jueves, 7 de agosto de 2014

QUE LA LUZ DE CRISTO SE PROYECTE A TRAVÉS MIO.

Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Efesios 5:8-10 ¡Qué bella se ve la luna en el cielo! ¡Qué dulzura, hermosura y emoción ha producido la luna en la noche de los hombres! Sin embargo, la luna no tiene luz propia; lo único que hace es reflejar la luz del sol. Nos ofrece una luz que no proviene de ella. ¿Qué nos evocan esos espléndidos claros de luna? Amigos creyentes, somos “luz en el Señor”. ¿De qué luz se trata? Por supuesto, no se trata de una luz propiamente dicha, como la del sol. Tampoco es una luz intelectual, ni una luz de éxito social, ni siquiera proviene de las artes o de la cultura. La luz de la que habla el Evangelio es la luz de la vida (Juan 8:12). Emana del Señor Jesús, quien es “la luz del mundo”. Cuando él vino a la tierra, se levantó una nueva luz sobre la humanidad, la cual puso todo al descubierto. Para poder emitir esta luz de la vida, primero debemos ir a Jesús, a fin de tener la vida (Juan 5:40), una vida de relación con Dios. Es una relación de confianza que se traduce por un diálogo entre el creyente y Dios. Cuando leemos la Biblia, Dios nos habla; cuando oramos, somos nosotros quienes le hablamos. Entonces nuestra vida resplandece; brilla ante los que nos rodean mediante una forma de hablar llena de amor, justicia y verdad. ¿Sucede esto en mi vida? Así como la luna refleja un poco la luz de sol, ¿lo que digo y lo que hago muestra un poco la luz de Cristo a los que me rodean?

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