sábado, 12 de julio de 2008

ESTE ES SU MANDAMIENTO

Quiero señalar un último texto que nos ayudará muchísimo en relación a este tema:
Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado (3:23). Este es el mandamiento de Dios. ¿Qué se hace con un mandamiento? Sencillamente se lo obedece. Si El manda en mi vida, solo me resta obedecer. Y El ordena que crea en su nombre, y que ame a mis hermanos.
Hace unos años, alguien tenía un hermano en la fe a quien no podía amar. Había dicho tantas cosas de este otro, que le costaba mucho tener que tratarlo. Este iba a su cuarto y oraba: “Señor, te ruego que me cambies. Lléname de amor hacia ese hermano. Señor, bendíceme. Dame amor, Señor.” Lo hacía una y otra vez. Pero el amor no venía. Porque el amor no viene por orar, sino por obedecer. Podría haber pasado diez años pidiendo a Dios que me llenara de amor sin llegar a experimentarlo. Pero, si Cristo me dio el mandamiento de amar, no tengo que pedir, “OH, Señor, dame…”, sino que debo actuar con fe, obedeciendo su palabra. En la obediencia se desata la bendición de Dios.
Supongamos que hay un hermano a quien yo no puedo tratar con amor. ¿Qué hago? Dios me dice que debo amarle. ¡Pues, lo voy a amar, aunque no sienta nada! ¡Qué importa lo que sienta! Apenas lo vea, lo voy a tratar como si lo amara. Voy a actuar en obediencia al mandamiento.
Entonces, llega mi hermano y yo me acerco a él para saludarlo. En otras ocasiones lo saludé fría y secamente. Pero ahora, en obediencia a Dios, voy a saludarlo como si lo amara. Hay un mandamiento, y sobre él actúo. En el ínterin, Satanás me dice:
-¡Hipócrita, hipócrita!
Me doy vuelta y le contesto:
-¡Mentiroso, mentiroso! no soy hipócrita sino ¡Obediente, obediente!
Me encuentro ya con mi hermano (sigo sin sentir nada). Lo saludo como si lo amara, y aún no termino de abrazarlo cuando algo sucede en mi interior y… ¡descubro que lo amo! ¿Qué pasó? ¡Ya no siento ese resentimiento! En la obediencia se desata el poder de Dios.
Vamos a ilustrarlo con un ejemplo sencillo: Tú tienes un calefón a gas en tu casa. Llega un huésped que nunca ha visto un calefón así, y te dice:
-Necesito agua caliente.
-Bueno, pues, abra la canilla y gracias a ese artefacto tendrá toda la que quiera.
El mira el calefón y ve una pequeña llama.
-Ah, pero yo necesito mucha agua. ¡Esa llamita no puede calentar toda la que necesito!
-¡Abra la canilla! –le insistes tú.
La llama es pequeña, pero cuando tu huésped abre la canilla… ¡FFRRUMMM!... el calefón se enciende por completo y el agua se calienta.
-OH, ¡está muy caliente! ¡Por favor, bájelo un poquito!
Así sucede con el amor. Tengo una llama chiquita de amor hacia un hermano, pero en el momento que actúo en fe y obediencia, cuando lo trato como si lo amara intensamente, ¿sabe que ocurre? ¡Se enciende el calefón, y empieza a correr un afecto caluroso hacia él!
¿Hay una familia a la que no puedes amar? Comienza a tratarla como si la amaras. Si la madre está enferma, ve a la casa, entra en la cocina, ponte un delantal y lávale los platos, límpiale los pisos y prepara la comida para sus hijos. No la sermonees; actúa con fe. Cuando vuelvas a tu casa notarás que la amas. Dios desata su bendición en la obediencia. El amar a los hermanos es un mandato, no una opción. No nos queda otra alternativa. Les amo obedeciendo al Señor del Amor o hago lo que a mí me parece y quedo afuera de su reino. Si quieres realmente sentir el amor de Dios en tu corazón, no esperes a tener una sensación; actúa como si amaras, y cuando actúes en fe, en verdad amarás.
Los que hemos tenido la oportunidad de convivir con judíos, hemos escuchado estas expresiones de quienes no lo son: “¡Cómo se ayudan los judíos!”
Verdaderamente, se ayudan. Si vas al negocio de un judío y él no tiene la mercadería que necesitas, te manda al de otro, judío. Los comerciantes de esta colectividad dan becas a sus estudiantes. Crean cooperativas, clubes, entidades que impulsan el progreso de los suyos. Yo espero el tiempo no muy lejano en que el mundo diga: “¡Cómo se aman los del reino de Dios! ¡Cómo se aman!”
Alguien comentará: “Tengo un vecino, un obrero, que se compró un terrenito y trajo ladrillos. Durante unos meses, todos los sábados, vinieron unos cuántos de ellos, y ¡en seguida levantaron la casa! ¡Cómo se aman!”
Otro comentará: “Yo tengo una vecina que estuvo enferma, pero ¡tiene que ver usted! Tenía la casa mejor que nunca. Cada día venía alguien del grupo de ellos y le hacía las cosas… ¡Cómo se ama esa gente!”
¿Qué se dice hoy en día de los evangélicos? “Buena gente, los evangelistas. No hacen mal a nadie; no fuman, no tienen vicios. Sí, son buena gente.” Esa es la imagen que dan. Algunos jóvenes evangélicos en el colegio han tenido que soportar de sus compañeros el parafraseo del tango: “No fumas, no vas al cine, las carreras no te gustan…”
Es la impresión que han recogido de ellos. Una imagen negativa. Un simple cuadro de restricciones. Hoy el mundo no tiene de los evangélicos la imagen de una comunidad dinámica, positiva, que se ama, que se brinda, de tal manera que digan: “yo también quiero pertenecer a esa comunidad.” Pero, Dios está restaurando su iglesia, y las palabras de Cristo serán una realidad:
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

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