
Amigo/a que ahora empiezas a vivir la vida divina, el Señor puede comunicarte un carácter irreprensible. Aun cuando en lo pasado hayas cometido pecado grave, el Señor es poderoso para librarte del todo del poder de antiguos vicios y hábitos haciéndote un ejemplo de virtud. >No solamente puede hacerte hombre moral, sino puede hacerte aborrecer todo camino de falsedad y seguir en pos de todo lo que es santo. No dudes de esto. El primero de los pecadores no necesita quedar atrás del más puro de los santos. Cree esto y según tu fe te será hecho.
¡Cuánta bienaventuranza será el hallarnos irreprensible en el día del juicio! No cantamos en falso al prorrumpir:


“Sereno miro ese día:
¿Quién me acusará?
En el Señor mi ser confía:
¿Quién me condenará?”




¡Que bienaventuranza será el disfrutar de ese valor, fundado en la redención de la maldición del pecado por la sangre del Cordero, cuando el cielo y la tierra huyan de la faz del Juez de todos! Esta bienaventuranza será la suerte de todos cuantos fijen la vista de la fe exclusivamente en la gracia de Dios en Cristo Jesús y en esa potencia sagrada libren batalla continua contra todo pecado.

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