viernes, 10 de octubre de 2008

RUIDO NEFASTO

En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende. (Job: 33:14)

Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. (Hebreos 3:15)

En el tiempo de la intolerancia religiosa, cuando se encendían hogueras en diversos países de Europa, se recurría al redoble de tambores para cubrir la voz de los mártires que morían quemados a causa de su fe en Jesucristo. Se temía que su último testimonio fuera oído por los que asistían a su suplicio.
Muchas personas ahogan voluntariamente la voz de su conciencia mediante los ruidos y la agitación del mundo; así tratan de reducir a silencio al Espíritu Santo cuando les hace sentir su culpabilidad ante Dios.
En el torbellino de las ocupaciones y de las distracciones, innumerables personas permanecen sordas a los llamados de la gracia de Dios. Sin embargo, el Señor las ama. Quiere arrancarlas de la perdición eterna y sacarlas de su desdicha moral por medio de la fe en Jesucristo; quiere aconsejarlas y hacerles gustar una vida sana, recta, pura y feliz. Lamentablemente, tienen demasiadas cosas que oír como para poder escuchar la voz del Señor. Probablemente por eso a veces él está obligado a hablar muy fuerte.
No busquemos más tapar la voz de Aquel que ofrece el perdón, la paz del corazón, la perfecta felicidad en el cielo, y todo esto por pura gracia. Escuchemos este tan paciente llamado: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”.
Digamos siempre al Señor como el joven Samuel: “Habla, porque tu siervo oye” (1ª Samuel 3:10).

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