jueves, 3 de abril de 2008

EL ANHELO DE DIOS

Desde el principio, Dios tuvo un propósito: que el hombre recuperara por completo su comunión con El. Jesucristo fue la respuesta a ese anhelo. A través de los años, todos los hombres santos que escribieron la Biblia, captaron partes de ese gran propósito y las incluyeron en sus escritos. Por lo tanto, a lo largo de la Biblia, desde el tiempo de la Creación hasta el nacimiento de Cristo, encontramos que los escritores hacen alusión a este propósito mesiánico. Es Jesucristo pues, el tema central de la Biblia.

Abraham vio su reflejo en Melquisedec, Rey de Salem.
Jacob lo llamó Silo.
Para Moisés, era el Cordero Pascual y El Levantado.
Para Josué, era el Capitán de Nuestra Salvación.
Ruth lo vio como el Pariente-Redentor.
Samuel lo describió como Nuestro Rey.
David lo llamó el León de Judá y el Buen Pastor.
Para Salomón era el Amado.
Esdras y Nehemías lo describieron como nuestro Redentor.
Para Ester era Nuestro Abogado.
Job dijo que era mi Redentor.
Isaías lo describió como un sirviente sufrido.
Jeremías lo vio en el torno de alfarero.
Ezequiel lo llamó el Hijo del Hombre.
Daniel lo llamó el Príncipe y la Piedra Aniquilante.
Oseas lo comparó a un novio que redime a una esposa deshonrada.
Para Joel era el Restaurador.
Amós lo vio como el Labrador Celestial.
Para Abdías era el Salvador.
Jonás lo vio como la Resurrección y la Vida.
Miqueas lo llamó Testigo.
Para Nahum era una Fortaleza en un Día de Tribulaciones.
Habacuc lo describió como Dios de mi Salvación.
Para Sofonías era el Señor Celoso.
Hageo dijo que era el deseado de Todas las Naciones.
Malaquías lo declaró Sol de Justicia.
Y Juan el Bautista clamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo”.

En la lectura del Antiguo Testamento, se alza en el horizonte de la historia Una Persona a través de la cual Dios establecería su Reino en la Tierra: Jesucristo. Miqueas dijo que nacería en Belén. Isaías declaró que nacería de una virgen y que se llamaría Emanuel. David e Isaías dijeron cómo moriría y Job anunció su resurrección. Otros señalaron que lo presentaría un profeta extraño, como Elías, que obraría milagros, que hablaría en parábolas, que sería rechazado por los poderosos, que sería un pastor encarnado, un varón de dolores, que entraría en Jerusalén sobre el lomo de un asno, que lo traicionaría un amigo por 30 monedas de plata, y que se dejaría conducir como un cordero al sacrificio.
Moriría con los malvados. Sus manos y pies serían horadados. Ni un solo hueso de su cuerpo se rompería. Echarían a suerte sus vestiduras. Permanecería en la tumba tres días, resucitaría de entre los muertos y ascendería al Cielo para sentarse a la derecha del
Padre.
David, Isaías, Daniel y Jeremías profetizaron que el Mesías ofrecería una nueva alianza a Su pueblo, Enviaría al Espíritu Santo. Su reino sería para los gentiles, universal, y no tendría fin.
Todo esto escribió cientos de años antes del nacimiento de Cristo; cuando nació el Salvador, aparecieron los ángeles a los pastores en las colinas, diciendo que traían buenas nuevas que producirían regocijo.
EL MILAGRO DE LA COMPOSICION

