jueves, 14 de agosto de 2008

EL EVANGELIO DEL REINO

Desde que Dios comenzó a revelarnos a Jesucristo como Señor, hubo para ciertos mensajeros un nuevo enfoque de todo lo que se llama evangelización. Tuvieron que comenzar a rever toda su manera de predicar el evangelio y aprender cual era la manera en que Cristo lo predicaba. ¿Cómo predicaban los apóstoles? No le importaron ya para nada sus propias costumbres. Pusieron a un lado pilas de mensajes, y le han dicho a Dios:
¡Señor, enséñame a predicar el evangelio!
Al estudias el desarrollo de la obra evangélica en America Latina, descubrimos que ha habido dos corrientes predominantes, dos enfoques diferentes en la predicación: “el evangelio anticatólico” y el “evangelio de las ofertas”.
EL EVANGELIO ANTICATOLICO
Por ser América Latina predominantemente católica, los primeros misioneros evangélicos que llegaron a estos países comenzaron predicando un “evangelio anticatólico”. (Se cuestionaba enérgicamente: el culto y las oraciones a María, el uso de imágenes como objetos de devoción, la infalibilidad del Papa, el purgatorio, las oraciones por los muertos, etc.) El evangelio de hasta hace tres décadas sabía más textos bíblicos que se prestaban a la controversia contra el catolicismo que sobre cualquier otro tema. De esa manera surgió un estilo de predicación que se llamó “evangelio anticatólico”, y que formó en el pueblo evangélico un espíritu marcadamente anticatólico. Predicar el evangelio significó, para muchos, por largo tiempo, atacar al catolicismo romano; algunos en forma abierta, otros en forma disimulada.
Con esto no estoy queriendo abrir un juicio sobre el proceder de los predicadores que nos precedieron. Sencillamente estoy describiendo lo que hicieron e indicando el estilo y el énfasis de su predicación. Posiblemente hicieron lo que correspondía en ese contexto y situación.
EL EVANGELIO DE LAS OFERTAS
Esta vieja corriente anticatólica cedió paso a otra, la que llamamos el “evangelio de las ofertas”. O sea, el evangelio de la gracia mal entendida. Este enfoque, muy corriente hoy en día, presenta al pecador todas las promesas del evangelio ignorando casi por completo sus demandas. La conclusión de todo mensaje es: “¿Quién quiere que Cristo le perdone? ¿Quién quiere que Cristo le salve? ¿Quién quiere tener paz? ¿Quién quiere tener felicidad? ¿Quién quiere ir al cielo? ¿Quién quiere salvarse del infierno?” Este enfoque del evangelio presenta cosas ciertas, pero sólo un aspecto del mensaje de la palabra del Señor: los beneficios de la salvación sin las exigencias de la conversión.
Hay un texto que es muy usado en la predicación del evangelio, especialmente en el llamado o de la invitación. Cristo dice, He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a El y cenaré con El y El conmigo. Según se utiliza este pasaje, pareciera que Cristo, a la puerta del corazón del pecador, golpeara, y dijera: “¿Me dejas entrar?” Y el predicador ruega: “¡Déjale entrar! ¿No quieres tener paz? Ábrele…” Presenta, entonces, la figura de Cristo afuera, en el frío de la noche, golpeando a la puerta. “¡Pobrecito! –Insiste el predicador- ¿Por qué no lo dejas entrar? Abre tu corazón. Mira como está esperando, llamando.” Casi dice, “Ten lástima de Cristo”.
Pero, ¿de dónde hemos sacado esto? Del texto que está en Apocalipsis 3:20. ¿Alguna vez Cristo predicó así? ¿Alguna vez los apóstoles terminaron sus mensajes de esta manera? ¡No! En el día de Pentecostés, Pedro predicó un mensaje que puso a los pecadores frente a Cristo; sus oyentes cayeron a sus pies diciendo: “¿Qué haremos?”
¿Por qué sacamos ese texto de Apocalipsis de su contexto? Ese texto no está conectado con la evangelización, tenemos que entenderlo. Tampoco fue dirigido a una persona. Cristo está hablando a la iglesia de Laodicea, una iglesia que se reúne en su nombre, pero que es tibia, “ni fría ni caliente”. Y El dice que la va a vomitar por su boca. Cristo ya está afuera de la iglesia de Laodicea. Aunque se reúnen en el nombre del Señor, han dejado a Cristo afuera. La iglesia dice: “Yo soy rica, y me he enriquecido”, y Cristo le contesta: “Tú eres pobre y miserable, y ciega y desnuda. Yo estoy a la puerta y llamo”.
El está llamando a la puerta de una iglesia que le ha dejado fuera. Es su mensaje a una iglesia tibia. Le está dando la oportunidad de que le deje entrar para ser El centro y el que reine en esa iglesia.
Esta vieja manera de presentar el evangelio de las ofertas ha traído como consecuencia una generación de convertidos que tiene a Cristo, que le ha recibido, pero que ¡no se ha rendido a su autoridad! Ellos son los dueños y señores de su vida, los que tienen las llaves y manejan la situación. La única diferencia con los incrédulos es que tienen a Cristo adentro. Y piensan que por tener a Cristo, tienen vida eterna y paz, lo cual es una verdad a medias pues nunca han llegado a una conversión total, radical, como en los días del Nuevo Testamento.

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