miércoles, 27 de agosto de 2008

EL EVANGELIO DEL ESPIRITU SANTO

Este mismo evangelio fue predicado por Cristo, por Pedro, por Felipe y por Pable. Y este es el evangelio que nosotros debemos predicar. El Espíritu Santo va a glorificar a Cristo con este tipo de mensaje como lo hizo en el día de Pentecostés. Cuando Pedro señalo que Jesús era el Señor y el Cristo, el Espíritu Santo actuó de tal manera que tres mil personas quedaron compungidas. El Espíritu Santo tiene interés en que el reino de Dios se extienda aquí en la tierra. No es cuestión de rebajar el mensaje ofertando el evangelio, sino de predicar el evangelio del reino de Dios y proclamar a Jesucristo como Señor, como Rey, anunciando que su autoridad y gobierno deben establecerse en las vidas.
En 2ª. Corintios 4:5, Pablo dice:
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.
“No predicamos a Jesucristo como Salvador” –aunque El salva-, infiere Pablo, sino “Predicamos a Jesucristo como Señor”. Porque El es el Señor que salva. El es el Señor que sana. El es el Señor que bendice. “Nosotros predicamos a Cristo –señala Pablo- COMO SEÑOR”. Y sobre esta predicación de Pablo y de los apóstoles, la iglesia primitiva se extendió… ¡Cuántos se entregaron al Señor!
Algunos se asustan cuando piensan en una demanda tan radical. Se les ocurre que si ahora, con menos exigencias hay tan pocos resultados, con una exigencia mayor habrá menos todavía. Todo lo contrario. Hay dos razones para ello, una de parte del hombre, y otra de parte de Dios.
Cuando a uno se le presenta algo vago, a lo que no tiene que responder con todo, pierde interés. Hay religiones llenas de exigencias, muy legalistas y que, sin embargo, tienen muchos adeptos porque les presentan algo contundente, concreto, claro. Si queremos que la gente se defina, prediquémosle algo concreto. Pongámosla frente a Cristo. Que nuestro mensaje sea sobre la persona de Cristo. Porque la persona de Cristo define, pone al hombre frente a una disyuntiva. Tiene que elegir. O le reconoce como Señor, o sigue viviendo como quiere.
Pero también está la parte de Dios, y es ésta: Dios tiene interés en que Cristo sea reconocido como Señor. Por eso, cuando el mensaje es dado de acuerdo a su voluntad, el Espíritu Santo comienza a obrar, a manifestarse, respaldando esa exposición. Muchas veces, el predicador tiene la tentación de hacer la invitación un poco más fácil. “¿Quién quiere abrir su corazón? ¿Quién quiere recibir a Cristo?” Con esto, tal vez, diez personas más levanten su mano en asentimiento, pero, ¿cuántos de ellos quedarán? Además, lo importante no es que levanten la mano o no, sino que reconozcan a Cristo como Señor. Allí si va a obrar el Espíritu Santo para traer fe, regeneración y salvación.
Estoy persuadido que esta manera de presentar el evangelio hará surgir una generación de discípulos que, desde su misma conversión, van a vivir plenamente el reino de Dios. ¿Cómo va a predicar la iglesia a los incrédulos a Jesucristo como Señor, si todavía dentro de ella hay muchos que no le ha reconocido así? Creo que, antes de que podamos lanzar la proclamación de este mensaje, Dios llevará a su iglesia a reconocerle como Señor en la vida de cada uno de sus miembros. Debemos reevangelizar a los creyentes con el evangelio del reino de Dios.
El mensaje de Cristo como el Señor no es un mensaje nuevo que deba ser agregado a nuestra carpeta, si es que entendemos la diferencia que hay entre él y el evangelio de las ofertas que hemos predicado. El evangelio de las ofertas proclama que la condición para que el pecador se salvara era “recibir a Cristo como su único y suficiente Salvador”. Si alguien lo hacía, ya estaba salvado y tenía vida eterna. Pero Dios está mostrándonos con el evangelio del reino, que en ningún lugar de la Biblia se nos dice que quien recibe a Cristo como su Salvador ya es salvo, sino que la condición indispensable para ser salvo es reconocer a Jesucristo como Señor. Los que dicen: “Yo predico a la gente a Cristo como su Salvador; cuando lo aceptan como su Salvador, se lo predico como Señor; demuestran que no han comprendido el evangelio del reino.
Otros objetan, “Si les predicamos a Cristo como su Señor y lo reciben como tal, ¿Cuándo lo van a recibir como su Salvador?” ¡Tampoco han entendido!
Hay algunos que parecen creer que si a Cristo no le aceptamos como Salvador, no nos salva. Pero Cristo ES el Salvador. Es el único y suficiente Salvador. Sin embargo, ese Salvador me salva, no cuando meramente le reconozco como Salvador, sino cuando le reconozco como el Señor de mi vida.
Toda nuestra manera de testificar de Cristo, de predicar el evangelio, cambia fundamentalmente a la luz de esta verdad. Al que quiere ser salvo, Pablo le dice –y es una verdad respaldada por toda la Biblia- que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (Romanos 10:9) Cristo será tu Salvador cuando le reconozcas como tu Señor.
Cuando escuchan esto muchos se preguntan: “¿Cuándo me convertí yo, entonces?” Te voy a dar un consejo. No te preocupes por definir cuándo te convertiste. Si respondimos a Dios con sinceridad y entereza con la luz que teníamos hasta ahora, yo creo que éramos salvos. Pero al venir la luz, debemos responder al Señor con la misma sinceridad y entereza. Si yo tardé diez años en reconocer a Cristo como mi Señor, el nuevo discípulo no tiene que recibir primero a Cristo como su Salvador y después de años reconocerle como su Señor. De ninguna manera. El nuevo discípulo debe convertirse reconociendo a Jesucristo como Señor de su vida. Este debe ser nuestro enfoque en la predicación y proclamación del evangelio.

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