martes, 10 de junio de 2014

EL ANCLA DE DIOS PARA NUESTRAS ALMAS

Hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor. Hebreos 6:18-20 Cuando los marineros echan el ancla, lo hacen con el objetivo de retener el barco para que el viento y las olas no se lo lleven. El ancla está atada a una cadena que atraviesa las agitadas olas para luego desaparecer en las profundidades marinas. No vemos el fondo del mar ni el ancla, pero sí el efecto, es decir, la estabilidad del barco. Esta imagen ilustra una realidad espiritual muy importante. Un verdadero cristiano está sólidamente anclado a Cristo mediante la fe. Pero en vez de haber sido lanzada a lo profundo de las agitadas aguas de este mundo, el ancla de nuestra alma está arraigada en el cielo, donde Jesús entró después de haber obtenido una redención eterna para nosotros (Hebreos 9:12). Entró como precursor, y nosotros iremos a su encuentro un día (Juan 17:24) si lo hemos aceptado como Salvador. ¿Ha depositado usted su esperanza en Jesucristo? Sólo él puede guardarnos de naufragar y conducirnos al puerto que nuestra alma desea (Salmo 107:30). El fondo del mar donde el ancla descansa permanece oculto a los ojos de los marineros. De igual manera, nosotros no vemos a Jesús con nuestros ojos físicos, pero estamos unidos a él por la fe. Sabemos que está vivo y responde a nuestras oraciones. Los que nos ven mantener la fe en Cristo en medio de las pruebas, pueden percibir que estamos unidos a Alguien. ¡Y ese Alguien es Cristo, fuente y sostén de nuestra vida!

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