sábado, 23 de agosto de 2014

ME ES NECESARIO HACER LAS OBRAS DEL QUE ME ENVIÓ, ENTRE TANTO EL DÍA DURA; LA NOCHE VIENE, CUANDO NADIE PUEDE TRABAJAR.

Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría. Salmo 30:5 La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Romanos 13:12 Desde el primer capítulo de la Biblia, Dios anuncia el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Después de cada etapa de la creación se repite la misma expresión: “Y fue la tarde y la mañana” (Génesis 1:5, 8, 13, 19, 23, 31). Quizás hubiésemos invertido los dos términos, pero no es un orden fortuito, pues evoca el hecho de que en los planes de Dios, la luz triunfará. Toda la historia de la humanidad es una sucesión de períodos más o menos sombríos durante los cuales el hombre se fue alejando cada vez más de su Creador. La tarde más tenebrosa, la más terrible, fue la que vino sobre la tierra cuando Jesús, el Hijo de Dios, fue crucificado. Aquel que había ido de lugar en lugar haciendo el bien sólo tuvo como recompensa una cruz en la que aceptó morir. ¡Qué gran momento cuando la noche invadió la tierra para esconder la escena de la crucifixión del Salvador del mundo! (Mateo 27:45). Pero las tinieblas dieron lugar a la mañana de la resurrección. Dios quedó satisfecho con el sacrificio de Jesucristo y lo hizo salir de la tumba. Ese nuevo día abre un camino a todos los que depositan su confianza en el Salvador para recibir el perdón de sus pecados. Ahora los rescatados por Cristo esperan otra mañana, una mañana sin nubes, mañana en la cual Jesús vendrá a buscar a los suyos para llevarlos a la casa de su Padre, donde no habrá más noche (Apocalipsis 21:25). “Y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:17-18).

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