Supongamos que en cada nación del mundo hubiera un hombre que dedicara su vida a tallar un pequeño trozo de mármol. Cierto día, todos estos hombres, que jamás se habrían conocido ni enterado de que había otros que tallaban el mármol, se reunirían en una pequeña aldea en las colinas al sur de Jerusalén. Cada uno traería su pequeño trozo de mármol. El que había tallado lo que parecía ser un dedo grande del pie lo colocaría en el suelo. Luego, agregaría sus pedazos el hombre que hubiera tallado los pies, sin dedos ni talones, y encajarían perfectamente. Se agregarían más dedos, cada uno de ellos del tamaño y con la forma justa. Después, el hombre que hubiera hecho los talones uniría sus piezas a la obra. Posteriormente se pondrían los tobillos., las pantorrillas y las rodillas, y cada pieza calzaría tan perfectamente, que no se notarían las uniones. Por fin la estatua completa quedaría terminada, perfecta en todos sus detalles...
¿Cómo podría explicarse semejante estatua, a menos que existiera alguien con un plano detallado y que hubiera indicado a cada uno de los hombres exactamente lo que debía tallar?
Con razón los ángeles cantaron para anunciar “buenas nuevas y de gran regocijo”. Había nacido el Belén el Milagro de la Edades, ¡La persona de quien trata la Biblia!
Recuerda que la Palabra de Dios es el fundamento de todo lo que conocemos acerca de Dios, y de su plan para la humanidad. Nos habla del origen del pecado y de cómo la maldición del hombre lo separó de Dios. Aunque contiene la ley divina dada a Moisés en el monte Sinaí, descubrimos también cuán imposible era que la ley trajera la salvación que necesita el hombre. Así, encontramos en sus páginas que el único propósito de Dios es preparar el camino para la llegada del Redentor del Mundo, Jesucristo.
Aunque es toda una biblioteca, la Biblia es también “el libro” por excelencia. Cuenta una historia, grandiosa, acerca del amor de Dios por su pueblo, y del precio que estaba dispuesto a pagar para restaurarnos en perfecta comunión con El. Es al mismo tiempo una historia divina y humana. El pensamiento es divino, mientras que la expresión de la comunicación es humana.
Así, pues, se trata de un libro como ningún otro. El libro es una revelación divina, una revelación progresiva, una revelación de Dios al hombre, comunicada a través de los hombres, y que se desarrolla sin trabas, desde su principio hasta su grandioso final. Detrás de cada suceso está Dios, el constructor de la historia, el creador de los tiempos. La eternidad marca los límites de uno y otro extremo, y el tiempo fluye entre los dos. Podemos estudiar el detalle más diminuto, dondequiera que se encuentre, y ver que hay sólo un gran propósito a lo largo de los siglos: el plan eterno de Nuestro Dios Todopoderoso para redimir un mundo en ruinas y dar a cada uno de nosotros, a ti y a mí, la fuerza para vivir.
El Antiguo Testamento es la narración de las relaciones de Dios con una nación: los israelitas. El Nuevo Testamento es la narración de la relación de Dios con un hombre: Su Hijo. La nación fue fundada para traer al mundo al hombre.
Dios se convirtió en hombre a través de su Hijo para que pudiéramos conocerlo. Si quieres saber cómo es Dios, basta con que veas a Jesucristo, pues El es la revelación perfecta de Dios. Su presencia sobre la Tierra aún representa el acontecimiento central de toda la historia. Incluso los calendarios que empleamos actualmente, parten de ese momento tan especial. El Antiguo Testamento preparó el escenario. El Nuevo Testamento describe el drama.
¡Y qué maravilloso es ese drama! Dios es el autor. Jesucristo es el protagonista. El Espíritu Santo es la fuerza detrás de cada uno de los personajes, incluyendo al Hijo de Dios.
Jesucristo es el hombre perfecto. Es bondadoso, tierno, gentil, paciente y lleno de amor. Obra milagros para alimentar a los hambrientos, curar a los enfermos y resucitar a los muertos. Acuden a El las multitudes, y El les enseña acerca del Reino de Dios. Sin embargo, es una amenaza para los religiosos de todos los tiempos, que lo mataron y matan de distintas maneras a sus fieles seguidores en todas partes. Pero incluso todo esto se había profetizado. Fue necesario, pues Jesús se convirtió en el sacrificio perfecto por nuestros pecados. Gracias a su muerte expiatoria, se abrió el camino para que toda la humanidad volviera a tener amistad con el Padre.
Luego sucedió el más grande de los milagros: ¡Jesucristo resucitó de entre los muertos! ¡Hoy vive! No es una simple figura histórica, sino una Persona viviente, el hecho más importante de la historia, y la fuerza más vital en el mundo.
Sus amigos y sus discípulos querían que se quedara en la Tierra después de que resucitó de entre los muertos. Pero dijo que tenía que irse, para que pudiera enviar su Espíritu Santo. Afirmó que ese Espíritu, el mismo que le confirió el poder para resucitar de entre los muertos, llegaría para llenar a todo cristiano desde ese momento en adelante, con lo cual les daría la fuerza para vivir.
Hace algunos años, una joven que había pertenecido a la pandilla de Charles Manson. La habían declarado culpable de siete cargos de homicidio en primer grado, y se le había sentenciado a morir en la cámara de gas. Poco antes de cumplirse esta sentencia, se le fue conmutada por la de cadena perpetua. Fue después cuando recibió a Jesucristo como su Señor y su Salvador. Posteriormente dirigió varias mujeres jóvenes a tener una experiencia espiritual de salvación en Jesucristo.
Un hombre de Dios al saber esto, solicitó y obtuvo el permiso para visitar a la joven en su celda en el Presidio para Mujeres del Estado de California, cerca de la población de Chino. Se hicieron buenos amigos durante aquellas visitas, pues ella había “vuelto a nacer” realmente y era una hija de Dios.
En una de esas visitas la chica le contó al ministro como había recibido a Cristo. La primera semana que estuvo en la prisión le llegó una Biblia por correo. La puso a un lado y ni siquiera la miró durante más de un año. Pero, sin que ella se diera cuenta, un gran número de personas oraban por ella. Recibió varias cartas de extraños, en las cuales le hablaban del amor misericordioso de Dios. Luego, un día, tomó la Biblia del anaquel de su pequeña celda, le quitó el polvo y se sentó a leer. No sabía casi nada de la Biblia (aunque de niña había asistido a la escuela dominical), así empezó a leer desde la primera página.
Fue una lectura difícil, pero ella estaba decidida a averiguar cuál era el significado de la Biblia. Cuando llegó al libro del Éxodo y leyó la historia de los Hijos de Israel, se puso furiosa. Era la historia del amor y del cuidado divino. Dios sacó a los israelitas del cautiverio en Egipto, dividió el mar para que pudieran escapar, los protegió del peligro, les proporcionó agua de las rocas y maná todas las mañanas. Con todo, el pueblo de Israel no estaba conforme y se quejaba. ¿Por qué, se preguntó la joven, los israelitas rechazaban el amor de Dios y se comportaban en forma tan egoísta?
Siguió leyendo, hasta los Salmos inclusive, esas hermosas canciones de amor escritas por el rey David. Una y otra vez tuvo que dejar de leer porque los ojos se le llenaban de lágrimas. Desde la infancia, sólo había conocido el odio. Por eso se había unido a la pandilla de Manson y había cometido aquellos homicidios atroces. Ahora, leía acerca de un Padre Celestial tierno y amoroso. Jamás había sospechado que existiera semejante amor.
Los Libros de los Profetas le hablaron de un Salvador que la limpiaría del pecado y le daría fuerza para vivir. Pero no le dijeron como encontrarlo, sólo que venía.
En los Evangelios leyó la historia de la vida de Jesucristo. Era todo lo que ella había imaginado que sería: amoroso, tierno, bondadoso, pero justo y recto. Era lo que había anhelado toda su vida. Continuó la lectura, y en los Hechos de los Apóstoles vio cómo los primeros cristianos, llenos del Espíritu Santo, habían salido para obrar los milagros que Jesucristo había realizado. ¡Cómo añoraba esa misma fuerza en su vida! No fue hasta que llegó al último libro de la Biblia cuando descubrió cómo podría lograr el perdón de sus pecados y recibir la fuerza para vivir.
Cuando leía el Libro del Apocalipsis, se encontró con las palabras de Jesucristo, una invitación que, sentía, se le hacía especialmente a ella.
“Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete”.
Hizo una pausa para dejar que las palabras penetraran en su conciencia. ¿Sería posible que se encontrara en prisión, no sólo porque fuera asesina, sino porque Dios la amaba y esperaba que se arrepintiera para poder darle fuerza para vivir? Siguió leyendo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono”. (Apocalipsis 3:19-21)
Con las lágrimas rodándole por las mejillas, bajó de su catre, en su solitaria celda de prisión, y se arrodilló en el piso de cemento. El hijo de Dios tocaba a la puerta de su corazón, pidiendo que lo dejara entrar. A pesar de que ella era una asesina, El estaba esperando que se arrepintiera y que le pidiera Su perdón. Ella abrió la puerta de su corazón y elevó una sencilla oración: “entra Señor Jesús, y toma control de mi vida”.
Susan Atkins está aún en prisión, pero es una mujer libre. La ha liberado el Hijo de Dios. Ha encontrado nueva vida allí donde está, y a través de Jesucristo ha recibido la fuerza para vivir esa vida.
Para Susan Atkins la Biblia fue más que un libro antiguo: fue y es, el libro de la vida.

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